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MÍRAME FIJAMENTE HASTA CEGARME

La escuché por primera vez en la voz montuna de Daniel Orozco, Albahaca , en el callejón de los músicos con la calle 72. De eso hace tal vez 35 años. Y después al Burro , con esa voz extraña, mezcla entre Julio Herazo, Alberto Fernández y Cuco Sánchez, sí, ése, el de las rancheras del despecho y la carrilera.

La escuché por primera vez en la voz montuna de Daniel Orozco, Albahaca , en el callejón de los músicos con la calle 72. De eso hace tal vez 35 años. Y después al Burro , con esa voz extraña, mezcla entre Julio Herazo, Alberto Fernández y Cuco Sánchez, sí, ése, el de las rancheras del despecho y la carrilera.
El que los cachacos la hayan descubierto tan extemporáneamente no es raro. Casi siempre es así, salvo con esas cosas horribles que muelen con acordeón y codicia, pero sin estética ni piedad, las disqueras del vallenato. Esas las descubren primero ellos. Puede que hasta un cachaco como Enrique Santos, mitad Anapoima y mitad Caribe, entenado de ambas, no pusiera demasiada atención a Mírame por estar siempre pendiente de lo que le ocurriría a esa casquivana que Pablo Flórez supuso tan inútilmente regresando a Ciénaga de Oro.
La culpa es también de Vetto Gálvez, barranquillero, según corresponde, quien no sólo desengavetó la hermosa canción, sino que le armó una cipote versión a piano. El éxito de Gálvez es el mismo, pero menos inédito, de Albahaca y el Burro , quienes, por razones de su voz, estilo y forma de pitar el acordeón y rascar el requinto, la interpretaron siempre en tono menor. Y las cosas en tono menor, o en tonalidad menor como dicen los expertos, se acomodan mejor al espíritu romántico de la letra y a las claves, también románticas, a veces inéditas hasta para el compositor, que tienen las melodías.
Julio Oñate Martínez, por ejemplo, en su estupendo El abc del vallenato, sostiene que el éxito de la Gota fría radica en el inesperado tono menor que le sobreviene a la melodía después del segundo interludio. Y ese habría sido un acierto no de Emilianito, su ilustre compositor, sino de Buitrago, cuando la interpretó. Abundan, por lo demás, los ejemplos de canciones románticas de gran aliento y recordación que fueron compuestas, o simplemente interpretadas, en el tono menor.
Es, tal vez, la clave del éxito de Callate corazón, del mismo Tobías Enrique, interpretada en ese tono confidente, de menos revoluciones, de mayor distancia o morosidad entre ruido y ruido. O entre una nota y otra nota. Llama la atención, sin embargo, que Cállate corazón lograra un éxito notablemente mayor que Mírame, grabada hace décadas por primera vez por Bovea y después con voz y acordeón de Colacho.
Ni los expertos escapan a esa predilección que Vetto Gálvez acaba de reversar. El propio Julio Oñate, por ejemplo, reparó más en Callate corazón. Lo mismo hace Alfonso de la Espriella en su Historia de la música en Colombia. Y Daniel Samper excluye Mírame de su antología de Los 100 años del vallenato. Nos queda a Albahaca , al Burro , a De Gaulle, a Bareta y, claro, a quienes bebíamos mientras ellos la interpretaban, el haber suplicado invariablemente, parranda a parranda, y antes que nadie, que nunca nos desampararan de aquella mirada peligrosa.
Por lo demás, el disco de Gálvez, que conocí, como casi todo el mundo, gracias al efectivo boom radial que merecidamente le instauraron, es estupendo. La selección, que al contrario de la mayoría de los CD que apenas traen un par de canciones aceptables entre un montón de basura, es válida, con hielito o sin él. Acierto, por ejemplo, incluir de Emiro Zuleta Igual que aquella noche, que tuvo un reconocimiento injustamente efímero cuando la interpretaron los hermanos Zuleta. O fue Oñate?
Nosotros ya nos habíamos tomado la libertad hasta de cambiarle de nombre. La rotulamos desde hace años La canción del optimista, porque no de otra manera puede ser juzgado quien se atreva a esperar que sean todas las noches, como fue la noche aquella . Pretencioso el muchacho.
No hay que preocuparse, como todavía los hacen algunos falsos puristas, de los audaces arreglos musicales del Mírame para piano, ni de la incorporación de nuevos instrumentos en la interpretación. Ya Carlos Vives demostró hasta la saciedad que, respetando lo esencial, las modernizaciones se constituyen en garantía de estabilidad y desarrollo de las culturas locales. De hecho, lo que hizo Vives debería servir para que en cosas menos serias que la música, por ejemplo la política y la economía, se hagan intentos similares. Este país podría matar muchos de sus fantasmas con la receta simple de Vives. O de Gálvez. Sólo lo nuevo puede salvar la memoria ancestral. Y al revés. De hecho, Luis Enrique Martínez revolucionó el vallenato con la ayuda de un carpintero, alterando la disposición de pitos y bajos. Y Alfredo Gutiérrez interpretó hace años a Mozart y a Bach en aire de paseo. Sin permiso, claro.
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