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El armario de los chinos

(EDICIÓN BOGOTÁ) Si bien, durante la dinastía Han (206 AC-220 DC) el homosexualismo era considerado de buen gusto y su estilo de vida fue incorporado a las novelas clásicas como parte de la vida social de la época, la moral china, de corte confucionista, y el puritanismo comunista siempre han criminalizado a los gays por su tendencia sexual.

Confucio los condenó porque consideraba que el varón estaba obligado a
formar una familia y a engendrar una descendencia masculina que perpetuara
el culto de los antepasados. El régimen comunista liderado por Mao Tse-tung
y la Revolución Cultural de los setenta también los satanizaron, pues
consideraban que le rendían un peligroso culto al individualismo y eran un
producto de la decadencia capitalista.
Sin embargo, a partir de los años ochenta, al iniciarse en China la economía
de mercado y la apertura hacia Occidente, lideradas por Deng Xiaoping, los
derechos del individuo ganaron un poco de terreno y la homofobia empezó a
disminuir ligeramente; pero sólo en 1997 la sodomía dejó de ser
criminalizada y en abril del 2001, la Asociación de Psiquiatras eliminó la
homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, aunque todavía la sigue
considerando un trastorno psicológico.
No obstante, la mayor opresión en contra de los gays proviene de la propia
familia, en la cual todavía se pactan matrimonios y la perpetuación del
linaje es vital; la ausencia de la procreación continúa siendo el peor de
los pecados y la soltería es motivo de escarnio.
Debido a la represión familiar, cultural y oficial, el 90 por ciento de los
“camaradas” o “tong zhi” (como se llaman en China irónicamente los
homosexuales entre sí), son obligados a vivir entre el clóset, escaparate
que ha obligado a muchos de mis colegas a emigrar a grandes ciudades como
Pekín y Shanghai, donde a pesar de la homofobia pueden disfrutar de cierto
anonimato, de algunos bares y discotecas como ‘Mitad y mitad’ y
‘Destination’ en Pekín, del Internet para sus contactos clandestinos y de la
posibilidad de tener experiencias con extranjeros, sin correr el riesgo de
ser desenmascarados.
Al chinerío gay le encantan los turistas occidentales porque no los conocen,
no los van a volver a ver y, además, porque piensan que todos tenemos
grandes atributos; para los obsesionados con el tema, en China se pueden
llevar su sorpresita.
Pero si el chinazo gay se queda viviendo en su pueblo y sus progenitores
empiezan a sospechar que lo enloquecen los postres (es de afeminados comer
mucho dulce), que se embadurna de crema de perlas y que no ‘chocholea’
chinas, entonces le pactan un matrimonio con una de esas que le seducen a
toda mamá (“no es bonita, pero es tan querida”, eso significa que es
intensa, metida, sapa y bien feíta), o sino prefieren que se vaya a la
‘cochinchina’ y más bien amarlo u odiarlo a través del e-mail o del celular
y no aguantarse el chismorreo de la chinamenta de su pueblo.
Piensan lo mismo que en Charalá: si quieren mariquear, que se vayan a
Bogotá, ya que “ojos que no ven, machos los creen”.
Muchos gays en China están convencidos de que la verdadera democracia les va
a llegar abandonando el socialismo y adoptando el capitalismo globalizado.
Yo no sé, pero sería bueno traerlos por aquí para que se den cuenta de que,
en eso de la igualdad y el respeto hacia los homosexuales, hay poca
diferencia entre don Mao Tse-tung y nuestro ‘Uri-mori’ y entre Monseñor
‘Condones’( López Trujillo: el de la porosidad en los preservativos) y la
Chiang Ching, aquella ‘virtuosa’ mujer de Mao que lideró la Revolución
Cultural.
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