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OTRO AÑO ASÍ Y ME MUERO

Alvaro Leyva no se está quieto. Cada dos por tres se levanta a buscar un documento que ilustra lo que está diciendo. Revuelve cajones, escarba en las carpetas del piso, en las tablas de la biblioteca. Su luminoso cuarto de trabajo es pequeño y, a pesar de la cantidad de archivos y rumos de papeles que hay sobre el escritorio, se ve ordenado. Recostado contra la pared está su violín y en el rincón está el atril con las partituras abiertas. Con frecuencia desiste de su búsqueda. Eso debe estar en Bogotá , concluye un poco desanimado, como dejando apenas entrever que en realidad su vida entera está en Colombia. Allí en San José apenas tiene un remedo de existencia. Un apartamento chico, el sexto de las múltiples mudanzas porque los runrunes de peligro lo han perseguido hasta ese país. Su esposa Rosario -una mujer divertida y pragmática- no ha armado una casa como toca pues tal como ella explica están siempre con las maletas listas para regresar .

Alvaro Leyva no se está quieto. Cada dos por tres se levanta a buscar un documento que ilustra lo que está diciendo. Revuelve cajones, escarba en las carpetas del piso, en las tablas de la biblioteca. Su luminoso cuarto de trabajo es pequeño y, a pesar de la cantidad de archivos y rumos de papeles que hay sobre el escritorio, se ve ordenado. Recostado contra la pared está su violín y en el rincón está el atril con las partituras abiertas. Con frecuencia desiste de su búsqueda. Eso debe estar en Bogotá , concluye un poco desanimado, como dejando apenas entrever que en realidad su vida entera está en Colombia. Allí en San José apenas tiene un remedo de existencia. Un apartamento chico, el sexto de las múltiples mudanzas porque los runrunes de peligro lo han perseguido hasta ese país. Su esposa Rosario -una mujer divertida y pragmática- no ha armado una casa como toca pues tal como ella explica están siempre con las maletas listas para regresar .
Es cierto que está conectado, conoce las noticias antes de que salgan en la prensa colombiana. Pero no de viva voz. Este gran conversador, que le gusta hacerle preámbulos a cada tema, ponerle suspenso a cada cuento, saborear las palabras y marcar cada argumento con los brazos y con el movimiento permanente de sus largos dedos, en Costa Rica ha tenido que resignarse a las parcas conversaciones del correo electrónico. Le escriben funcionarios y expertos a las distintas direcciones que utiliza. Es una comunicación medio clandestina, como lo son también muchas de las visitas de sus compatriotas. Quieren consultarlo pero que no se sepa que han estado con él. Como si se contagiaran de su reputación puesta en duda. Claro está que también pasa días de soledad. Donde apenas le llega un mensaje por beeper de algún periodista que quiere su reacción sobre la última acusación que le han hecho en Bogotá, o quizás, una llamada de uno de sus tres hijos al celular para reconfirmar que todos están bien. De su antigua vida ha podido mantener su rutina de gran trotador. Ha logrado encontrar caminos nuevos por las colinas de la pueblerina San José. Cada día somete su metro con ochenta y cinco a la disciplina de correr una hora o más.
Así pasan los días y Alvaro Leyva, ex senador conservador, ex ministro, ex constituyente, ex aspirante a la Presidencia y obsesivo constructor de comisiones, planes, estrategias, alianzas, ideas y contactos de paz, intenta decirse a sí mismo que pronto dejará su papel de apuntador de los procesos de negociaciones con las guerrillas y volverá a las andadas en persona, con la frente en alto y su nombre en limpio. Esta convicción parece ser la que lo mantiene entusiasta, casi alegre, inclusive capaz de burlarse de sí mismo.
Leyva emprendió su fuga en 1998. Había salido de Colombia por tres días, y cuatro años después no ha regresado. La justicia inició en su contra un proceso de enriquecimiento ilícito por haber recibido un cheque de 49 millones de pesos de un lavador de dinero de narcotraficantes. El se defendió explicando que el cheque provenía de un negocio lícito de importación de repuestos para volquetas industriales, y que el proceso en su contra ha tenido una motivación política. Por eso, cuando supo que lo meterían preso, optó por quedarse afuera. Estaba seguro que si se entregaba su vida correría peligro. La fiscalía colombiana le mandó la Interpol a perseguirlo. Leyva pidió asilo político en Costa Rica. Luego de un largo juicio, el gobierno costarricense le creyó y le otorgó el exilio. En los últimos meses, después de que algunos testigos se retractaran y pasaran incidentes terribles, como la muerte de varias personas relacionadas con el caso, un nuevo fiscal colombiano determinó que no había pruebas suficientes para condenar a Leyva y pidió a un juez su absolución.
Las esperanzas no duraron mucho. Mientras atendía la entrevista para esta historia, le avisaron que el segundo juez acaba de anunciar que no podía fallar en su caso, excusándose en algún tecnicismo jurídico. La verdad , le dijo su hijo Jorge -que ahora también es su abogado- es que al igual que la primera juez, está amenazado . Cuando colgó el teléfono se le vio el desconsuelo. Su rostro, que siempre parece despejado con la sonrisa fácil y entusiasmo a flor de piel, se descompuso. Un año más así y me muero , murmuró. A este limbo lo llevaron los enemigos acumulados en tantos años de política audaz, contestataria; los malos negocios, o lo que es peor, los negocios estrambóticos y, sobre todo, su incursión en las zonas grises de la perversidad de la guerra. Esta nueva condición de prófugo de la justicia ha manchado su imagen ante la opinión -de por sí ya negativa- y amenazan con dejarle su credibilidad averiada para siempre, truncarle sus ideales y, como le sucedió a su padre, recortarle las alas a sus ambiciones de poder (...)
El as de la paz
A partir de entonces Leyva estableció su comunicación por radio permanente con Alfonso Cano de las Farc. Consideró que sería la única manera de escuchar su versión de lo que iba sucediendo, pues, según él, los medios no sacaban sino la del gobierno. Ese radioteléfono de Leyva -que en realidad no era de él sino de un amigo- se volvió famoso. Durante muchos años, en los que sólo había el diálogo de los fusiles, fue casi el único puente de comunicación que mantuvo la sociedad colombiana con las Farc para todo tipo de cuestiones, desde humanitarias hasta políticas. Pero claro está que ese canal de contacto inmediato con las Farc despertó todo tipo de sospechas y produjo, incluso, que las autoridades allanaran la casa del radioaficionado amigo de Leyva que le prestaba sus equipos.
Al regreso de ese encuentro con la Coordinadora en la montaña, Leyva y su amigo y copartidario Mariano Rivera pusieron a galopar a sus caballos monte abajo, y sin darse cuenta perdieron el camino. Estuvieron andando por desfiladeros tremendos muchas horas. En un punto, el animal de Leyva se resbaló y lo mandó al suelo, al borde de un precipicio. Embarrado y exhausto, Leyva dijo: Apenas llegue a Bogotá boto al carajo todo esto . Y para sus adentros pensó, y lo piensa aún en ocasiones, que en realidad sus gestiones a nadie le interesan. Leyva, no obstante, no cesó entonces, ni nunca en su vida, en el propósito de conseguir una salida negociada al conflicto.
Sus contactos con la Coordinadora abrieron puertas para que luego el gobierno de Barco, y más tarde el de Gaviria, pudiera iniciar conversaciones formales con el M-19, el PRT, el Quintín Lame y el EPL, y más tarde firmar la paz con ellos. Su prestigio, luego de la liberación de Gómez, creció. Y los guerrilleros consideraron que era una persona de confianza, que no los traicionaría. Así que logró verdaderas proezas, como a fines de 1988, cuando hizo que con su Propuesta Leyva las Farc y el M-19 declararan una tregua unilateral. La iniciativa, acogida por los ex presidentes, los medios y la opinión con gran entusiasmo, luego se desinfló con la negativa del gobierno de respaldarla. También fue Leyva quien viajó a Córdoba y trajo al país la declaratoria de cese al fuego del EPL.
Y como éste y otros grupos guerrilleros entraron a la política legal con asiento en la Asamblea Nacional Constituyente, Leyva trató, como miembro de esa Asamblea, que las Farc y el Eln también entraran. Trepó cien montañas, montó en helicópteros, estuvo en fuegos cruzados, pidió prestados carros y botes y utilizó todas las palancas a su alcance para lograr acercar las partes, irremediablemente alejadas, después de que en diciembre de 1990, el gobierno bombardeara la zona donde estaba el Secretariado de las Farc llamada Casa Verde.
Cuando vio que no sería posible lograr que las Farc tuvieran voto allí -como contrapartida a su desmovilización-, intentó incluso que fueran escuchadas. Estando en esas, una madrugada dormía en un cambuche en el campamento madre de las Farc. De repente, lo despertó unos golpecitos en la puerta. Era Jacobo Arenas, aquél obrero de una empresa cervecera, comunista de formación, convertido en máximo ideólogo de las Farc. Venían con un tinto en la mano para ofrecerle. Doctor Leyva , le dijo. Vengo para mostrarle lo que tengo preparado para hablar en la Constituyente . Y sacó un papel escrito a mano con su discurso. Tomó aire y comenzó a leerlo en tono de político en plaza pública: Estimados compatriotasdijo mientras agitaba los brazos. De repente echó un madrazo y soltó una risa nerviosa, como si de repente se hubiera visto de verdad ante la Asamblea y se hubiera sentido ridículo.
A lo largo de la vida, Leyva ha establecido relaciones verdaderamente personales con algunos jefes guerrilleros. Los conoció cuando fue a verlos a Casa Verde como acompañante de la comisión de paz en los tiempos del presidente Betancur. Alguien que presenció ese encuentro recuerda que, a diferencia de los demás visitantes, Leyva se levantó tempranísimo con los guerrilleros rasos, salió a trotar con ellos por el monte en su rutina de entrenamiento y después ayudó a hacer el desayuno para todo el mundo. Esa actitud llana, igualitaria -que, paradójicamente, provenía de su formación estadounidense-, causó buena impresión, por eso Alfonso Cano lo invitó a regresar pronto. Volvió en otra visita de la comisión. Ahí se tejió una amistad.
Jacobo, que en un principio había dicho que quería conocer al hijo del Pájaro Leyva , se enfrascó en largas charlas con Leyva. Marulanda, que adoptó su nombre de guerra de un obrero asesinado por el régimen de Laureano Gómez, al principio permanecía callado escuchando a Leyva desde una distancia, luego terminó discutiendo y repasando la historia de Colombia con él durante horas. Además de sus revisiones históricas, Leyva ha argumentado con Alfonso Cano y con Raúl Reyes acerca de distintos planes y proyectos de paz. Sin embargo, siempre ha hecho la claridad de que no comparte su ideología. Y casi se adivina, en el tono con que habla de ellos, una convicción muy profunda de que no pueden comunicarse con la Colombia moderna y necesitan a alguien que los entienda y lleve su punto de vista a la mesa de diálogo.
Una anécdota que cuenta en su libro arroja luz sobre su pensamiento. En aquel viaje que había hecho Leyva con José Antequera para ver a la Coordinadora Guerrillera, quedó clara su posición frente a la izquierda. Después de tanto escucharlo , dijo en su libro, confirmamos nuestras distancias ideológicas. El estaba allá y yo acá. Pero no por ello se podía negar que se trataba de un hombre importante. Su capacidad dialéctica era envidiable y hacía uso de ella de manera frontal y con honestidad total. La política es grande y la democracia pone en marcha todo su valor moral, cuando a tipos como Antequera los derrotamos con las ideas, con la inteligencia y con la papeleta, y no con un tiro en la espalda .
Un filósofo que durante unos años conversó con algunos dirigentes de las Farc, explica cómo ellos veían a Leyva. Casi desde un principio este político conservador, hijo del Pájaro Leyva que los había perseguido en los cincuenta, cayó en la categoría que ellos llamaban personalidades democráticas . Son personas del establecimiento que verdaderamente veían como demócratas, abiertos al diálogo, de una sola palabra . Lo paradójico era que gran parte de ese establecimiento ya no veía a Leyva como uno de los suyos. Ya le habían colgado el estigma de amigo de la guerrilla . Como el clásico político, siguió adelante con su obsesión y no se dio cuenta de lo que sufrió su familia, que era parte de ese establecimiento, al verlo salpicado de leyendas negras.
FOTO
1- Alvaro Leyva con Manuel Marulanda y Raúl Reyes de las FARC, con quienes sirvió de enlace con el gobierno antes de las negociaciones oficiales.
2- Leyva con Luis Carlos Galán, en el 82
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