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CLAVE 1932 GUERRA PERU-COLOMBIA

septiembre de 1932. A las 5:30 de la mañana unos 250 peruanos, provenientes del departamento de Loreto, desembarcaron armados e invadieron la más austral de las poblaciones colombianas, Leticia, disparando carabinas y fusiles. Sobre la playa emplazaron un cañón y una ametralladora e hicieron fuego contra el cuartel, matando a tres personas. Solo seis disparos de respuesta pudieron realizar los sorprendidos agentes colombianos, dándoles tiempo a otros funcionarios, policías y colonos para huir en calzoncillos hacia la frontera brasileña.

Armando Caicedo
Nada más se podía hacer. Los 25 fusiles destinados a defender el puesto estaban almacenados en el Resguardo de Aduanas.
Rápidamente fueron reducidos el intendente Alfredo Villamil Fajardo, su secretario, el administrador de la Aduana, tres funcionarios de la Alcaldía, el corregidor, el maestro de la única escuela, los dos policías de turno y dos particulares.
El cabecilla de la invasión, ingeniero y músico peruano Oscar Ordóñez, luego de consolidar la posición, ordenó, a las 9 de la mañana, izar sobre el mástil de la Casa de la Aduana en Leticia el rojiblanco pabellón del Perú.
Pasarán 298 días hasta cuando nuestro tricolor nacional vuelva a agitarse orgulloso sobre el mismo mástil, escoltado durante un tiempo por la bandera de la Liga de las Naciones, como garante de la soberanía colombiana sobre el Trapecio Amazónico.
Desde que se firmó el tratado de límites entre Colombia y Perú, en marzo de 1922, reconociendo entre otros asuntos la soberanía colombiana sobre Leticia, algunos sectores políticos peruanos expresaban su inconformidad, propiciando actos de hostilidad contra los colombianos.
El ingeniero Ordóñez, apoyado en su empresa por algunos soldados vestidos de paisano y tres uniformados, comandados por el alférez De La Rosa pertenecientes a la guarnición peruana de Chimbote, ordenó esa misma mañana el traslado del intendente Villamil y de las autoridades de más rango a la casa del italiano Fortunato Mauro, mientras que el resto de prisioneros debían permanecer detenidos en la Casa del Resguardo de Aduanas.
Una semana más tarde empezaron a llegar los primeros rumores a Bogotá, pero solo hasta el sábado 17 de septiembre el país se conmovió con las noticias del ataque.
Estamos en Guerra, Carajo! . En emotiva reacción se cantó un millón de veces el Himno Nacional y el patriotismo se desbordó por las calles y caminos de todas las ciudades y pueblos de Colombia.
Los partidos tradicionales, siempre en conflicto, arriaron sus estandartes politiqueros y declararon al unísono, Paz en el interior y guerra en las fronteras .
El presidente de la Republica, Enrique Olaya Herrera, basado en los títulos justos, suficientes y claros que poseía Colombia sobre los territorios ocupados declaró:
Tenemos la fuerza del derecho y el derecho a la fuerza .
Hubo espacio hasta para los poetas. El maestro Valencia, en un rapto de inspiración, acotó Bella cosa es la paz, pero nada vale sin honor .
La posibilidad de guerra y el intercambio de notas diplomáticas competían entre sí. El fervor patriótico alimentaba la pasión bélica, pero se necesitaba dinero para hacer la guerra.
Mientras el gobierno de Olaya Herrera tomaba medidas económicas de emergencia, entre otras, el Empréstito Patriótico para la Defensa Nacional que en pocos días fue suscrito, en el exterior las comunidades colombianas suscribieron bonos para soportar la guerra, y por el Banco de la República desfilaban miles de parejas en acto de solidaridad para dejar allí sus argollas matrimoniales, como óbolo voluntario, porque era tiempo de hacer la guerra y no el amor.
Simultáneamente, allá en el Perú, el gobierno de facto del General Sánchez Cerro emulando a Fujimori contrató con el Japón un empréstito de cien millones de soles 13 millones de dólares para sostener la guerra.
Y la guerra llegó, en febrero de 1933 en el teatro selvático de Tarapacá.
Y la diplomacia también, en el escenario neutral de la Liga de las Naciones en Ginebra.
En la guerra, el General Vásquez Cobo de Colombia y el Coronel Víctor Ramos del Perú enfrentaron sus fuerzas.
En la arena de la diplomacia, Olaya Herrera designó a Eduardo Santos como defensor de los intereses colombianos, mientras que Sánchez Cerro escogió a Francisco García Calderón para pujar con las pretensiones peruanas.
Esta vez, en la guerra y en la diplomacia ganamos todos los colombianos.
Armando Caicedo
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