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Las aerolíneas son aviones

(EDICIÓN BOGOTÁ) Pensándolo bien, servir comida caliente en un avión es una estupidez. ¡La cocina para 400 personas es más pequeña que la primera que uno tuvo en la universidad! Los pasajeros están más cerca unos de otros en las sillas que una pareja de recién casados en cama. Se necesita la sincronización de una bailarina con sus compañeros de puesto para llevarse la comida a la boca, y si hay salsa es garantizado que esta y las migas quedarán en su corbata.

La desgracia de las aerolíneas es que nacieron compitiendo con los cruceros,
que eran la forma de transporte masivo de antes, y trataron de competir con
ellos ofreciendo los mismos banquetes y etiqueta en los cielos.
Siempre me causa risa cuando las azafatas cambian sus uniformes para
repartir agua en un vuelo nacional. ¿Por qué? Porque lo hacían en los
cruceros. ¡Qué tal en los vuelos internacionales, en los que sirven
aperitivo, entrada y vino, plato principal y vino, postre, pan y queso y
pousse café!
La verdad es que el transporte aéreo tiene más que ver con una buseta. Si
les quitamos los adornos del uniforme al capitán, queda como el chofer de un
bus. O sea que la forma de alimentar a sus pasajeros debe ser parar en el
peor restaurante del camino porque es allí donde le dan al conductor el
doble de comida maluca que a los demás, como soborno por haberse detenido
allí.
Hoy es más ridículo aún, pues para ahorrar dinero solo dan bebidas.
Recientemente, Avianca ha agregado un pan de mala calidad a su servicio
nacional. Debería ser una norma de etiqueta que sirvan algo bien o no sirvan
nada.
Solo he viajado en primera clase (cruceros) con Avianca una vez. El servicio
es espectacular, el rango y tamaño de los tragos, inmenso e interminable; la
comida es interesante y bien servida, y hay espacio.
Las aerolíneas europeas todavía tienen un excelente nivel de cocina,
comparada con las demás, y su uso liberal del trago es perfecto para los
pasajeros nerviosos. La verdad es que por buena que sea la comida, no va a
gustar por las condiciones de servicio. Es mucho mejor que no sirvan nada y
nos dejen la platica para gastar en un restaurante que escojamos en nuestro
destino.
Una vez, en un viaje interminable a Europa, dejé mi mente libre mientras
tomaba una ginebra y tónica, y llegué a una conclusión: si el tiquete vale
1.200 dólares y el costo de la ginebra que me regalaron es de unos 8
dólares, si tomaba 120 el viaje me saldría gratis.
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