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DE HIPÓCRITAS Y CÍNICOS

Espero que Antonio Caballero jamás vuelva a escribir en contra del narcotráfico. Por mi lado, ya me cansé de escuchar a quienes consumen coca criticar el tráfico de drogas, pues la persona que hace lo primero, carece de autoridad moral para condenar lo segundo. De igual manera, si un ladrón afirma que robar es malo, su juicio no carecerá de sentido, pero sí de piso moral. Y este caso es peor, porque Caballero es un periodista, un representante de uno de los sectores más golpeados por la furia del narcotráfico. Cómo explicar semejante incoherencia, en donde una persona fomenta un negocio que ha criticado con vehemencia? Porque una cosa es evidente: no se puede censurar el narcotráfico si se contribuye a sostenerlo. Quizás valga la pena decirlo de una vez por todas: los responsables del narcotráfico son más de los que parecen, y también en Colombia, y no solo en los países industrializados, se encuentra atrincherado su mayor aliado: la hipocresía de los consumidores. En efecto, vario

JUAN CARLOS BOTERO
En ese sentido, el caso de Caballero es insólito. En su columna antepasada, no solo reconoce que mete droga, sino que lo compara, entre otras cosas, con comer papas fritas. Por supuesto, uno espera un análisis más serio de un columnista de prestigio, pero además espera una posición más limpia y consecuente. Caballero fustiga la hipocresía de Carlos Ossa y de quienes cuestionan la legalización, pero su propia hipocresía es monumental si recordamos sus artículos después de la muerte de Luis Carlos Galán. Cómo se puede repudiar la violencia del tráfico de drogas y a la vez formar parte del mismo tráfico? Y por favor, que no me vengan ahora con tonterías. No me vengan con la excusa cínica y nacionalista de que los causantes de esa violencia solo son gringos: se trata de un negocio violento en donde no importa la nacionalidad, pues es tan responsable el consumidor y el productor gringo que el colombiano, el peruano o el boliviano. Ni me vengan con la teoría infantil de que quien mete no es un colaborador ni un hipócrita porque el negocio debería ser legal. Lo cierto es que por ahora es ilegal, y por ahora produce violencia, y, por ahora, si se forma parte del mismo, se es en parte culpable de su existencia. Ni me vengan con que esta posición es moralizante. Eso es lo que falta en Colombia, moralidad, y mi objetivo, más que moralizar, es pedir un poco de coherencia, y que quienes apoyan el narcotráfico (alimentando el consumo o la venta) no se sientan tan puros como para luego criticarlo.
Hoy en día, ya no es raro entrar al baño de un bar o de una fiesta y oír los sorbetones de las narices aspirando líneas sobre las tapas de los inodoros. Esto es alarmante, pero lo es todavía más que ese consumo personal, frecuente o esporádico, no se perciba como parte del complejo tráfico de drogas, y que la mayoría de esos rumberos se sientan tan ajenos al negocio que inclusive lo censuran. Eso es el colmo de la hipocresía, y quizás más si se trata de un periodista, o sea, alguien que ha visto las aceras bañadas con la sangre de sus colegas, asesinados por sicarios pagados con dineros de un tráfico que la persona ayuda a mantener.
Es curioso: se ha dicho mil veces que el problema del narcotráfico es responsabilidad de todos, y aunque todos han reconocido que eso es cierto, muy pocos se han preguntado en qué consiste su propia responsabilidad. También se ha explicado hasta la saciedad que este negocio se rige como cualquier otro por la ley de oferta y demanda. Fomente alguna, y se está nutriendo el negocio. Nutra el negocio, y se está participando, en alguna medida, de sus consecuencias. Ahora, es fácil defender un consumo personal alegando que ese aporte es mínimo frente a la dimensión global del problema, y que los auténticos responsables son otros más poderosos, pero esa tesis ignora que ellos no son los creadores del negocio sino parte de él, y para que éste exista, requiere productores y consumidores, grandes y pequeños. En últimas, los culpables del narcotráfico y de su estela de violencia, son quienes, en cualquier forma, avivan el negocio. O alguien cree que éste podría subsistir sin pequeños consumidores?
Lo irónico es que Antonio Caballero colaboró durante años con El Espectador, un diario cuyo director fue asesinado por denunciar el narcotráfico y que por poco queda convertido en un montón de escombros por la misma razón (y a propósito, dónde está la condena de ese diario a Caballero, o acaso piensa que su defensa del consumo no se relaciona con el flagelo que los ha azotado?). Pero estos tiempos no están para ironías, sino para posiciones claras y honestas. Lo demás es burlarse de un país que ha sufrido como pocos por culpa de los cínicos, aquellos que, alegremente, se mofan de los sacrificados.
JUAN CARLOS BOTERO
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