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Con el perdón de la Iglesia...

(EDICIÓN BOGOTÁ) (PÁGINA 1-23) No es fácil abordar un tema como la despenalización del aborto sin que salten las alarmas provenientes de la Iglesia y de los grupos católicos que por largos años han conseguido mantener una influencia sobre nuestros códigos y nuestras élites, a pesar de que somos un Estado laico.

MARÍA JIMENA DUZÁN
Tampoco es de mucha ayuda el clima político del país, dominado por fuertes
vientos de derecha, que van en contravía del espíritu de la Constitución del
91 y que aún permiten que temas tan sensibles al dogma de la Iglesia como el
de la autonomía de la mujer no se puedan discutir a la luz de nuestros
derechos adquiridos, sino a la luz de lo que dicen las encíclicas papales.
Sin embargo, a pesar de este escenario, Mónica Roa, la joven abogada que
presentó la demanda para despenalizar el aborto en caso de violación, de
malformación del feto o de que peligre la vida de la madre, ha conseguido en
poco tiempo más avances en los derechos de la mujer que lo que muchos otros
colombianos y colombianas han podido lograr en los últimos años. Hoy,
gracias a la valentía de Mónica, el aborto es un tema obligado de la agenda
pública, que empieza a ser abordado como un problema de salud pública y no
como un problema de la moral cristiana.
Por primera vez los precandidatos han tenido que pronunciarse frente al tema
y por primera vez los electores han tenido que valorar a sus líderes
políticos no solo por el verbo, sino por sus conceptos en terrenos como el
de la autonomía de la mujer. En ese sentido, y gracias a ese destape, más de
una sorpresa nos hemos dado. Quién se iba a imaginar que un político liberal
de estirpe galanista como Rodrigo Rivera, con justas aspiraciones
presidenciales, esté más cerca del Opus Dei que de la Constitución del 91.
No está de acuerdo con la despenalización del aborto, ni con los matrimonios
gays. ¿No será que el doctor Rivera anda en el partido equivocado?
Sorprende también encontrar entre los firmantes de los avisos que se oponen
a la despenalización publicados en los diarios nacionales a humanistas del
calibre del ex presidente Belisario Betancur o del ex ministro de Cultura,
Juan Luis Mejía.
Uno habría pensado que los encontraría más cómodos de este lado, defendiendo
los derechos de la mujer a decidir en conciencia sobre su cuerpo y sobre su
vida y no sometidos al dogma de la Iglesia que tanto nos empequeñece.
Lo cierto es que la demanda de Mónica Roa ha servido no solo para desnudar
realidades ocultas de una sociedad que, como la nuestra, sigue siendo
patriarcal, sino para desvirtuar tabúes que antes nadie –mucho menos una
mujer– se atrevía a plantear de manera escueta y sin ambages. Y la audacia
de Mónica ha conseguido mostrar una cara más real de quienes estamos en
favor de la despenalización. No somos herejes ni asesinos, como insisten en
plantear Corsi, Galat y compañía. En realidad, somos mujeres y hombres como
Mónica Roa, con convicciones y con fortalezas jurídicas sustentadas en la
importancia de nuestros derechos y de valores como el de la igualdad.
Tampoco es cierto que estemos por el aborto per se, o que nos fascine
abortar. Ni que lo consideremos un método de planificación familiar. A lo
que aspiramos es a que se le dé a la mujer la posibilidad de decidir qué
hacer con su cuerpo y con su vida. No más.
Ojalá el fallo de la Corte, tan esperado por estos días, defienda la
Constitución del 91 y no termine perdiendo el rumbo en medio de estos
vientos huracanados que nos tiran a la derecha.
P. D. Minutos antes de que entrara en vigencia la prohibición para hacer
nombramientos que le impuso la ley al Presidente, sorprendentemente se
designó a 18 notarios nuevos. ¿Será cierto que esos nombramientos favorecen
a varios políticos cercanos al presidente Uribe? Paradójico que todo esto
suceda en nombre de un gobierno que ha prometido convertirse en el bastión
de la lucha contra la corrupción y la politiquería.
MARÍA JIMENA DUZÁN
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