El teniente, con estricta puntualidad alemana, miró su reloj y a las 00:01 de ese sábado dio la orden de ataque. En los siguientes minutos traspasó la frontera, capturó el estratégico paso fronterizo de Janlunkuv, en Polonia, la estación ferroviaria de Mosty e hizo prisioneros a una docena de polacos enemigos .
Alcanzado su objetivo y consolidadas sus posiciones, sacando pecho no tardó en comunicarse por la radio con el cuartel general alemán. La prusiana vaciada que se ganó por su indisciplinada conducta de guerra incluía la orden perentoria de regresar a territorio alemán y, naturalmente, devolver los prisioneros capturados.
Era tal la ingenua confianza en el poder de las alianzas militares entre británicos y polacos, que el gobierno de Varsovia estaba seguro de que ellas desestimularían la agresión alemana. Por esa razón no le pararon bolas a la abortada agresión militar del confuso teniente Herzner. Seis días más tarde se vería Polonia nuevamente sorprendida, cuando la máquina de guerra nazi ya era incontenible.
A las 4:45 de la madrugada del viernes 1 de septiembre sonó el primer cañonazo que inauguró la más sangrienta de todas las guerras padecidas por la humanidad. Las baterías del acorazado alemán Scheleswig Holstein reemplazaron el enmarañado lenguaje de la diplomacia y destruyeron los polvorines polacos en Dantzig.
A la misma hora, un millón y medio de soldados alemanes invadieron la frontera polaca, al mando del general Walter von Brauchitsch. La pavorosa máquina bélica, que empezó a avanzar 70 kilómetros por día, la Blitzkrieg Guerra Relámpago había cumplido con exactitud el día y la hora, convenidas por Hitler con sus generales desde el 3 de abril.
La Fall Weiss Operación Blanca se echó a rodar, mediante la orden de Guerra No.1, emanada del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas Alemanas en Berlín, al mediodía del 31 de agosto. La escueta orden de ataque a Polonia venía precedida de una lacónica exposición de motivos: Agotadas todas las posibilidades políticas de arreglo por vías pacíficas a una situación intolerable para Alemania, se ha debido optar por una solución por la fuerza .
Este acto de agresión era el resultado de una gran cantidad de factores que se habían acumulado desde que los fusiles se silenciaron en 1918 fin de la Primera Guerra Mundial para dar paso a la voz de los políticos vencedores, sentados a la mesa de los tratados de paz.
Allí se sembró esta nueva guerra, alardeando los triunfadores en actitud revanchista, exigiendo compensaciones territoriales y económicas humillantes y, en su condición de supremos árbitros victoriosos, sin querer escuchar a Alemania, el enemigo derrotado.
El Tratado de Paz de Versalles 1919 fue así el engendro de esta nueva guerra, 20 años más tarde. Pero también desde cuando Hitler llegó al poder en Alemania en enero de 1933 el temor a la violencia y a un nuevo conflicto bélico condujeron a los vencedores de la Primera Guerra por un camino de debilidades, en el que la sucesión de concesiones políticas, territoriales, económicas y militares a la Alemania nazi despertó, finalmente, la desmedida ambición expansionista del Fuhrer.
Así, contrariando las duras condiciones del Tratado de Versalles, Hitler decretó el servicio militar obligatorio el 16 de marzo de 1935. Exactamente un año más tarde ocupó militarmente la Renania. A comienzos de 1937 absorbió a Austria y en mayo de 1938 se comió , en el tablero del ajedrez de la política mundial, parte de Checoslovaquia. Todo ello, sin disparar un tiro. Y todo, sin que las potencias aliadas dijeran ni mu .
El 2 de septiembre, los 420 aviones de guerra polacos yacían destruidos. En las siguientes 48 horas, 35 divisiones de este valeroso país estaban destrozadas. Y un mes más tarde el 1 de octubre- las tropas nazis desfilaron victoriosas en la capital, Varsovia.
El domingo 3 de septiembre, franceses e ingleses, haciendo honor a los compromisos pactados con Polonia, le declararon la guerra a Alemania. Ya no la podían salvar, pero estaban dispuestos a vengarla.
En 1939, cuando la diplomacia perdió su significado, los cañones volvieron a pedir la palabra.