Trastear municipios enteros es una realidad y un mal necesario en Colombia. La extrema vulnerabilidad del país a los fenómenos naturales, sobre todo al invierno, se conjuga con factores sociales y de ordenamiento territorial, para crear situaciones de calamidad en las que, por ejemplo, es más fácil mover cien casas que cambiar el curso de un río.
El invierno es lo que más nos afecta, porque el país tiene mucho potencial hídrico, lo cual favorece las inundaciones y -en combinación con la deforestación- los deslizamientos , explica Eduardo José González, responsable de la Dirección General para la Prevención y Atención de Desastres (Dgpad).
El nivel de precipitaciones en Colombia (3.000 mm de media anual) es casi el doble del promedio latinoamericano y más del triple de la media mundial.
La Dgpad ha identificado seis municipios en peligro, que eventualmente deberían ser reubicados, en todos los casos debido a factores hidrometeorológicos: La Sierra (Cauca), Bocas de Satinga y Tumaco (Nariño), El Calvario (Meta), Herrán (Norte de Santander) y Guática (Risaralda).
La lista podría alargarse en cualquier momento. La ubicación del país, en una zona donde tres placas tectónicas se encuentran, hace que su territorio padezca una intensa actividad sísmica y volcánica, evidenciada en terremotos como el que devastó Armenia hace tres años, en maremotos como el que borró del mapa a Tumaco en 1906 y en erupciones como la que ayudó a sepultar Armero en 1985.
Sin embargo, trastear un municipio para prevenir tragedias como esas no es fácil. Hacerlo no solo implica un reto descomunal para el Estado, sino también una situación traumática para sus habitantes.
Los casos de Murindó (Antioquia), que cambió su localización y quiere hacerlo de nuevo, y Marmato (Caldas), de donde algunos no quieren irse a pesar de que está a punto de desfondarse, ilustran las situaciones y las dificultades que se presentan cuando un municipio entero se ve obligado a hacer maletas.
La montaña de oro de Marmato