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Una niña de 4 añitos -de esa cortísima edad-, que iba de la mano de su abuela en una de las estaciones de TransMilenio, fue víctima de un miserable que le arrancó el implante coclear (aparato auditivo), al que la pequeña se comenzaba a adaptar mediante terapias en un centro especializado. Ese individuo, él sí con todos sus sentidos atrofiados, pensó en el valor del aparato, pero no en que este era la esperanza de que esa pequeña pudiera escuchar todo lo que este mundo le ofrece: las voces de padres y maestros, la música, los divertidos diálogos de las historietas animadas, todo. Ese individuo, ciego del alma y de la mente, le quitó el sagrado don de escuchar.
Cómo alguien puede cometer un acto tan ruin y cobarde que nos sorprende y duele a todos? Por eso nadie puede ser cómplice. Si alguien está vendiendo un implante coclear, como quien ofrece una joya robada, hay que denunciarlo. Pues de hecho es una joya, pero pertenece a una inocente niña de 4 años, que lo necesita con urgencia. Más le valdría al ladrón arrepentirse y devolverlo, pues le estaría reintegrando felicidad y esperanza a la pequeña.
Por otra parte, es verdad que la Policía tiene muchos frentes que atender, pero no debe hacer oídos sordos a los robos en TransMilenio. Este sistema de transporte, tan valioso para miles de bogotanos, no puede convertirse en zona de asaltantes, que aprovechan momentos de congestión para robar, hasta del oído de una niña.