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MÁXIMAS DE LA CONVERSACIÓN

Toda reunión se ha convertido para quienes la padecen en una pesada carga. Repetidas, extenuantes, aburridoras, frívolas, intrascendentes, caben todos los adjetivos y más. En muchas, se pierde además del tiempo, la paciencia. La mayoría de estos rituales de naturaleza social, se condimenta con discursos, circunloquios, repeticiones, falsos énfasis. A veces con gritos. Contamos con escasas reuniones donde se combinen buen gusto y profundidad.

Toda reunión se ha convertido para quienes la padecen en una pesada carga. Repetidas, extenuantes, aburridoras, frívolas, intrascendentes, caben todos los adjetivos y más. En muchas, se pierde además del tiempo, la paciencia. La mayoría de estos rituales de naturaleza social, se condimenta con discursos, circunloquios, repeticiones, falsos énfasis. A veces con gritos. Contamos con escasas reuniones donde se combinen buen gusto y profundidad.
Se pueden corregir reuniones con sólo aprender cuándo, cómo y sobre qué hablar. O vale aplicar la máxima del filósofo Ludwig Wittgenstein: "De aquello que no se sabe, lo mejor es callar". Una mayoría de veces. Pero a todos se nos olvida lo que significa "mayoría de veces", y vamos entrando a conversaciones sin que nos hayan invitado. Hablar es un arte que deberíamos ejercitar, con sus silencios, sus oportunidades y sus ocasiones.
Se podrían considerar reglas y máximas ordinarias para orientar el habla en distintas reuniones. Desde aquellas que exigen mucho protocolo, hasta las más ordinarias. Seguir ciertos ritmos necesarios de la conversación que marcarían una pauta pedagógica verdaderamente revolucionaria. Estaríamos como humanidad muy agradecidos.
Una primera regla sería solicitar que la contribución hablada estuviese sujeta a lo que se requiere en la reunión, para el fin o el propósito citado. Paul Grice, denomina este principio, Principio de Cooperación. Saber desde un comienzo a qué atenerse, aspirar a que los demás colaboren en el acto de habla. No fingir el acuerdo, no malinterpretar, no distorsionar. Acompañar lo que dice el interlocutor en su razonamiento. Asumir, en principio, solidaridariamente sus premisas.
Además de la primera regla podemos acoger algunas máximas que Paul Grice recomienda:
1. Máxima de la cantidad. Haz que tu contribución sea tan informativa como se requiera para la ocasión. Por el contrario, "no hagas tu contribución más allá de lo pedido".
2. Máxima de la cualidad. Trata de hacer que tus argumentos sean verdaderos. Por el contrario, "no digas lo que creas falso" "no digas aquello de lo que careces de pruebas".
3. Máximas de relación. Se pertinente, es decir, relevante. Afirma aquello que viene al caso.
4. Máximas de modo. Evita la oscuridad en la expresión. Evita la ambigedad. Sé breve (evita la prolijidad innecesaria). Sé ordenado.
Estas recomendaciones valen para casi todas las actividades humanas en las que se nos exige cooperar, pero especialmente para las ocasiones cuando el tiempo y las relaciones son relativamente importantes para las personas. Una reunión debería servirnos para mejorar humanamente la lógica y la racionalidad de la conversación. Y al mejorar nuestra conversación, somos más concientes de nuestra ignorancia.
Claro, no toda forma de hablar, ni todo acto de comunicación nos exige rigurosos controles sobre el buen uso de la palabra. En una mayor parte de los actos de habla, participamos relajados del intercambio con los demás. Contar un chiste o narrar una anécdota, no es igual a la demostración de un descubrimiento científico o un discurso en favor de la paz.
Diariamente estamos inmersos en variadas reuniones, formales e informales. Recibimos y damos explicaciones, justificaciones, excusas o reclamos. Las palabras nos sirven para que los demás entiendan cómo vemos las cosas que están en el mundo. Y al escucharlos también sabemos cómo entienden el mundo.
Compartimos en el lenguaje nuestras versiones del mundo. O de los mundos.
Lo cierto es que el aburrimiento de las reuniones suele ser culpa de la irresponsable manera de llevar la palabra, a los rodeos o la irrelevancia de los argumentos empleados. Saber cuándo, qué y cómo hablar, es una técnica de mejoramiento personal, con evidentes ventajas para los demás.
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