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EL OSCURO CASO CASTAÑO

A propósito de su desaparición, recordamos ahora que la editorial Oveja Negra puso en vitrinas hace tiempos Las confesiones de Carlos Castaño. Junto a El país que queremos construir -no es un chiste-, escrito y redactado, por un sudoroso colectivo de las Farc, bajo unos matarratones mustios. Me prometí no leerlos. Porque en principio los balances de los hombres y las mujeres públicos, es decir, aquellos que nos envenenan lo privado con sus despropósitos, resultan siempre autocomplacientes y triviales. Amañados. Y no vale la pena perder el tiempo en eso. Sobre todo cuando uno no espera leer Mi vida de León Trotski o Los siete pilares de la sabiduría de Lawrence. Y porque de los políticos se esperan justificaciones, delirios lógicos, pajaritos de oro, y mentiras, sobre todo mentiras, que van a dar siempre en más abusos, exclusiones, estropicios y cárceles. Es de la esencia del poder.

A propósito de su desaparición, recordamos ahora que la editorial Oveja Negra puso en vitrinas hace tiempos Las confesiones de Carlos Castaño. Junto a El país que queremos construir -no es un chiste-, escrito y redactado, por un sudoroso colectivo de las Farc, bajo unos matarratones mustios. Me prometí no leerlos. Porque en principio los balances de los hombres y las mujeres públicos, es decir, aquellos que nos envenenan lo privado con sus despropósitos, resultan siempre autocomplacientes y triviales. Amañados. Y no vale la pena perder el tiempo en eso. Sobre todo cuando uno no espera leer Mi vida de León Trotski o Los siete pilares de la sabiduría de Lawrence. Y porque de los políticos se esperan justificaciones, delirios lógicos, pajaritos de oro, y mentiras, sobre todo mentiras, que van a dar siempre en más abusos, exclusiones, estropicios y cárceles. Es de la esencia del poder.
Sin embargo, alguien me regaló las confesiones del comandante de las autodefensas. Que devoré en un par de sentadas. En una especie de éxtasis atroz. Es de una crueldad y una tristeza que pudren. Por la proliferación de las erratas que empeoran el reconcomio del relato, por las flaquezas del cronista que desperdicia un paisaje formidable, un ambiente y un protagonista tremendo en su simplicidad, y sobre todo cándido, tan convencido de un montón de locuras estrambóticas y empeñado en redimir el mundo hiriéndolo.
Los personajes secundarios quedan desdibujados en la grotesca confusión que expresan. De cualquier modo, el libro es el parte de batalla de una parte de dos, tres, o cuatro, en la rebatiña inclemente de la Colombia de lobos de ahora y siempre, levantisca desde Oyón y los peruleros, hija de la bolivariana guerra a muerte de los orígenes de la nacionalidad, que se ha demostrado incapaz de construir un pacto de convivencia después de mil estremecimientos y ensueños poéticos con mariposas amarillas y putas voladoras. Y nos descubre que los más encarnizados contendores principales en la maraña sanguinaria que agonizamos ahora, yo, tú, nosotros, aquellos y ellos, se parecen a pesar de las diferencias.
Los dos son colombianos nativos de Tauro. Crecieron en el seno de familias de campesinos lastimadas por el rencor y la desprotección del Estado, sus historias personales comienzan con crímenes ajenos, y ambos piensan como los barberos antiguos que los males de la sociedad humana los curan las sangrías. La historia se disuelve en un episodio amoroso con traje de bodas de fondo, en el triunfo de una bella muchacha sobre el guerrero sin hígados, con matrimonio y comulgada. Como una telenovela. Quizás fue el amor, pienso ahora, y su pequeña hija, en ciernes en el relato de Aranguren, las causas que motivaron a Castaño a intentar parar la locura de la guerra. La ternura puede hacer milagros.
Aranguren advierte, apoyado en el epígrafe extraído de las Memorias de Adriano, que el otro oculta a veces parte de la verdad. Castaño acepta que lo que dice es verdad pero que no dice toda la verdad, por una rara cortesía en un hombre tan rudo e inflexible. El libro deja una sórdida sensación de impotencia, de derrota anticipada, de absurdo en los juegos oscuros del poder: agencias internacionales, espías dobles, mercenarios, traficantes de armas y drogas, y estadistas prácticos y banqueros corruptos que conocen el secreto de transmutar en oro las emociones de los demás y explotar las conmociones del mundo.
Además, remata con la sospecha estrambótica, entre la paranoia y lo posible de un proyecto internacional para dividir Colombia en dos pedazos. Lo que haría de Marulanda el instrumento ciego de un plan imperial. Una hipótesis como para la armazón de una novela. En todo caso, Castaño cree con terrible lucidez que él mismo es otro alfil en una artimaña fantástica.
Algunos se sienten obligados a convertir sus fantasías íntimas en pesadillas públicas. Dónde estará Castaño? Será la muerte el destino de todos aquellos que se atreven a hablar de paz en este país cuyo hábito más querido es la guerra?
eleonescobar@hotmail.com
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