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EN EL EXTRANJERO LEEN A VALLEJO

Admiración de Pedro Almodóvar
SOLO PARA TUS OJOS
Un libro y una película muy desasosegantes, que poseen dos elementos en común: ambos me han apasionado y ambos hablan de modo cruel, sincero, hiperrealista y magistral, de la familia. "LA CIENAGA" es la película, dirigida por Lucrecia Martel. Y "EL DESBARRANCADERO" , la novela escrita por el colombiano Fernando Vallejo, del que ya vi y leí "LA VIRGEN DE LOS SICARIOS" de la película se encargó Barbet Schroeder, que probablemente constituya la cima de su extensa carrera). Película y libro, por lo demás, son obras bien distintas.
EL DESBARRANCADERO tampoco es un relato alegre (aunque en absoluto está exento de humor). Menos telegramática que su anterior obra maestra, "La Virgen de los Sicarios" , "El desbarrancadero" es una diatriba torrencial contra la familia, contra la ciudad de Medellín, contra Colombia y la muerte súbita de la juventud, en fin, contra todo lo que compone la identidad del autor. Su ira explosiva es tan brillante, tan sonora, real, sincera, divertida a veces, cruel casi siempre, que su lectura es algo gozoso y tonificante. Como él mismo confiesa, Vallejo es ese tipo de novelista que escribe en primera persona, y desde luego da la impresión de que esa persona es la primera en ser atravesada por cada una de las palabras y situaciones que componen el viacrucis familiar de esta novela portentosa.
Por Michael Wood
La asombrosa hazaña de Fernando Vallejo, en "La Virgen de los Sicarios" , es tomar una realidad que ya parece estar más allá de la hipérbole -la violencia del narcotráfico y de la ilegalidad que se vive en la ciudad colombiana de Medellín- y exagerarla. Ello no parece posible, aunque pienso que hay un ejemplo muy a propósito en Bend Sinister -símbolo heráldico de bastardía-, de Nabokov, novela que es la parodia minuciosamente detallada de los terribles excesos del totalitarismo. Una película muy buena del mismo nombre, en lengua española (dirigida por Barbet Schroeder y protagonizada por Germán Jaramillo), que se basa en la novela de Vallejo, apareció el año pasado. Es un trabajo que capta perfectamente la atmósfera sombría de la historia de Vallejo y que refleja el panorama, por así decirlo, de la desolación personal y política de la novela, pero que no tiene (y quizá no lo puede tener) el tremendo vigor del libro, el refinamiento absolutamente swiftiano con que el narrador detalla la atrocidad terminal de su mundo.
El narrador, que también se llama Fernando, es un escritor que ha regresado, después de muchos años en Europa, a su ciudad natal en Colombia, conocida ahora, según él, como la capital del odio. Conoce a un joven sicario llamado Alexis y traba amistad con él. Su viejo amigo José Antonio le dice: -Le presento esta belleza. Ya ha matado a diez o más por su cuenta.
Alexis se ríe y Fernando dice: -Por supuesto que no le creí... pero sí!
Alexis es uno de los asesinos del título del libro: estos apenas son algo más que adolescentes que vagan por las calles matando sin razón alguna, sólo porque la antigua razón, el barón de la droga, Pablo Escobar, ya no existe.
Alexis mata a un individuo que hace ruido en el apartamento vecino, a un taxista que no apaga el receptor de radio; mata al azar con la facilidad con que se detiene para tomarse un tinto o para comprar un CD. A Alexis también lo matan antes de mucho, y Fernando entabla amistad con otro joven asesino que resulta ser el asesino de Alexis. Este irónico desenlace no es de mayor trascendencia. Lo que importa aquí es el panorama de interminable violencia, celebrado cínicamente por Fernando como un mundo que, a la vez, está libre de dolor y recibe exactamente lo que merece:
... Vivos hoy y muertos mañana, tal es la ley del mundo, aunque ellos fueron asesinados: jóvenes asesinos asesinados, liberados así de los inconvenientes de la vejez, gracias al puñal oportuno o a la bala compasiva.
Fernando odia a todo y a todos, excepto a sus jóvenes amigos y a la miríada de iglesias de Medellín, que él visita una tras otra. Cuanto más feas se ponen las cosas, más le gustan esas iglesias. La vida es siempre parodia de sí misma, y constantemente sobrepasa las cínicas perspectivas de Fernando. Entonces él vierte su desdén en todas las direcciones: sobre los criminales, el derecho, el presidente de Colombia, los pobres, los ricos y, en pocas palabras, sobre los habitantes infinitamente odiosos de Medellín: Mis paisanos padecen vileza crónica y congénita. Esta es una raza inescrupulosa, envidiosa, rencorosa, engañosa, traicionera, ladrona: sabandijas humanas en su más baja versión.
No resulta cansón este hombre? Qué tanto se puede tolerar semejante diatriba? En la película, el hastío es neutralizado por la pausada y sencilla actuación de Germán Jaramillo en el papel de Fernando. En el libro, la infatigable y movida redacción hace que la cuestión de la monotonía ni siquiera se insinúe, a pesar de frases como las que he citado, y este es el momento oportuno para elogiar la traducción de Paul Hammond. Otras traducciones que hemos reseñado son más que buenas, pero esta tiene una elegancia y un ritmo que raras veces se logran en obras no escritas en el idioma original.
Fuera de los libros que he escrito, no tengo ningún expediente criminal, dice Fernando, y nunca es ajeno a epigramas y agudezas. Se divierte mucho con la palabra presunto , como en la frase periodística el presunto asesino. El evoca a un presunto sacerdote, a un presunto peatón, a presuntos cristianos, y finge indignación cuando a él mismo, por las actividades de Alexis, lo llaman presunto sicario. Yo, presunto sicario? Bribones: Yo soy un presunto gramático! Cuando Alexis mata a tres soldados porque le pareció que querían formular algunas preguntas, Fernando dice en forma tajante: Los muertos no investigan. La muerte es más rápida que la información, escribe, pero parece muy acelerada. Nada hay más fugaz que el muerto de ayer... La efímera naturaleza de la vida, no me importa; lo que me preocupa es la efímera naturaleza de la muerte: el gran afán con que todos la olvidan.
Las últimas oraciones revelan algo del patetismo que se esconde en la ira de Fernando. El no es moralmente superior a sus conciudadanos, y no lo amedrentan ni la violencia ni la muerte ( aquí todo mundo ha sido atracado o asesinado por lo menos una vez, dice). Pero él está al acecho de piezas metafísicas mayores, lo cual no es menos notable por el tono burlón con que emprende la cacería. Si hay ecos de Swift en la sátira de "La Virgen de los Sicarios" , también los hay de Camus en las preguntas que Fernando formula sobre el mundo caído. Somos nada, dice. Somos la pesadilla de Dios, y El no está en su mecedora. La condenación que de su mundo hace Fernando, es su proceso contra Dios, creador de nuestra efímera vida y de nuestra aun más efímera muerte.
La locura de Dios puede ser lo de menos. En las últimas partes del libro, Fernando considera a Dios, no loco sino perverso. Dios es el Mal. Los dos son uno, la tesis y la antítesis. Es cierto que Dios existe. En todas partes encuentro pruebas de su maldad. Y cuando el segundo joven, amigo de Fernando, es también asesinado, cuando la interminable cadena de asesinatos parece establecerse para siempre, Fernando hace una pausa sobre el cadáver, como si quisiera que este no volviese a la vida, sino que cayera en alguna clase de memoria o de permanencia, en algún tipo de rechazo del hastío de Dios por Su creación. Fernando no puede evitar la burlesca ironía de su voz ni siquiera aquí ( uno y único ), pero es inconfundible la urgencia o extremismo de su concepción ideológica. Para hacer vivible la vida humana, hay que rehacer todo el mundo:
Allí estaba Wilmar, mi muchacho bebé, uno y único. Me aproximé y él tenía abiertos los ojos. No pude cerrárselos, por más que lo intenté: permanecían abiertos, como si mirara a la Eternidad, sin verla. Me fijé bien en esos verdes ojos por un instante y vi reflejarse en ellos, allí en su vacía profundidad, la inmensa, la inconmensurable, la sobrecogedora maldad de Dios.
(Traducción de LUIS E. GUARIN)
Sin concesiones
Por Fernando R. Lafuente
Tomado del ABC. El autor dirige el Suplemento Literario del diario español.
Alguien como un alivio, como una sombra o un anhelo sin destino, el narrador de esta sombría y desasosegadora historia que cuenta "El Desbarrancadero" del colombiano Fernando Vallejo, vuelve a Medellín para acompañar a su hermano Darío, moribundo y enfermo de Sida (...) Y el narrador vuelve también, para enterrar también a su país en el tráfago fatal de la memoria. Y vuelve Vallejo en la estela de una literatura y un tiempo que recuerda al Karl Krauss que advirtió en una Viena de los años terribles que la única forma de seguir escribiendo es en la condición de suicida . Hay mucho de esto en la novela. Para María Zambrano la autobiografía y esta novela lo es desde la primera frase - no era sino una luenga confesión. Lo que se narra en "El Desbarrancadero" es una confesión contra la vida y contra la muerte, una confesión brutal: Qué manía esta de los mortales de aferrarse como garrapatas a la vida, a contracorriente de nuestra profunda esencia . Una confesión sin semejanza en la literatura hispanoamericana actual. Muchos lo pretenden, pocos, como Vallejo, lo alcanzan. Yo no soy un novelista de tercera persona . Aquí, un borbotón de amarguras corre por las páginas con el pulso rotundo y melancólico de la soledad.
Vallejo ya había marcado un territorio propio y señalado que la suya era una literatura, y una actitud moral, sin concesiones (...) Porque sí cabe hablar de una literatura sin concesiones es, sobre todo, sin concesiones hacia sí mismo. Las otras concesiones, hacia afuera, son, en buena parte de los casos, hacia la galería de la internacional de la queja.
Superficiales aproximaciones a un autor que ha dado a la lengua literaria española una gama de recursos expresivos y, por lo tanto, estéticos, sin duda, memorables. En una historia como la que se narra, que va de la muerte a la muerte (...) con paradas intermitentes en la desesperación, afirmar que la novela contiene una fiesta del verbo en español podría resultar obsceno, pero así es. Es tanta la enjundia de su lenguaje, el poder metafórico de sus giros y jergas, el pulso sin fisuras del ritmo de la prosa en esta prolongada y violenta confesión contra todo y contra sí mismo en busca de la memoria, que su dureza es mayor cuando menos explícita o previsible se presenta.
Los diversos registros - el recuerdo familiar constante y obsesivo - la conversación con la sombra que en otro tiempo habitó la misma casa y tal vez fue él mismo, el miserable vaivén de diagnósticos médicos que sufre entre cigarrillos de marihuana su pobre hermano (...) la consideración de que Colombia es hoy el cielo en el infierno y que: A mi me hacen falta los enemigos como reconocía el protagonista, en medio de muertes sin sentido y erráticas risas sin espejos, de "La Virgen de los sicarios" , junto a las observaciones que se cruzan y se confunden, que entran y salen, buscan y anhelan la evocación de un pasado sin regreso y huyen de un presente de espanto en la voz triste y destrozada del narrador, obligan al lector una mirada frontal con lo que ahí se narra y a un intermitente diálogo con el autor, en busca de un sentido - más allá de la mera muerte - a la degradación invisible de la vida. No caben las distancias. Por mucho que buena parte del discurso de la novela gire en torno a Colombia, a una voluntad esquilmada de regeneracionismo, para el autor, imposible (...) Lo llaman pesimismo, pero el pesimista no habla, ni escribe, ni se rompe y se desgarra en cada palabra por lo que ve, intuye, sueña. He ahí como el viaje es de ida y vuelta. Vallejo recrea el horror, pero, envuelto en el laberinto de la literatura, hace de ello una obra de arte, y ese carácter supuestamente destructivo resulta que crea e inventa otros ámbitos, otros ángulos de visión, otras melancolías. Lo íntimo y lo que está afuera y rompe la vida - el poder, la ambición, la violencia (...) La abuela lee a Heidegger para el adolescente que fue, mientras un colibrí revoletea sobre las macetas. Todo lo que podría ocurrir...
Desde los primeros pasos y tonos esta novela obliga a meterse en ella de bruces, de hoz y coz, compartir - si es posible la desesperación y el rencor, el atardecer de una época que otros arrebataron y el cuidadoso amor por lo que solo queda en la memoria. Todo ha muerto, todos. Incluso los que hablan (...) Las voces y los ecos que pueblan los desangelados hechos de este desbarrancadero que es la vida. Con mayor o menor urgencia, ánimo o cansancio de vivir hasta el despeñadero de la eternidad , los pasos de la obra de Vallejo son justos y medidos.
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