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En total, 117 camisetas por los ausentes

“Cuando nos enseñen en el colegio lo que pasó aquí, si quieren que nosotros contemos la historia de nuestra tía, Luz Mary Valencia, una de las desaparecidas, la contamos”.

Redacción El Tiempo
Y Andrés Felipe León, de 10 años, miró a su hermano Sebastián, de 12, y
luego a su prima Estéfany Henao, de 6, que asintieron.
Saben qué pasó allí hace 20 años, aunque no habían nacido. “Mi tía vino a
reemplazar a mi abuelita Rosalbina León que trabajaba acá y estaba enferma.
Entonces los guerrilleros se tomaron el Palacio de Justicia y ella nunca
volvió”. Lo dicen como si contaran el final de un cuento muy triste.
Los tres tenían flores en la mano. Las ayudaron a poner ayer en la mañana en
la Plaza de Bolívar. En la tarde jugaron a recogerlas, a cambiarlas de
lugar, a hacer ramos.
Mientras tanto, 117 personas, algunas de ellas extranjeras y la mayoría
familiares de los muertos del Palacio de Justicia, se pusieron la camiseta
con el nombre de los muertos o desaparecidos. Una camiseta blanca en un acto
llamado La dignidad se camina, de la Fundación Rayuela.
Las 117 personas caminaron a lo largo de la plaza por ese igual número de
ausentes. “Nosotros, los caminantes, somos los fantasmas, los espíritus. Los
de carne y hueso son los muertos que dejó esta toma, los que siguen
estando”, dijo Nana García, de Rayuela.
Los caminantes salieron del Palacio de Justicia divididos en dos largas
filas. Cada uno llevaba un velón blanco y un clavel rojo. Y en unos puntos
establecidos con una equis, frente al Senado de la República, se quitaron
las camisetas y las pusieron allí. Luego se prendieron luces rojas, símbolo
de los cañonazos y las balas de esos momentos.
A lo largo del día, las flores se fueron marchitando. Una paloma se tropezó
con un clavel rojo y para no caerse tuvo que levantar vuelo.
La Plaza de Bolívar, como siempre, fue un sitio de esos a donde muchos van
por la foto de la visita a la ciudad.
Sin embargo, ayer esa ida quedó marcada por las palabras de los familiares
de los desaparecidos, a los que aún la nostalgia les quiebra la voz.
Rosalbina León, la abuela de los tres niños, los llamó desde lejos: “¡Nos
vamos! Mañana hay colegio”.
Ellos corrieron. La vida sigue. Qué más prueba que los velones que,
lentamente, se consumieron.
Redacción El Tiempo
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