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CLAVE 1953 GUERRILLA LLANOS

Era secuela de la intolerancia política entre liberales y conservadores, que padeció el país a fines de los cuarenta. Era resultado de la exacerbación de las pasiones partidistas que rabiosos dirigentes políticos atizaron desde las tribunas, mientras que los curas hacían lo propio en los púlpitos.

ARMANDO AICEDO G
Era el efecto de la hegemonía excluyente del gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez, que dio tratamiento de delincuentes comunes a los miembros del partido opositor y proporcionó patente de corzo a la Policía Chulavita .
Por todo ello, se incendiaron los 150 mil kilómetros cuadrados de esas inmensas llanuras del Meta, Arauca y Casanare.
Durante más de tres años quedaron abandonadas las haciendas, los extensos cultivos y el comercio. No se volvió a comprar, ni a vender. Del Llano nada se sacaba pero, por orden del Gobierno, tampoco entraba ni agua .
En pocos meses, los llaneros se alzaron contra el gobierno conservador. De la noche a la mañana se graduaron de guerrilleros y sus jefes decidieron ostentar grados militares que, además de mando y autoridad, los acercaron a la leyenda.
A comienzos de 1950, Cheíto Velásquez abandonó su negocio de transporte fluvial y revolucionó haciendas, puertos y poblaciones; atacó puestos de Policía y organizó la naciente rebeldía que se oponía con las armas al gobierno conservador. Le siguieron los tres hermanos Bautista, el legendario Guadalupe Salcedo, el ex oficial de la Policía Jorge Enrique González Olmos, los tres hermanos Fonseca, El girardoteño ex cabo, desertor del Ejército, Dúmar Aljure, los cuatro hermanos Chaparro, el hacendado Eduardo Franco Isaza, y muchos otros que impusieron su ley en el extenso territorio oriental.
Como en cuarenta y tantos meses, los belicosos dirigentes civiles fueron incapaces de lograr la paz, les tocó a los hombres encargados de hacer la guerra demostrar su vocación de concordia. Así, el gobierno militar, que desde junio de 1953 presidía el General Gustavo Rojas Pinilla, prestó atención al clamor de una comisión de 60 llaneros que expresaron al Gobierno su voluntad de trabajar en fórmulas de reconciliación.
Para conocer el punto de vista de los guerrilleros, uno de sus jefes, Julio Eduardo Fonseca, viajó a Bogotá con el propósito de auscultar el clima de pacificación que promulgaba el nuevo gobierno militar. Satisfecho, regresó a los Llanos y aclimató una atmósfera de concordia entre los comandantes guerrilleros.
De esta gestión surgió la carta que Guadalupe Salcedo, Dúmar Aljure, Jorge Enrique González y Humberto Paredes le enviaron al Gobierno y en la cual le expresaban su deseo de paz, tal como lo pactaron, bajo palabra, en el puesto atrincherado de Monterrey.
Desde el 14 de marzo de 1953 se habían silenciado los fusiles. Ese día se desarrolló el último combate entre una comisión de la guerrilla de Guadalupe y una avanzada del grupo de Caballería de guarnición en Yopal.
Ahora, en septiembre de 1953, el mundo fue testigo de la jornada de 16 días de reconciliación que guerrilleros y militares protagonizaron. Fue la voluntad de un pueblo en armas que decidió apostar su palabra de llanero contra la palabra de honor de los militares.
El miercoles 16 de septiembre a las 10 y media de la mañana, en medio de la mutua desconfianza, Eduardo Fonseca Galán se acercó al puesto militar en Tauramena para conferenciar con el Comandante de las Fuerzas Militares, General Alfredo Duarte Blum. Media hora más tarde galopaba por el Llano para regresar con los 315 hombres de su guerrilla, quienes esa misma mañana se entregaron. Ese día, siguiendo su ejemplo, acudió a la cita con la reconciliación Carlos Roa con los 285 llaneros que comandaba.
A partir de entonces, uno tras otro, los guerrilleros depusieron su actitud de rebeldía. El sábado 12 de septiembre, a las dos de la tarde, en el sitio Las Delicias, el supremo comandante de todas las guerrillas del Llano, Guadalupe Salcedo, luciendo un casco alemán adornado con una estrella amarilla, hizo entrega de su fusil ametralladora al General Duarte Blum. Disciplinados, entregaron también las armas de la revolución los 280 guerrilleros que lo acompañaron.
El domingo 13 de septiembre, a las 11.15 de la mañana, otra de las leyendas depone sus armas en la Hacienda Cantaclaro, a dos kilómetros de San Martín. Es el Capitán Veneno , Dúmar Aljure, con su batallón de 130 hombres.
Ese día faltaba el abrazo final de reconciliación. Tres años atrás el Gobierno había organizado las llamadas guerrillas de la paz , proporcionando armas a campesinos que auxiliaban al Ejército y ayudaban a combatir a los rebeldes.
Doscientos de ellos, al mando de Benito Gutiérrez se encontraban de testigos en la entrega de armas de Dúmar Aljure. De pronto, el comandante guerrillero avanzó resuelto y se colocó al frente de su viejo enemigo. El cerrado abrazo de Aljure y Gutiérrez fue el gesto que volvió a abrir para Colombia la riqueza de sus Llanos.
Durante las dos siguientes semanas más de 10.000 guerrilleros y auxiliadores pusieron fin a su alzamiento y se comprometiron a reintegrarse a la sociedad. Todos consiguieron con la paz lo que con la guerra no alcanzaron.
Duarte Blum declaró: Pedimos a todos perdón y olvido por lo que ya pasó. Ahora vamos a trabajar como hermanos en una patria común .
ARMANDO AICEDO G
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