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LAS GRANDES PASIONES DE UN ESCULTOR

A sus 80 años (muy bien llevados), Eduardo Ramírez Villamizar, el gran escultor colombiano, el artista del rigor, el orden y la geometría, de lo esencial, confiesa, con su humor híspido, haber tenido una educación sexual hiperprecoz (como dirían algunos de sus sobrinos nietos), pues se pateó romances en brazos de sus numerosas hermanas cuando él servía no solo de pretexto para pasear al niño , sino de involuntario correo de besos. La intuición de que algoextrañoi sucedía me gustó y esperaba repetición en ocasión que nunca llegó, cosa que ha perturbado mi vida , dice riéndose por lo bajo y como haciéndole concesiones a su timidez legendaria, no exenta de coquetería.

Margarita Vidal
A sus 80 años (muy bien llevados), Eduardo Ramírez Villamizar, el gran escultor colombiano, el artista del rigor, el orden y la geometría, de lo esencial, confiesa, con su humor híspido, haber tenido una educación sexual hiperprecoz (como dirían algunos de sus sobrinos nietos), pues se pateó romances en brazos de sus numerosas hermanas cuando él servía no solo de pretexto para pasear al niño , sino de involuntario correo de besos. La intuición de que algoextrañoi sucedía me gustó y esperaba repetición en ocasión que nunca llegó, cosa que ha perturbado mi vida , dice riéndose por lo bajo y como haciéndole concesiones a su timidez legendaria, no exenta de coquetería.
Rodeado de una vegetación lujuriosa, en lo que queda de los bellos cerros de Suba, accede a un rato nostálgico y se pone a evocar jirones de su niñez en Pamplona, ciudad que fundaron Pedro de Orsúa y Ordún Velasco en el valle del Espíritu Santo hace ya 453 años!
Pamplona era una villa muy religiosa, donde el arzobispo era más importante que el gobernador y el alcalde. Una ciudad de curas, monjas, seminarios y conventos, donde se vivían los misterios y los horrores de la Historia Sagrada, de las torturas de los mártires comidos por los leones, de iglesias cuya música de órgano y olor a incienso me quitaban la respiración y cuyas imágenes me dejaban en trance. Yo quería ser mártir y sufrir torturas (ojalá leves) para irme derecho al cielo; algo que he revaluado en los últimos setenta años!
Rezos y salves entrelazados con las historias terribles que la bella y misteriosa Adela Villamizar inventaba para sus hijos mientras les clavaba unos ojos de color agua y hondura de esfinge. Era cuando a Eduardo la imaginación se le desbocaba y terminaba queriéndose comer las gemas, los retales de plata y, quizá, uno que otro pescadito de oro en el taller donde su padre conjuraba sus aleaciones y a lo mejor perseguía, como todo joyero que se respete, la esquiva piedra filosofal.
Era cuando, antes de que la pasión por el arte lo atropellara sin compasión, este niño canijo y desgarbado levantaba a su paso conmiseración general hacia su digna madre (La pobre Adela) porque iba por la calle bailando, recitando con ademanes grandilocuentes e inventando toda clase de historias fantásticas. Fue después, durante su vida en Cúcuta, cuando se encarnizó con las colecciones y se aficionó de por vida a obtener toda clase de objetos. Solo que no juntaba aparatosos mascarones de proa, como Pablo Neruda, sino postales de obras maestras, poesías y flores secas, caracoles irisados, fotografías de artistas de cine como Dolores del Río, Adolphe Menjou y Greta Garbo antes de su olímpico repudio del estrellato y la fama.
Fue también cuando renunció a escribir poesía porque le salió, según dice con travesura, una especie de copia de las aventuras de Tarzán . En cambio, el dibujo lo desarrolló a una velocidad supersónica y descrestaba a los profesores con sus trazos a la acuarela. A la clase de botánica llevaba las tareas ilustradas con dibujos copiados del natural... Abundaban allí curubas, de la familia de las pasifloráceas; las manzanas y las naranjas, cuyo volumen casi que se salía del cuaderno. Era tal la pasión que hasta en la clase de historia dibujaba las peripecias de Napoleón y hacía retratos de Santander y muchos otros hijos epónimos de Santander.
No le cupo duda, por lo demás, de que lo suyo era un don porque cuando sus hermanas le llevaron de Bogotá una caja de óleos, pinceles y una paleta, arrancó a copiar, en formato de 50 por 80 centímetros, una madona de Rafael (La Virgen de la silla), que le quedó idéntica, con carnaduras perfectas, sin entender una jota de técnica! Desde entonces, la pintura y los viajes (cuando viajó a Bogotá) han sido dos de sus grandes pasiones.
Me dicen que desde hace algún tiempo les ha perdido el gusto a los viajes, usted, que ha sido ciudadano del mundo y que ha vivido en Nueva York y París por varios años...
Entrecierra los ojos en un gesto característico y piensa un poco antes de responder con socarronería. Ya mis viajes internacionales son de Bogotá a La Vega, donde tengo una finquita con colecciones de naranjos y orquídeas. Dejé los viajes porque cuando uno se sube a un avión ya no tiene voluntad! La aerolínea se apodera de uno y hace lo que le place. Desde dejarlo en una ciudad que no es su destino, hasta obligarlo a comerse un sándwich horrible de jamón viejo. Ya no me someto a ese escarnio.
A sus 80 años (muy bien llevados), ha montado en el campus de la Universidad de Antioquia, en Medellín, su última exposición con muchas de sus esculturas monumentales de siempre y la bella producción más reciente, que forja en sus divinas maquetas hechas en madera, cartón o acrílico y que luego son interpretadas en metal por sus ayudantes.
A lo largo de las últimas décadas en que, por diversas razones lo he entrevistado, nunca ha perdido usted la esperanza de que haya cada vez más personas que entiendan y disfruten su obra. Cree usted que ha llegado el momento?
La exposición de Medellín fue magníficamente montada por Oscar Posada. Diariamente la ven miles de alumnos. Con que la miren bien unos veinte es suficiente. Le dije al rector que no era necesario explicarla. Para mí es importante que haya un puñado de estudiantes que llegue con buena disposición a mis obras y que mis esculturas se comuniquen con ellos y empiecen a mostrarles su belleza.
Lo anterior es como una digresión, porque vuelve a internarse en sus recuerdos de juventud en la Bogotá que estrenaba la Universidad Nacional; en sus estudios frustrados de arquitectura, donde nunca se sintió cómodo; en su traslado, a escondidas de la familia, a la Facultad de Bellas Artes, donde nadó a sus anchas; en sus épocas de bohemia, de aguardiente y parrandas desde el sábado hasta el domingo; en el guayabo de no saber muy bien lo que pudiera haber ocurrido... Una bohemia de intelectuales, con el trasfondo de la revista Mito, en cuya carátula apareció por primera vez un artista: él, amigo del poeta Jorge Gaitán Durán, fundador y propietario; de Eduardo Cote Lamus, quien después desposaría a la bella Alicia Baraibar; de Virgilio Barco y Gustavo Vasco, de Gilberto Hernández y Arturo Laguado. Epocas de compartir apartamento y pobreza, cuando la criada no encontraba qué cocinar y les prestaba del exiguo salario que le pagaban (ese sí), religiosamente.
Por esas calendas tuvo el encuentro más importante de su vida y el inicio de una amistad que ha tenido altibajos, pero que no duda en calificar como la más importante experiencia de su vida: conoció a Edgar Negret, a quien considera el artista colombiano de talla internacional más importante. Fotos de la época inmortalizan a un Negret apuesto, moreno de verde luna , nervudo y brioso, que llegaba de Popayán luego de haber sido discípulo del gran escultor español Jorge de Oteiza, quien, invitado por la Universidad del Cauca, hizo una gran labor en la ciudad de los abolengos dando clases de cerámica y conferencias, trayendo libros de España y acercando el mundo europeo. Oteiza descubrió rápidamente el talento de ese personaje tan especial y le dedicó a Negret lo mejor de sus enseñanzas.
Cuando conocí a Negret, estaba enriquecido por esos dos años de experiencia, y todos esos conocimientos me los transmitió a mí, a su vez enriquecidos y elaborados por él. Ese encuentro fue importantísimo para mí y siempre lo consideraré una de las cosas más maravillosas que me han pasado en la vida. Es el artista más original y más importante que ha existido en toda la historia del arte colombiano.
Ramírez recuerda ahora que una de las razones por las cuales cambió su incipiente carrera de pintor figurativo (excelente, por cierto) por la de escultor fue el impacto que le produjeron en México las esculturas precolombinas, llenas de relieves y que le parecieron más interesantes que las dos dimensiones de la pintura. Poco a poco empecé a hacer mis propios relieves y estos se fueron saliendo del muro cada vez más, hasta que se convirtieron en esculturas.
Y se salió tanto que pasó usted a hacer esculturas monumentales, en las que las personas se integran a su obra...
Sí, en realidad, durante mucho tiempo pensé que valía la pena hacer grandes obras para que se salieran de los museos y de las colecciones particulares para integrarse a la ciudad y al campo y con las cuales la gente pudiera casi interactuar. He tenido la suerte de que muchos de mis proyectos para esculturas monumentales pasaran de maquetas a ser arte de grandes dimensiones.
Metiéndome en sus recuerdos, empiezo a recordar a mi vez que hace tantos años que lo conozco y he entrevistado con alguna periodicidad (no es dado a las entrevistas, ni a la figuración, mucho menos al ajetreo social), que sus recuerdos hacen ya parte de los míos. Como su vida en París, donde aprendió arte, a vivir, a pensar, a comer, a hacer el amor y donde vivió ocasiones de tan extrema pobreza, que sus amigos le pidieron al consulado que le diera el tiquete de regreso y de donde salió llorando. Me subí al tren que me llevaría al barco, como si me subiera al cajón con destino al cementerio.
Recuerdo que fue la misma oportunidad en que se cuestionaba por haber permanecido doce años en Nueva York. Me fui quedando, quedando y nunca supe muy bien por qué. Es una ciudad difícil, violenta, donde se necesita tener mucho empuje y ser muy agresivo, todo lo contrario de mi personalidad. Nueva York es una ciudad que hay que lanzarse a conquistar...
Tímido, ascético, en ocasiones (muchas) hermético, es casi un milagro haber logrado las evocaciones que hoy hace este ser que sabe guardar las distancias, que intimida a muchos, que se repliega sobre sí mismo, pero que dice no aburrirse jamás teniendo todavía tanto por hacer y leer, con la música que le falta por escuchar, las colecciones por iniciar, las esculturas por legar y que le harán compañía a la obra soberbia que le ha legado a su Pamplona natal en el museo que lleva su nombre y que cobija a más de sesenta artistas colombianos que donaron sus obras y donde quiere que permanezcan sus esfuerzos de tantos años. Le aterra que desaparezcan en un país sin memoria como el nuestro.
Se siente usted, a los 80 años, realizado como persona y como artista, maestro?
Sí . Contundente y escueta, como su obra, la respuesta. Como ella, sobria. Sin retórica. Simple. Mientras tanto, ha caído la tarde y el jardín se anima en una sinfonía de luces y sombras. De plantas exóticas. Como los enormes cactus blancos que tiene en su finca de tierra caliente y cuyas flores duran solo una noche. Flores que hacen eclosión en el ocaso y se van con el alba. Todo lo contrario de lo que pasará con esa obra maravillosa y sólida que lo convirtió, al lado de la de Negret, en piedra angular del arte moderno. Como dijo el crítico Eduardo Serrano ante una de sus últimas exposiciones: Ramírez se sostiene en su libre interpretación de las razones matemáticas y en el orden y el rigor como valores prioritarios de su producción .
Margarita Vidal
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