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REFORMAS SIN DIAGNÓSTICO

En días pasados se anunció la reforma de las Empresas Municipales de Cali y del Instituto de Seguros Sociales, que se agregan a la reforma de la Caja Agraria, de los bancos del Estado, del Código penal y del partido liberal, para citar sólo las más recientes. Lo anterior es una muestra evidente de las carencias del Estado y de las fallas institucionales.

El Estado nace con la institucionalización del poder, caracterizada por un doble propósito. En primer lugar, las instituciones separan el poder de las personas que desempeñan en ese momento su dirección y administración, evitando así arbitrariedades y despotismos. Por otra parte, unifican una serie de prácticas que permiten la acumulación de experiencias y de conocimientos. Su permanencia en el tiempo ofrece mecanismos para preservar los logros socialmente adquiridos; impide que los avances personales desaparezcan con quienes los han obtenido en el transcurso de su vida.
El incumplimiento de estos propósitos fundamentales es quizás la razón por la cual nuestras instituciones pasan de crisis en crisis y de reforma en reforma, sin que se advierta un cambio sustancial y favorable. La perpetua inoperancia de los organismos creados para la satisfacción de las necesidades generales, tales como la salud, la educación, la administración de justicia, genera una creciente frustración social.
En muchos casos, la arbitrariedad de quienes están a su cargo hace de las instituciones feudos individuales, donde la función para la que fueron creadas se pierde al punto de resultar irreconocible. La práctica de contratar a personas conocidas en lugar de personas competentes es uno de los factores que contribuyen al mal funcionamiento de nuestras entidades; desviar fondos públicos para el beneficio personal es un hecho tan común en nuestro medio que ya ni siquiera suscita mayor indignación.
Pero tal vez más grave, a largo plazo, es el hecho de que nuestras instituciones no hayan generado sistemas que permitan aprender de las prácticas acumuladas y del conocimiento que la aplicación de diferentes modelos va creando con el paso del tiempo.
Es por ello que su acción se caracteriza por la improvisación y por la falta de coherencia de las medidas remediales que periódicamente se introducen. Cuando se ha llegado a un punto en el cual el desorden y el desgreño institucional han alcanzado los límites máximos de tolerancia, se procede a crear instituciones paralelas a las que se trasladan los problemas, o bien se recurre a las grandes reformas .
En la última década, sin contar la reforma constitucional que, al parecer, está próxima a ser reformada de nuevo, hemos asistido a la reforma del sistema judicial, del sistema penitenciario, del sistema educativo, del sistema de salud, etc., amén de la creación de innumerables organismos destinados a suplir la ineficiencia de que adolecen los demás.
Esta manera de proceder no solo contribuye a un crecimiento absurdo de la burocracia oficial; se pierden años enteros de trabajo realizado por innumerables personas en proyectos truncados a medio camino, en innovaciones que no duran el tiempo suficiente para determinar si han sido convenientes.
Dado que no se han establecido sistemas confiables de información dentro de las mismas entidades, las reformas se basan en especulaciones y no en datos concretos sobre la población a la que se dirige el servicio, ni sobre una evaluación de los mecanismos que se han mostrado defectuosos. Las estadísticas de las que se dispone, en el mejor de los casos, tienen un retraso promedio de dos años. Los cambios nunca se refieren a procedimientos específicos, sino a principios tan generales que permiten modificar todo sin que nada varíe. Simultáneamente, sin embargo, introducir el cambio más insignificante implica, por lo general, una reforma legislativa que tarda varios años.
Nada de lo anterior se opone a las necesidades de transformación social. Pero los cambios ciertamente resultarían más provechosos si los antecediera la identificación de problemas reales, y se basaran en diagnósticos y propósitos claros. Y es aquí donde el recurso a la memoria institucionalizada y colectiva sería de una ayuda invaluable.
Quizás si se comenzara por recuperar los propósitos fundamentales para los cuales fueron creadas las instituciones, se conseguiría la reconstrucción del tejido social que se considera indispensable para lograr mejores condiciones de convivencia pacífica.
Si las instituciones cumplieran con sus propósitos a cabalidad, todos los colombianos nos ahorraríamos las sumas incalculables que perdemos en proceder eternamente mediante ensayo y error en materias que nos afectan a todos y cuya solución no da espera. Y nos ahorraría también el desgaste, más incalculable aún, representado en vidas enteras dedicadas a esfuerzos inútiles.
*Traductora
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