Los primeros casos de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida fueron reportados en Colombia en 1983. El primero en Cartagena: una joven con antecedentes de prostitución internacional itinerante, que había regresado de E.U. en estado terminal. Murió poco después posiblemente sin haber contagiado a otros. Casi simultáneamente y siguiendo un patrón similar al de la mayor parte de Europa y América -en Africa, desde el comienzo, la epidemia siguió un patrón heterosexual-, se registraron otros casos; casi todos, hombres acostumbrados a sexo con hombres, también en E.U. En rápida progresión, el mal se diseminó, aunque se mantuvo concentrado en este último segmento.
Para 2003, se estimaba que alrededor del 0.4% de la población colombiana vivía con VIH; expresado de otro modo: entre 150 mil y 200 mil personas. Aunque estas cifras corresponden a una epidemia de VIH de baja intensidad (en comparación con países vecinos donde la prevalencia ya superaba el 2.0%), no revelan a primera vista los trascendentales cambios que en realidad experimentó durante sus primeras dos décadas, a saber:.
Primero, 20 años después de haber sido reportados los primeros casos, se estimaba que ya había alcanzado a cerca del 15% de hombres acostumbrados a sexo con hombres; la prevalencia más alta jamás observada, aunque probablemente muy cercana al punto de saturación en este segmento. Adicionalmente, el virus continuaba concentrado en el mismo grupo, si bien no tanto como al comienzo. Para 2003, se estimaba que hombres acostumbrados a sexo con hombres representaban menos del 60% de las personas que vivían con el VIH, siguiendo una clara tendencia en descenso.
Segundo, fundamentalmente a partir del núcleo principal de la epidemia conformado por hombres acostumbrados a sexo con hombres, el VIH rápidamente penetró y se diseminó entre varios segmentos de la población heterosexual. Empleó diversas rutas, a saber: 1) Sexual; 2) Parenteral (penetración a través de la piel por medios físicos corto punzantes); y 3) Vertical (transmisión directa de madre a hijo). Así y siguiendo una tendencia en incremento, para 2003, se estimaba que el 40% de las personas que vivía con el VIH correspondía a heterosexuales. Principalmente como resultado de comportamientos y estilos de vida sexuales y reproductivos de alto riesgo, se generaron otros focos epidémicos, a saber: 1) Contactos de hombres bisexuales; 2) Mujeres en prostitución y sus contactos y clientes, incluidos los trabajadores itinerantes; 3) Fuerza pública; 4) población encarcelada; 5) Población desplazada; 6) Niños y niñas de la calle y 7) Adolescentes.
Es más: siguiendo una ruta diferente, la vía parenteral, el virus penetró hacia otros segmentos, incluidos: 1) Usuarios de drogas intravenosas y 2) Personas con Hemofilia. Cabe agregar más grupos aún: 1) Profesionales y auxiliares de la salud; 2) Peluqueros; 3) Pedicuritas y 4) Personas que practican tatuajes y piercing. Estos, por razones ocupacionales, están expuestos a líquidos corporales potencialmente contaminados Con VIH y otros microorganismos. La categoría de riesgo ocupacional debería incluir también a quienes viven del comercio sexual, lo cual tiene profundas implicaciones para el Sistema de Riesgos Profesionales.
Con todo, las mujeres sexualmente activas, en general, representaban el segmento más afectado en 2003. De más de 14 hombres por cada mujer, cuando se reportaron los primeros casos en Colombia hace veinte años, la relación disminuyó a cerca de 2 en 2003; de continuar la tendencia, como se espera, pronto se igualará el número de hombres y mujeres con VIH. Peor aún: muchas mujeres adquirieron el virus a partir del contacto sexual no-protegido con sus compañeros permanentes o principales que también mantenían relaciones con otros hombres.
Tercero, de la población heterosexual, a su vez, el virus comenzó a pasar en forma vertical a recién nacidos. En Colombia, a partir de 1988 se vienen reportando casos en niños y, como en casi todo el mundo, más del 90% lo adquirieron de sus madres. Para 2003 se estimaba que en Colombia había entre 4000 y 8000 niños infectados.
20 años después, lo que en realidad esconden las aparentemente inocentes cifras globales es una realidad temeraria: la epidemia de VIH-SIDA en Colombia no se ha detenido; tampoco se ha recluido en un solo segmento; todo lo contrario: se ha dispersado silenciosamente en más de 10 subepidemias simultáneas, unas más severas que otras, pero todas con su propia dinámica y, lo que es todavía más aterrador, la mayoría con autonomía suficiente para reproducirse, mantenerse y crecer, como sucede en países vecinos. Más grave aún: En 2003, prácticamente ningún segmento colombiano quedaba a salvo de la amenaza; ni siquiera el clero, donde se han venido observando casos desde hace más de 10 años.
El impacto socioeconómico ha sido más devastador todavía. En particular, su costo directo, por demandas de atención en salud, ha sido enorme; su costo indirecto aún mayor, por la cantidad de años de vida laboral potencial perdidos, ausentismo y costos de oportunidad.
Reflexionando ahora en la respuesta, además de su magnitud social, como se vio, más significativa todavía es la alta vulnerabilidad del SIDA frente a las medidas disponibles, cuya aplicación podría evitar en el futuro muchos casos de infección, discapacidad y muerte, mejorando así calidad y eficiencia en los servicios de salud. Se ahorrarían costos indirectos que superarían con creces los directos. Por ejemplo, el mercadeo social, no solo del condón, sino también de la prueba voluntaria para el VIH, a lo cual debe sumarse la atención oportuna e integral de las personas necesitadas con drogas anti-rretrovirales, representan medidas altamente costo-beneficiosas y costo-efectivas.
Así, el VIH-SIDA constituye uno de los principales desafíos para la respuesta social organizada, no solo desde la protección social, en particular, incluidos los sistemas de salud, riesgos profesionales y pensiones, sino también desde el sistema educativo. Las complejas cuestiones sicológicas y éticas inherentes a los conocimientos, actitudes, decisiones y comportamientos que colocan de cara al letal virus, inclusive a partir de la preadolescencia, deberían ser abordadas desde la escuela con la misma profundidad reservada para materias importantes. Aparte de alimentación, sexualidad y reproducción constituyen quizás el más complejo y esencial para una vida plena, por más que se pretenda silenciar el tema o disfrazarlo con sofistería.
Profesor e investigador de la Universidad El Bosque y presidente del Colegio Médico de Bogotá y Cundinamarca de la Federación Médica Colombiana, miembro de la Asociación Médica Mundial. cinssa@aolpremium.com