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POBRES PLEBEYOS

Que tiemblen las Lady Di! La era de las Letizias ha llegado. Miles de madres en el mundo están bautizando a sus hijas con este nombre como homenaje a Letizia Ortiz, la periodista que protagoniza la versión moderna de La Cenicienta y que mañana se casará con el Príncipe de Asturias.

Que tiemblen las Lady Di! La era de las Letizias ha llegado. Miles de madres en el mundo están bautizando a sus hijas con este nombre como homenaje a Letizia Ortiz, la periodista que protagoniza la versión moderna de La Cenicienta y que mañana se casará con el Príncipe de Asturias.
Homenaje? Qué va: arribismo y estupidez. Arribismo porque las madres que les ponen ese nombre a sus hijas aspiran a compartir una ínfima fracción de la sofisticación que rodea la boda real. Y estupidez porque al intentar abrazar ese pedacito de glamour, lo que logran es el efecto contrario. La gente de mundo estará de acuerdo en que no hay nada más lobo que llamarse hoy en día Lady Di, así como mañana será lobo llamarse Letizia.
Lo interesante es que esa misma gente de mundo incurre en el mismo arribismo y la misma estupidez. Todos están pendientes de la boda real: presidentes, ex presidentes, responsables de los medios y millones de personas más. Mil doscientos millones, para ser exactos, que es el número de personas que en pocas horas estará babeando frente a sus televisores, como babea un gamín frente a una panadería. Así es: los formadores de opinión que se sienten in hablando de la boda, en el fondo son tan arribistas como las mamás de las Lady Di que inundan la tierra.
Resulta patético que en pleno siglo XXI mil doscientos millones de personas en el mundo estén pendientes de las andanzas reales. Años y años de evolución política tratando de superar la verguenza de las monarquías, y a pesar de todo seguimos adorándolas. Y por qué hablo de verguenza? Porque la base de la monarquía como régimen político radica en que un puñado de personas son superiores al resto de la humanidad.
Hay que recordar que antiguamente los reyes eran percibidos como elegidos de dios. (Y ni tan antiguamente: en 1956 un sondeo reveló que la tercera parte de los británicos creían que la Reina Isabel había sido elegida por dios.) Como si fuera poco, los reyes transmiten la autoridad a sus herederos por el simple derecho de nacimiento. Nada de elecciones: simples regímenes autoritarios cuyo poder se legitima por herencia. Unos regímenes muy convenientes para la realeza, pero infames para el resto de la humanidad.
Claro que las cosas han cambiado. Si bien en Africa y en Asia sobreviven regímenes monárquicos férreos, en el mundo occidental han tenido que adaptarse a la evolución de los sistemas políticos. Los ejemplos más conspicuos de las monarquías europeas funcionan bajo pautas constitucionales, lo que significa que el poder político de los reyes ha quedado reducido a casi nada. Sus funciones pueden incluir labores como la designación del primer ministro, pero son obligaciones formales que sólo avalan los resultados de un sistema electoral.
Los reyes que sobreviven en Europa tienen una importancia simbólica como representantes de sus naciones. Por eso es comprensible que los británicos vivieran fascinados con Lady Di, así como los españoles están fascinados con Letizia. Lo que no es comprensible es que el resto de la humanidad esté pendiente de los últimos rezagos de regímenes que históricamente encarnaron el autoritarismo y la exclusión.
A quienes vayan a ver la boda real por televisión, les sugiero mirar con atención las sonrisas de la realeza. Es posible que tras esas sonrisas se esconda la siguiente reflexión: tantos siglos de historia y estos pobres plebeyos siguen babeando a nuestros pies...
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