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LA MALDICIÓN DEL CHE

De La Paz, la capital boliviana, llegó hace poco la noticia de un oscuro incidente que no tendría mayor importancia si no fuera por la naturaleza del protagonista.

LEOPOLDO VILLAR BORDA
Al estallarle en las manos un artefacto de dinamita que, al parecer, estaba destinado a un atentado, pereció en una de las calles más concurridas de la ciudad un hombre cuya vida daría para escribir una novela.
Era Antonio Arguedas, el ex ministro del general René Barrientos que se volvió famoso en 1968 por haber entregado a Cuba el diario, la mascarilla y las manos del Che Guevara, en un acto que causó sensación mundial y que en Bolivia fue calificado de alta traición.
Arguedas cayó en desgracia y buscó la clandestinidad, primero en Cuba y después en la propia Bolivia, donde se convirtió más tarde en secuestrador, terrorista y conspirador. En el momento de su muerte se le adelantaba un proceso por el secuestro de un ciudadano árabe en 1986, por el cual pidió pero no obtuvo 500 mil dólares.
La vida de Arguedas estuvo marcada por toda suerte de contradicciones. Antes de llegar al gobierno con Barrientos había estado vinculado a la izquierda boliviana y militado clandestinamente en el Partido Comunista. Lo cual no le impidió, según la inteligencia boliviana, mantener durante un tiempo un vínculo con la CIA.
En la década de 1960, Arguedas ingresó a la Fuerza Aérea Boliviana como operador de comunicaciones, se hizo amigo de los militares y así consiguió tener acceso al poder. Como ministro del Interior en los tiempos de la dictadura militar dirigió el célebre Comando contra la Corrupción, el Castrismo y la Cocaína, más conocido como el C4.
Arguedas era uno de los pocos sobrevivientes entre los que tuvieron algo que ver con la captura del Che y su ejecución en la aldea boliviana de La Higuera, en octubre de 1967, lo cual ha llevado a algunos a evocar la creencia popular en una especie de maldición , por la cual todos aquellos tendrían un final desgraciado.
Barrientos, como se sabe, murió trágicamente en 1969, e igual suerte han corrido otros militares que participaron en los hechos de La Higuera o en la disposición final del cadáver del Che. El principal de ellos, el entonces capitán (y después general) Gary Prado, sufrió un accidente y quedó lisiado de por vida.
Pero la verdadera maldición de todos ellos tal vez sea otra: que tras su fugaz figuración en un acontecimiento de dimensiones mundiales, pasaron al olvido mientras el Che se convertía en un mito.
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LEOPOLDO VILLAR BORDA
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