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CHÁVEZ RECALIENTA LA CRISIS

Cuando se pensaba que la tempestad se estaba calmando, porque había bajado el tono de las declaraciones, se ponía en marcha una tercería del presidente Lula Da Silva, y se anunciaba una mayor participación de las cancillerías, Hugo Chávez volvió a calentar la crisis. Y no de cualquier manera. En la simbólica celebración del 23 de enero -aniversario de la caída de Pérez Jiménez-, ante una multitud de simpatizantes y con una enorme pancarta de fondo que hacía alusión a la defensa de la soberanía, pronunció un discurso que impactó por su tono exaltado y su fondo provocador.

Cuando se pensaba que la tempestad se estaba calmando, porque había bajado el tono de las declaraciones, se ponía en marcha una tercería del presidente Lula Da Silva, y se anunciaba una mayor participación de las cancillerías, Hugo Chávez volvió a calentar la crisis. Y no de cualquier manera. En la simbólica celebración del 23 de enero -aniversario de la caída de Pérez Jiménez-, ante una multitud de simpatizantes y con una enorme pancarta de fondo que hacía alusión a la defensa de la soberanía, pronunció un discurso que impactó por su tono exaltado y su fondo provocador.
Algunos medios venezolanos catalogaron la intervención como un ultimátum al presidente Uribe. Una reiteración de la absurda idea de que la solución de la crisis pasa por un ofrecimiento de disculpas de la parte colombiana. Como si fuera viable o realista que Uribe reconociera un error mientras que Chávez no admitiera el suyo. Que para el gobierno colombiano, y una creciente parte de la comunidad internacional, es el problema de fondo: la permisividad del regimen de Caracas con la guerrilla y el territorio venezolano como santuario para movimientos terroristas. Este es el "quid" del asunto. Chávez se centra en el incidente de Granda para alegar una violació de su soberanía. Uribe, en su conviccion profunda -que ha recibido un amplio respaldo nacional- de que la tolerancia del mandatario venezolano con grupos terroristas que asesinan y secuestran a ciudadanos colombianos atenta contra el soberano derecho de Colombia a su seguridad. Y en la medida en que a Chávez no se le vean intenciones serias de acabar con operaciones de las Farc en su país, su exigencia resulta, ademas, arrogante.
Hay quienes afirman que al fogoso mandatario del país vecino no se le puede tomar tan en serio. Que suele perder los estribos cuando enfrenta multitudes y que sus amenazas están más dirigidas a la galería y a envalentonar el nacionalismo del bravo pueblo. Pero son preocupantes sus anuncios concretos: congelación de relaciones, uso del control de divisas para limitar el acceso a ellas de los importadores venezolanos, controles a la venta de gasolina en la frontera, etc. Si a esto se suman las amenazas de suspender el gasoducto y la construcción de otras obras de infraestructura importantes para la región, ya son palabras mayores. Incluso en boca de un mandatario reconocido por su ligereza de verbo.
Parecería, por momentos, que ambos gobiernos están enfrentando la situación sin considerar que la protección de la relación binacional es prioritaria. Chávez anuncia represalias en el campo comercial porque sabe que estas le duelen y cuestan a Colombia. Y Uribe -quien, correctamente, no se dejó provocar por el ultimatum del domingo, el cual no ha contestado- se ha mostrado dispuesto a arriesgar el valioso intercambio comercial si ello es necesario para sostener su ofensiva global contra las Farc. Ceder, además, sería una invitación a que nos sigan apretando por ese flanco. Algo que industriales y comerciantes afectados deberían comprender en la perspectiva de largo plazo de garantizar la seguridad para los colombianos.
Un panorama, en síntesis, sin solución a la vista, e incluso sin espacios claros para las bien intencionadas gestiones del presidente Lula Da Silva, del Brasil, a las que ayer se sumó su colega de Chile, Ricardo Lagos. Opciones que se están volviendo indispensables para evitar la escalada indefinida de la tensión, y que podrían ser complementarias a algún mecanismo bilateral, como una comisión que esclarezca hechos relacionados con la captura de Granda , que estudie con tranquilidad el dossier de quejas que presentó Colombia y que con inusitada precipitud descartó el vicepresidente José Vicente Rangel.
Lo cierto es que, casi mes y medio después de la detención de Rodrigo Granda no hay un ambiente de distensión sino, más bien, perspectivas de que la crisis se puede prolongar y profundizar. Por eso hay que mantener los puentes diplomaticos y explorar espacios de dialogo. Reactivar paralizadas comisiones que ya existen (para asuntos fronterizos, de seguridad, de diferendo marititmo etc), o crear mecanismos nuevos. Lo que hay que evitar es seguir por un camino que puede conducir a un final en el que todos resultemos perdedores.
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