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MALOS SÍNTOMAS

La Asamblea Nacional Constituyente está perdiendo grandeza. Convocada por el pueblo colombiano con el urgente propósito de buscarle respuestas y salidas institucionales a la grave crisis política y moral del país, el alto cuerpo empieza ya a caer en los mismos pequeños y odiosos vicios mecánicos que han caracterizado la vieja política colombiana y que han desacreditado a sus corporaciones públicas, empezando por el Congreso Nacional. Antes aun que la Constituyente sea formalmente instalada y comience a deliberar, algunos de los grupos, movimientos y partidos representados en ella y no pocos de sus miembros se han engarzado en una querella por las investiduras. Esa actitud reproduce, en detalle, las que se suscitan cada año en el Parlamento o cada dos meses en los Concejos Municipales y en el Distrital.

Cuando todos dábamos por descontado que la jerarquía de la Constituyente estaría por encima de pleitos mezquinos, se nos sorprende con la noticia de que algunos movimientos han resuelto pactar coaliciones que tienen por objeto introducir dentro de la Asamblea el sistema del reparto por cuotas grupistas de las dignidades, al que se añade la idea de nombrarle tres presidentes y doce vice-presidentes, entre quienes se rotaría cada mes y medio, o algo así, la misión de orientar los debates de la Corporación. Porque vale la pena observar que otra de las iniciativas que circulan por ahí, es la de elevar de dos a cuatro el número de vice-presidentes, para que todos quepan en la partija y queden satisfechos con ella. Algo similar ocurriría con las Comisiones, lo que convertiría la Constituyente en una curiosa Asamblea con más directivos que integrantes comunes y corrientes, muy parecida a ciertos ejércitos de Centroamérica, que tienen más generales que soldados. Esto, desde luego, no es serio y tiene además un desagradable sabor a componenda. Sin embargo, todo indica que esta partija en el espacio y en el tiempo es un hecho acordado y que a esa propuesta se ha sumado ya el número de constituyentes necesario para que se convierta en realidad.
Pero lo que más sorpresa produce de toda esta desfiguración de lo que la Constituyente realmente significa y de este regreso a la política de cuotas y de canonjías que se pensaba iba a superar la Asamblea, es que tanto una cosa como la otra sean promovidas por movimientos que llegaron a la Corporación prometiendo acabar con argucias y vicios como esos. Tal es el caso del M-19, que en su primera intervención política está demostrando para desconcierto de quienes votaron por él creyéndolo otra cosa que en materia de resabios clentelistas y mecánicos y de combinaciones habilidosas, en nada se diferencia de los partidos tradicionales o de movimientos que han surgido de su seno, como el de Salvación Nacional.
Hay una extraña conjura antiliberal y a los liberales les duele esta coalición, porque sin querer darle un carácter partidista a la Constituyente, creemos indispensable que los partidos no pierdan en ella su importancia ni su identidad, y por el contrario, las recobren gracias a sus proyectos, la defensa de reformas necesarias o el arreglo de otras situaciones institucionales, que sin constituir una colcha de retazos , satisfagan la razón de ser de una Constituyente con sentido histórico.
Hay que darle majestad y grandeza a la reunión. Los partidos pueden ponerse de acuerdo y lo deben hacer con las demás agrupaciones llevadas a la magna asamblea, para trabajar por la patria. No en plan de conseguir posiciones directivas. Si ello es así y la Constituyente no busca otra finalidad que repartirse los puestos de mando y aprovechar para dar golpe de gracia a las colectividades tradicionales, no va a resultar. Sin grandeza nada se consigue. Con ella todo es posible.
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