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EL CARTERO LLAMA TRES VECES

Todas las mañanas guarda en su tula los secretos de otros, aquellas historias de amor, de amistad, de guerra y de negocios. Y en la tarde los entrega, pero luego de haberlos protegido como si fueran sus propios secretos. Ese, al fin y al cabo, ha sido su oficio durante los últimos 23 años. José Domingo Romero nunca se ha preguntado qué tendrá esa carta de colores o esa otra con aromas o esa tan gruesa o cada una de las 500 y hasta tres mil que recibe cada mañana, ordena en su casillero y luego entrega a su dueño durante el transcurso del día.

Para él eso es lo de menos. Su tarea, desde que ingresó a la Administración Postal Nacional, Adpostal, es entregar la correspondencia y darles confianza a aquellas personas que no conoce pero que, sin saberlo, le confiaron sus secretos escondidos en unas cuantas líneas.
Empezó a los 26 años recogiendo la correspondencia de los buzones. Eran tiempos distintos, donde había menos vehículos y personas y caminar era más fácil. Pero luego pasó a ser cartero, a llamar una y dos veces a la puerta.
Recorría a pie y con su tula a cuestas el sector que le correspondía, pero después lo empezó a hacer con una bicicleta que él mismo adquirió porque era difícil soportar, durante el día, cerca de dos arrobas de historias.
De sus primeros años recuerda aquel día cuando, camino a la oficina para entregar el reporte y con su tula vacía, le robaron todo lo que llevaba. Y esa ocasión cuando por inexperiencia terminó el trabajo a las siete de la noche. No organicé bien el recorrido porque pasaba varias veces por el mismo lugar .
Hoy, una moto de Adpostal lo acompaña para cumplir con su función en un lugar específico, entre las carreras 24 a 30 y las calles 8 a la 13, que conoce a la perfección porque trabaja allí desde hace tres años. La filosofía de la Administración es evitar tanta rotación de personal con el fin de especializarlo en un sector y agilizar la labor diaria.
Los habitantes de esa zona, barrio el Ricaurte, ya lo conocen y él también ha aprendido a identificarlos y, en algunos casos, a soportarlos. Las mujeres son más difíciles que los hombres. Hay una, por ejemplo, que es malgeniada y cada vez que me ve dice ya vino a traerme eso . Se refiere a las facturas de los servicios porque no le gusta recibirlas. Hay de todo. Señores muy atentos y respetuosos, jóvenes que saltan de la felicidad cuando reciben cartas del novio o de los padres...Y claro!, las mujeres coquetas .
Pero él es serio. Prefiere reservarse los comentarios. Simplemente entrega la carta y guarda en su memoria las expresiones que ve en los rostros de los otros.
Qué día! Hay unos días que sólo tiene que despachar 500 cartas, regresar a la oficina para hacer las devoluciones y recoger el correo a domicilio para visitar otra vez la calle, entregar la correspondencia y regresar a casa. Pero otras mañanas, su tula se llena hasta con cuatro mil impresos e ignora a qué hora podrá encontrarse con su esposa y sus tres hijos.
Los lunes y los primeros días del mes son los más pesados del año. Los lunes, porque hay oficinas que no funcionan los sábados y esa correspondencia se acumula. Y la primera quincena del mes, porque se deben distribuir los estractos bancarios, los recibos de arriendo y servicios públicos.
Sin embargo, cada vez que José Domingo observa el saco con la correspondencia de cada sector, toma la que le corresponde e inicia el proceso de clasificación sin importarle si es mucho o poco lo que tiene que entregar. Para él, lo más importante es el contacto con la gente.
Es un trabajo ingrato y él lo reconoce porque sólo gana 180 mil pesos aunque hace 23 años trabaja en Adpostal. Sin embargo, olvida todo por momentos aquella felicidad que gracias a él sienten quienes reciben una carta esperada o el pobre salario para añorar el día en que alguno de sus hijos sea cartero y llame una, dos o tres veces a una puerta como lo ha hecho él tantos días.
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