In memoriam.
29 de julio de 2004.
Oh qué mente tan noble, derribada!.
De cortesano, de soldado, de estudioso,.
Mirada, voz, espada!.
La expectación y rosa del Estado,.
El espejo en que todos se miraban,.
El molde de la forma, el observado.
De cuantos observaban!.
Ofelia, en Hamlet, de Shakespeare.
Dulzura, coraje y decencia fueron tus cualidades más sobresalientes hasta el final. Qué duro fue dejarte partir. Dentro de ese conjunto de luces y sombras que formaron tu extraordinaria personalidad y tu innegable inteligencia, en el que el anacoreta que fuiste no reñía con el mundano, ni el austero con el pródigo, ni el sencillo con el refinado, ni el enigmático con el transparente, ni el severo con el bondadoso, ni el directo con el discreto, lo que verdaderamente fuiste para mí fue un obsequio de Dios.
Mitad hombre y mitad eternidad. Naciste para las causas más nobles, por las que te entregaste casi toda tu vida: defendiendo al oprimido, educando al ignorante, protegiendo al débil y respetando lo ajeno. Bien sea investido de hombre de Estado o como ciudadano común, jamás dejaste un día de pelear por la justicia social, dentro de un marco de orden y ley, Cuántas batallas libramos juntos! Cuántos secretos de héroe en silencio te llevaste a la tumba! Cuántos tormentos y sacrificios acallaste en tu alma profunda y misteriosa!.
En ti encaja lo que decían de Talleyrand: "No tuvo más enemigos que los enemigos del Estado, ni más intereses que los intereses del Estado". Qué amor tan grande a tu Patria... " Será que jamás podré ver a mi país en paz?", solías preguntarme. "Yo nací en épocas de violencia -agregabas- y sé que me voy a ir sin verlo en paz". Despreocupado en lo personal, nadie te pudo tocar, eso sí, un pedazo de mar, cielo o suelo colombiano, un soldado o un ciudadano común arbitrariamente, sin que salieras inmediatamente en su defensa. Y de ti también se puede decir que "un viejo soldado nunca muere, simplemente se desvanece". Allí, siempre estarás como un vigía espiritual...
Compartí del hombre lo mejor que puede dar un ser humano; aunque enamorado de tu soledad, te aferraste a mi mano y con tu amor incondicional me condujiste por todos los laberintos de tu insondable sabiduría: música, arte, historia, literatura, filosofía, religión, teatro, poesía, zoología... Mente tan prodigiosa la tuya! Tanto que, cuando viajábamos, los guías en los museos se extasiaban oyéndote a ti y no tú a ellos, y con qué humildad les narrabas los hechos que, curtidos en sus relatos, ellos apenas esbozaban. Te acuerdas del guía en Creta? Que no te quiso recibir la plata del recorrido porque tú le habías enseñado más? Finalmente terminamos almorzando con él, ya en cercana amistad cultural contigo.
Sin embargo, toda esa erudición era insuficiente para tu escéptica y profunda sensibilidad. Siempre curioso con todo cuanto pasaba en el mundo, lo que en el fondo buscaste fue tu encuentro con Dios. Tu inmenso amor y conocimientos los agradezco y atesoro, pero, sobre todo, valoro la devoción al país y a la naturaleza que siempre me inculcaste. Por eso lloré amargamente cuando, al regreso de tu entierro, Laura y yo revisamos tu Internet y vimos que lo último que habías investigado era sobre una misteriosa enfermedad que atacaba a las ballenas azules. Jamás, en ocho meses de enfermedad, te quejaste o hiciste un reproche de la tuya, pero qué preocupación por las ballenas azules... Mi dolor es avasallador y diario, pero mi amor por ti sigue inmutable.
Te dejé arropado entre tierra colombiana y rodeado de colombianos del común, a quienes tanto querías y siempre defendiste, y por los que hubieras entregado tu vida. Ese es el maravilloso legado de sencillez y austeridad que transmitiste como ejemplo.
Sé que tu amor por mí te impedía irte del todo, pero sé también que ya tenías necesidad de ascender a la inmensidad de los espacios infinitos y tenías añoranza de Dios, a quien todos los días le ofrezco mi callado sufrimiento, para que pueda ir tejiendo esa red misteriosa de hilos dorados que lleven mi alma a la morada que El te tenía preparada y donde espero compartir contigo por toda la eternidad.
Marta Blanco de Lemos