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L A S T E O R I A S D E N I X O N POSIBLE ADMINISTRAR AL PAÍS ASÍ

Aun cuando no he sido admirador del ex presidente norteamericano Richard Nixon, hay oportunidades en que temas tratados por él en sus escritos sirven bien al propósito de analizar los acontecimientos mundiales y aun alcanzan para ver las duras realidades nacionales. Este es el caso de la alusión que en uno de sus libros hace al dilema que para la conducción de los destinos de los Estados Unidos se plantea entre encomendarle tan gigantesca tarea a un grupo de avezados administradores o seguir la línea que dice que el destino de la Unión Americana está íntimamente asociado con lo que digan y hagan los políticos. Como era de suponer, luego de una interesante disquisición, el ex presidente concluye en que el manejo de los países lo que requiere no son administradores insignes, sino políticos capaces de interpretar las sociedades en que actúan y verdaderos líderes. El arte de conducir las naciones no puede ser un problema de especialistas o rigurosos técnicos que con la óptica especializ

Quien por años ha estado metido en la arena política, ocupado puestos de responsabilidad y elegido a las corporaciones públicas por voluntad popular, no puede menos que estar de acuerdo con los planteamientos antes reseñados.
Sin menospreciar la capacidad y la importancia de los especialistas, sinceramente creo que el señor Nixon tiene la razón. Evidentemente, son los políticos los llamados a cumplir las tareas propias del manejo del Estado.
Puestas así las cosas, cabe hacer la siguiente reflexión: lo que está ocurriendo en materia de dirección de la cuestión pública por parte de los dirigentes políticos es adecuado o se aparta cada vez más de las necesidades nacionales?
A juzgar por los acontecimientos, la experiencia vivida y la reseña que hacen los amigos ahora montados en el potro indómito de la administración, las cosas no marchan por buen camino. En efecto, cada vez se hace más fuerte la tendencia de creer que lo que importa no es la calidad del funcionario, la capacidad para entender y resolver los problemas, sino si es o no amigo del político que manda en la comarca. Infinidad de transacciones, sin la menor consideración por el perjuicio que le ocasionan a las actividades, anteceden a la conformación de una nómina oficial. Poco interesa que quien ocupa el puesto lo esté haciendo bien. La obligación es colocar en buen puesto al afortunado amigo del dirigente para evitar sus iras y el retiro del respaldo. Seleccionar por capacidad o idoneidad parece cosa del pasado. Las calificaciones del candidato, tanto cuantitativas como cualitativas, se reemplazan por una o dos cartas de recomendación y una multitud de llamadas matizadas con la expresión: espero que me cumplas. Para acceder al privilegio de un puesto en la administración pública, así no sea de carácter político --también existen--, hay que estar matriculado en el equipo de algún distinguido dirigente político, pues de lo contrario jamás llegará a las alturas de la organización del Estado.
La falta de una carrera administrativa adecuadamente estructurada y manejada y la prevalencia de un sistema según el cual el poder electoral se sostiene o amplía con base en el número de cargos que se consiguen, determina que los asuntos públicos caigan en el problema de la ineficiencia.
Los políticos son ciertamente los responsables de guiar a los países; de eso no me cabe duda. Pero también los políticos tienen la obligación de demostrar que hacen las cosas bien y que sus gestiones producen resultados positivos para la sociedad en general y no para un cerrado grupo de amigos exclusivamente. En la medida en que esto no se entienda, la pereza democrática seguirá aumentando y la estabilidad institucional será más vulnerable cada día. El país no se puede seguir administrando así. De ello debemos tomar conciencia todos para rectificar el camino.
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