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ISCUANDÉ: ALERTA TRÁGICA

Hace apenas un año largo, el 6 de enero del 2004, en medio de vítores, pancartas y aplausos de la población, 70 soldados llegaron a Iscuandé, en el norte de Nariño, un pueblo que no veía presencia oficial desde que en el 2000 las Farc arrasaron el puesto local de la Armada. Cerca de la mitad era un pelotón de flamantes soldados campesinos, cuyo joven comandante, los primeros días, se vio asediado no por la guerrilla, sino por las mamás, que querían a diario llevarse a sus muchachos a comer o a dormir a casa y les traían toda clase de regalos.

Hace apenas un año largo, el 6 de enero del 2004, en medio de vítores, pancartas y aplausos de la población, 70 soldados llegaron a Iscuandé, en el norte de Nariño, un pueblo que no veía presencia oficial desde que en el 2000 las Farc arrasaron el puesto local de la Armada. Cerca de la mitad era un pelotón de flamantes soldados campesinos, cuyo joven comandante, los primeros días, se vio asediado no por la guerrilla, sino por las mamás, que querían a diario llevarse a sus muchachos a comer o a dormir a casa y les traían toda clase de regalos.
El pelotón estaba compuesto por 36 soldados nacidos y criados en este pueblo del Pacífico y sus alrededores. Como otros 600 destacamentos de su género desperdigados por todo el país, había llegado a cuidar la población donde tenía a sus familias, sus amigos y sus novias. Hasta el peluquero, que les mantenía el cabello al rape pero con cortes a gusto de cada uno, se había inscrito -en vano, pues fue rechazado por un problema de visión- para ser soldado campesino, o de mi pueblo , como también los llaman.
Ayer, seis de ellos fueron asesinados, junto con ocho infantes de marina y un oficial. Veinticinco más quedaron heridos, cuatro de ellos muy graves. A las tres de la mañana, una cuadrilla, al parecer del frente 29 de las Farc, que opera en la región, atacó con cilindros la precaria base, en la que los soldados campesinos y los infantes protegían al pueblo desde hace un año. Uno de los primeros en morir fue el oficial que los comandaba.
Iscuandé está de luto. Y las Farc, de fiesta. Porque, más allá de su trágico saldo y del dolor en el que sumió de golpe al pueblo, este ataque es un serio campanazo de alarma para una de las piezas más publicitadas de la política de seguridad democrática. Junto al retorno de la Policía a las cabeceras municipales, la de los soldados campesinos se articuló como una estrategia capaz de devolver seguridad a cientos de pueblos, por su bajo costo y las ventajas de inteligencia y conocimiento del terreno que representaba tener como soldados a muchachos oriundos de cada zona y con nexos familiares en ellas.
Hasta ahora, solo ha habido un antecedente, el 29 de julio pasado, cuando tres soldados campesinos murieron y otros tres fueron heridos al ser atacado el cuartel de Carmen de Apicalá, cerca de la base de Tolemaida, en el Tolima. Sin embargo, este nuevo ataque renueva la preocupación de que los soldados campesinos, con escaso entrenamiento, ubicados en pueblos remotos y alojados con frecuencia en construcciones difíciles de defender contra una ofensiva organizada, puedan convertirse en presa fácil de las Farc, a las que nada interesaría más que convertirlos en un eslabón débil de la política de seguridad del presidente Alvaro Uribe.
Este es el golpe más serio sufrido por las Fuerzas Armadas en un solo ataque guerrillero en lo que va del gobierno Uribe (entre el 2002 y el 2004 hubo cinco incidentes que dejaron cada uno entre 11 y 13 militares muertos, en Casanare, Tolima, Magdalena, Huila y Putumayo). Si bien aún es pronto para hablar de una tendencia, después de la masacre de 16 personas en Tame (Arauca), el 31 de diciembre, y la muerte de siete soldados en un campo minado en Cerro Leticia, en Ortega (Tolima), el pasado 18, el ataque de Iscuandé apunta a un comienzo de año preocupante, con varias acciones ofensivas de las Farc. Y pone de nuevo sobre el tapete el peligro de casarse con visiones alegres sobre la supuesta derrota estratégica de esa guerrilla. A la seguridad democrática le va muy bien en las encuestas; pero su prestigio depende, en buena medida, de que estas cosas no se repitan.
editorial@eltiempo.com.co
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