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DESDE EL FONDO DEL INFIERNO

Nada bueno hay en la obra de Fernando Vallejo. Y cómo podría haberlo? Acaso sus novelas proceden de un mundo irreal? Y su prosa enérgica, fruto de su furor, será tan solo una descarga de ateísmo impaciente en su lucha abierta contra el mundo? No será más bien el reflejo justo de una vida desencantada de quien, poseído por el pesimismo y la furia, se enfrenta a un mundo impregnado de violencia que se derrumba mientras los buenos averiguan las causas de nuestros males? Y su amargura y sus diatribas acaso carecen de fundamento? Si fuese así, habría que cerrar los ojos ante la realidad que día a día nos circunda con sus horrores, sus vértigos y sus desdichas. No estamos precisamente ante lo horriblemente posible sino ante lo horriblemente real. Vallejo, con La virgen de los sicarios, teniendo todas las razones de su lado, crea un documento humano, terriblemente humano, estremecedor, honesto y sincero de lo vivido y de lo sentido y así lo inscribió en una trágica historia de amor y

La película de Barbet Schroeder es la correspondiente, precisa, necesaria y fiel versión cinematográfica de una peligrosa y desventurada travesía por la ciudad llamada de la eterna primavera . Fernando (Vallejo), el primero y el último de los gramáticos de Colombia (y su obra Logoi lo confirma), regresa a Medellín tras largos años de ausencia. La transformación que ha sufrido su ciudad lo hiere en la mitad del corazón. Conjurando sus demonios y sus fantasmas, Fernando el protagonista confía lo que cree serán sus últimos días a un amor sin esperanza. Un amor que lo va arrastrando en interminables vagabundeos por la ciudad y que son el itinerario en el que profiere el largo monólogo de sus imprecaciones.
Sin tramas artificiales, la película está conformada por breves viñetas cuyo desarrollo argumental se centra en sus diálogos inteligentes, irónicos, sarcásticos, demoledores. Así, la historia narrada de Fernando está hecha de fragmentos vivenciales en donde cada uno de ellos relata un encuentro, bien con un lugar o con una persona, que sirve al autor para ilustrar, no sin agudeza, la desesperación de un hombre asocial, marginado y proscrito. Las diferentes escenas son la exteriorización de un pensamiento arraigado en el sentimiento de fatalidad que agobia al protagonista. Desde luego, sus ideas no son del todo originales, pero -aunque pintoresco por momentos- forzoso es reconocer que lo verdaderamente original en Vallejo reside en la forma de expresarlas, en la gracia y el talento con que da orden y coherencia a sus pensamientos. En una palabra: en su tono personal. En este plano reconocemos el fondo de su actitud vital, su revuelta interior, su lucha singular entre el bien y el mal; o mejor, entre lo que constituye su fuerza y su debilidad.
Fernando es un caminante peripatético, extravagante en sus opiniones, pero no es un hombre de acción. Quizás por eso el proceder violento de Alex, su compañero sentimental, lo llena de estupor. Con un inexorable y desenfrenado humor macabro y la fuerza sin desmayo de la recatada simpatía del protagonista, la película va recorriendo un tortuoso camino que va desde la proliferación de muertes hasta la profundidad de la insinuación filosófica, pasando por los llamados anárquicos a las soluciones radicales.
Ni Dios, ni el hombre, ni la sociedad, ni la historia se salvan de las violentas impugnaciones de Vallejo, pues ellas son la expresión atormentada de su visión de la vida. No obstante, en el fondo hay algo dulce e infantil en la expresión de su desdicha y de su desamparo. Su tragedia no es la vida sino la lejanía de la muerte. Tras el final de Alex, su desgracia será la condena a seguir viviendo. Pero aun así, pronto encuentra en Wilmar paliativo para su pena.
Que a partir de la muerte de Alex la película pierde su fuerza inicial? Es posible. Pero a cambio de ello, Vallejo y Schroeder se han cuidado para no caer en un final propio del melodrama. Y es que la esencia misma del pensamiento del autor está reflejada justamente en la sentencia que lo condena a continuar divagando por lo que ahora son los caminos del infierno. Desde luego que las muertes violentas nos llenan de pavor y amargura. Pero lo que más impresiona es la vida de los sobrevivientes. Ese cortejo humano que deambula entre las sombras y que envuelve la penumbra de las iglesias: drogadictos, deformes, mendigos, despojos humanos. Y sobre todo, aquel rostro del niño aferrado a su droga al amparo de la negrura de la noche, aquel niño que nos hiere en lo profundo cuando mira implorante al protagonista desde el fondo del infierno . Avisos y premoniciones. Todo ello son cosas que dan una visión de desdichada coherencia a la forma como Vallejo percibe la vida y la muerte y ahí radica la gran fuerza argumentativa que constituye el significado de la obra.
Recomendada: cinco estrellas.
No recomendada: para los débiles, flojos, mojigatos, asustadizos.
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