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BALTASAR GARZÓN, INVESTIGUE A GARCÍA LORCA

El conflicto armado y la búsqueda de la paz en Colombia siguen siendo un escenario en el que oportunistas de todos los pelambres tratan de sacar provecho intentando pescar en río revuelto. El más reciente de ellos ha sido el inefable y pendenciero juez español Baltasar Garzón.

El conflicto armado y la búsqueda de la paz en Colombia siguen siendo un escenario en el que oportunistas de todos los pelambres tratan de sacar provecho intentando pescar en río revuelto. El más reciente de ellos ha sido el inefable y pendenciero juez español Baltasar Garzón.
En efecto, ahora que el conflicto colombiano tiene creciente visibilidad internacional por las conversaciones que el Gobierno ha iniciado con los grupos paramilitares con la verificación de la OEA, el señor Garzón vuelve a asumir su autoasignado papel de Juez Universal para darse un vitrinazo llamando a juicio a Carlos Castaño, la cabeza visible de los paramilitares colombianos.
Además, con mucho cálculo, lo hace precisamente en vísperas del viaje del presidente Uribe por Europa para explicar su política de seguridad democrática y solicitar ayuda y comprensión para Colombia.
De entrada sabemos que debatir estos temas públicamente y rechazar las ínfulas y las pretensiones del juez Garzón significa exponerse a ser señalado como defensor de sus acusados. El y sus áulicos en todos los paralelos lo saben y ello explica en parte su osadía y su descaro.
Por esta razón debemos ser enfáticos en decir que no es a sus acusados a quienes en esta columna defendemos, sino que aquí únicamente reivindicamos el derecho de las naciones del Tercer Mundo, Colombia entre ellas, a concluir y solucionar sus conflictos internos y darse a sí mismas una oportunidad para alcanzar la reconciliación nacional en las condiciones en que soberana y autónomamente tengan a bien hacerlo, sin la imposición, la tutela, ni el control de nadie, excepto de sus propios ciudadanos.
Este es un derecho que en el pasado han ejercido a plenitud muchos países que hoy están en el Primer Mundo, los cuales vivieron no hace mucho tiempo conflictos internos y guerras civiles tanto o más brutales y desgarradoras que las que hoy todavía padecen muchos países del Tercer Mundo, Colombia incluida.
Nadie en su momento les cuestionó a esos países, hoy pacíficos y reconciliados como naciones, que el costo de acabar con sus guerras internas haya sido el tener que aceptar dosis más o menos amplias, pero siempre presentes, de impunidad, de perdón y de olvido. Hoy esas heridas han sanado y, de manera inteligente, pragmática y bondadosa, los españoles, por ejemplo, recuerdan su guerra civil sin revanchismos ni recriminaciones, porque han resuelto vivir de cara al futuro y no amargados ni autoflagelados por tantos hechos condenables de su pasado reciente. Que los tienen, como casi todos los pueblos a los que su integración como Estados nacionales les ha costado sangre, sudor y lágrimas.
De la responsabilidad de esos hechos ocurridos durante la guerra civil española no se salvan ni monarquistas, ni anarquistas, ni falangistas, ni republicanos. Todos cometieron crímenes y tropelías sin nombre. Pero en ese entrañable país, por esos hechos no ha habido nada que se parezca al esclarecimiento de la verdad, ni a impartir justicia, ni a reparar a las víctimas. Ni los mismos españoles ni nadie lo ha exigido. La impunidad ha sido el costo que los españoles han pagado por la paz y la prosperidad que hoy disfrutan. Allá el olvido no impidió sino que favoreció la reconciliación. Tampoco ha sido el origen de nuevas violencias.
Por tanto, y por puras razones de equidad, el señor Garzón debería respetar el derecho que también tenemos los colombianos, los chilenos, los argentinos, los guatemaltecos, los surafricanos y todos los pueblos del mundo, a buscar, encontrar y aplicar nuestras propias soluciones a nuestros propios problemas. No necesitamos ni estamos requiriendo su ayuda. Es más, su ayuda nos enturbia el ambiente y nos restringe posibilidades de lograr lo que los españoles ya lograron: su reconciliación como nación. Hoy, Garzón enjuicia a un jefe paramilitar; mañana lo hará con un general de nuestras Fuerzas Militares; pasado mañana -aunque, quién sabe-, con un jefe guerrillero. Su vanidosa diligencia puede crear obstáculos adicionales a los que ya tiene un proceso tan complejo y enmarañado como el que estamos viviendo los colombianos.
En Colombia no habrá impunidad total. Tal como lo hemos hecho en el pasado, en el futuro encontraremos soluciones que nos permitan aplicar tanta justicia como sea posible y otorgar tanto perdón como sea necesario, para ir avanzando en el duro camino de nuestra reconciliación nacional. Por favor, no nos ayude.
Pero si su espíritu justiciero es tan indomable como lo pintan las revistas del corazón, ahí no más, en su propia tierra, tiene centenares, miles de casos para esclarecer la verdad e impartir justicia. Para empezar, le propongo solo uno: qué bueno sería que averiguara y le contara al mundo quiénes, cómo y por qué mataron al poeta Federico García Lorca.
Esto se lo agradecería toda la humanidad. Lo que no podemos agradecerle al juez Garzón es que se empeñe en mantener esa actitud hipócrita y de doble moral que asumen muchos europeos que, para calmar conciencia, optan por el camino fácil de darse golpes de pecho... en el pecho del vecino.
* Director de la Fundación Seguridad y Democracia
alfredorangelsuarez@yahoo.com
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