A pesar de esto, y aunque para muchas personas suene a despropósito, hay quienes todavía pretenden que el centro se convierta en el símbolo de Bogotá.
Y el Museo Nacional, que es, a su vez, uno de los grandes símbolos culturales de los bogotanos, pretende convertirse en el eje de esta oportuna recuperación, en cuanto se refiere al arte.
Sólo hay un inconveniente. El museo está ubicado en el antiguo panóptico, que está considerado como el primer monumento histórico de los bogotanos. Pero el terreno de esta antigua cárcel no le pertenece en su totalidad. Lo comparte con el Colegio Mayor de Cundinamarca y el colegio Policarpa Salavarrieta.
Por eso, el 70 por ciento de la colección incluida, por ejemplo, la muestra de arte internacional reposa en bodegas. No hay dóde mostrar estos tesoros que les pertenecen a todos los colombianos.
Lo irónico es que el Museo debería tener la opción de ampliarse, ya que sus vecinos los colegios antes mencionados bien podrían trasladarse a otros puntos de la ciudad, y en mejores condiciones, como a los predios del Salitre que están reservados para instituciones educativas.
Pero hay quienes han tejido ocultas ardides para impedir que este sueño de los amantes de la cultura se haga realidad.
El pasado 14 de junio el Museo estuvo a punto de perder para siempre su oportunidad de expandirse. Una solicitud que llegó al despacho del Gobernador de Cundinamarca pretendía este favor a cambio de becas para los políticos de turno. El gobernador, por fortuna, frenó lo que hubiera constituido una verdadera catástrofe.
Pero sigue la pelea, y alguien debe tomar cartas en el asunto. El Museo Nacional cuenta con planes concretos para realizar a su alrededor la gran manzana de la cultura: una necesidad de los bogotanos.
Alguien debe tomar cartas y entender que los colegios pueden ser trasladados, pero no el Museo.