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EN MEMORIA DE NATHALIE HIDALGO

Algunas admiradas amigas me han reclamado por no haberse visto incluidas entre la ola feminista que mencionaba en mi artículo anterior. A la mayor parte de ellas tuve que explicarles que de quienes me había ocupado era de las mujeres en la vida pública, pero que no ignoraba el papel que había desempeñado en el sector privado una multitud de mujeres que les abrieron el camino a las generaciones posteriores. Cuántas, en el sector financiero, en la literatura, en la farándula y, en general, en la administración de empresas, vienen distinguiéndose desde hace más de veinte años. Los museos, por ejemplo, o las empresas de diseño femenino, constituyen su coto de caza.

Algunas admiradas amigas me han reclamado por no haberse visto incluidas entre la ola feminista que mencionaba en mi artículo anterior. A la mayor parte de ellas tuve que explicarles que de quienes me había ocupado era de las mujeres en la vida pública, pero que no ignoraba el papel que había desempeñado en el sector privado una multitud de mujeres que les abrieron el camino a las generaciones posteriores. Cuántas, en el sector financiero, en la literatura, en la farándula y, en general, en la administración de empresas, vienen distinguiéndose desde hace más de veinte años. Los museos, por ejemplo, o las empresas de diseño femenino, constituyen su coto de caza.
Hoy quiero, por el contrario, evocar aquellas a quienes prematuramente segó el destino, esperanzas de la Patria, que no alcanzaron a servirla, cuando estaban dotadas de todos los atributos para haberse destacado entre sus contemporáneas. No es sin cierta nostalgia, como evoco a Nathalie Hidalgo, muerta en París, trágicamente, hace tres meses, cuando apenas contaba veintisiete años y quien, por una imprudencia en el manejo del gas, perdió la vida en cuestión de minutos, sin que los suyos se dieran cuenta, antes de tres horas, de que había muerto, y sólo con la ayuda de los bomberos la encontraron, ya muerta, al lado de su perrito, en la sala de baño, en donde se había encerrado.
Había cursado su bachillerato en alemán, con grandes laureles y, posteriormente, había alcanzado su título en Economía Internacional y en Análisis de Mercados, en la Universidad de París. Dominaba a la perfección cinco idiomas, de los países en donde había vivido: el alemán, el inglés, el francés, el italiano y el español, que era su lengua natal. De su padre había heredado una gran percepción para las matemáticas, que le permitía analizar a profundidad estadísticas y balances de todo orden, para el asombro de sus superiores.
Dueña de una hermosura rara, que transmitía su optimismo, su espíritu positivo al más escéptico, llegó a ser la más popular de los alumnos de la Facultad de París, sin el menor alarde de su superioridad y, por el contrario, haciendo gala de una modestia encantadora. me correspondió verla, en 1998, cuando más de la mitad de sus compañeros resultaron "rajados" en el examen escrito, decirles a todos aquellos que, por el teléfono, le preguntaban qué sabía ella de los exámenes, y, estando al corriente de la catástrofe de sus amigos y de haber sido clasificada primera, respondió, con toda naturalidad, que no tenía ninguna noticia. Cuando la buscaban, a sabiendas de que por lo prominente de su posición entre todos los alumnos, ella debía ser la primera en conocer las calificaciones, pero, para no lastimar a ninguno, se abstuvo de ser la portadora de malas noticias.
Sin palancas de ninguna clase, apenas la de ser hija de una diplomática latinoamericana, pero sí, en razón de sus excelentes notas, pronto fue enrolada en cargos de responsabilidad en instituciones públicas y privadas, como el Banco Mundial, Paribas, Ocde, Alcatel, Telspace. Quienes la conocimos de cerca vislumbrábamos un futuro promisorio, del cual iba dando mayores pruebas de día en día. Había vivido diecinueve años en el extranjero y su anhelo era regresar a Colombia a aportar el caudal de sus conocimientos, con la experiencia que había adquirido en las instituciones internacionales en donde había trabajado, pero su destino fue semejante al de la heroína de la inmortal novela colombiana María, de Jorge Isaacs, desaparecer en la flor de la edad, cuando la vida le sonreía y el amor iba a cristalizar su propósito de levantar un hogar.
Curiosamente no tuvo el ave negra de la leyenda que le hiciera presentir la proximidad de la muerte. Sin embargo, al comenzar este año de gracia del 2002, les escribo una carta a sus condiscípulos "creyentes o no creyentes", decía ella misma, haciéndoles consideraciones premonitorias y profundas, como si sospechara que la muerte la asediaba, y, para ellos tradujo, del español al francés, estos versos que revelan su sensibilidad, su gracia, al tiempo, con una madurez que revela el grado de sus conocimientos sobre la naturaleza humana y el ideal de vida contemporáneo.
Decía así su carta, que fue leída a solicitud de sus compañeros, en la ceremonia de sus funerales:
"Señor, Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, / tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro. / Al terminar este año quiero darte gracias, / por todo aquello que recibí de Ti. / Gracias por la vida y el amor, / por las flores, el aire y el sol / por la alegría y el dolor, / por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser. / Te ofrezco cuanto hice en este año, / el trabajo que pude realizar / y las cosas que pasaron por mis manos / y lo que con ellas pude construir. /Te presento a las personas / que a lo largo de estos meses amé, / las amistades nuevas y los antiguos amores, / los más cercanos a mi y los que están más lejos, / los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar, / con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría. / Pero también, Señor, hoy quiero pedirte perdón, / perdón por el tiempo perdido, / por el dinero mal gastado, / por la palabra inútil y el amor desperdiciado. / Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho".
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