Son varias las lecturas que pueden hacerse del evento electoral que culminó el pasado 26 de mayo, cuando el 45.4% del potencial electoral decidió sobre la persona que dirigirá los de s tinos del Estado durante el próximo cuatrienio.
Alvaro Uribe Vélez fue elegido con una abstención del 54.6%, pero no es el ganador. La abstención con ese elevado porcentaje no puede declararse ganadora, porque allí se suma el miedo, la coacción y la falta de garantías.
No ganaron algunos generadores de violencia, porque encontraron una respuesta contraria a sus intereses en las urnas. No ganó el bipartidismo porque los azules llegaron sin candidato pero mimetizados y los rojos se quedaron en el intento.
La izquierda democrática avanzó, más por Garzón y su postura conciliadora, pero tampoco ganó.
La ganancia está por llegar, si se capitaliza esta experiencia en términos de posiciones ideológicas. Hubo un resultado electoral sobre el candidato que aglutinó la derecha y los votos emotivos, marcando el lindero con un sector de centro izquierda y de la izquierda democrática, que para la madurez democrática debe generar un gobierno y una oposición con garantías.
La ganadora del proceso puede ser la democracia, sí y solo si se construyen partidos políticos con identidad ideológica dentro de un esquema real y no formal de pluralidad, con tesis políticas partidistas y no emotivos discursos electorales reeditados en cada campaña.
A partir de ahora, si queremos ganar todos, debemos exigir del gobierno honestidad y de la oposición democrática propuestas, condición necesaria para derrotar la corrupción, la violencia y definir el nuevo modelo de estado que permita un escenario de convivencia pacifica y plural, con políticas de Estado y no de gobierno.
* Psicopedagogo