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CENA: NI OPULENCIA NI POBREZA...

El dilema se plantea todas las noches: qué comer? Después de un día largo de trabajo, cuando se llega a casa cansado, hambriento, pero casi con el único deseo de irse a dormir, preparar una cena es bastante engorroso.

Sin embargo, al igual que las dos comidas principales restantes -desayuno y almuerzo- la cena no debería omitirse. A menos que se tuviera la oportunidad de comer algún plato nutritivo hacia las 6 de la tarde. En este caso, con algo muy liviano sería suficiente para pasar la noche.
De todos modos, y de acuerdo con el metabolismo y las necesidades del cuerpo, es prudente no atiborrarse de comida antes de ir a la cama. El equilibrio perfecto, de acuerdo con los nutricionistas, es desayunar copiosamente, almorzar bien y cenar con frugalidad. Esto, es, con mesura.
Sin embargo, muchas excusas salen a la hora de acatar los consejos de los que saben. No hay tiempo, no tengo hambre tan temprano, me hace daño el desayuno, prefiero dormir media hora más en vez de levantarme a hacer el desayuno...
Y, en cuanto a la cena, las excusas también son múltiples, y van en ambos sentidos. Unos prefieren no comer nada porque prefieren ir a la cama con el estómago vacío, mientras que otros se atragantan con lo que se les atraviesa porque, así, piensan recuperar lo que no comieron durante el día.
Es cierto que en los hábitos alimenticios intervienen múltiples factores: educación, actividad, por supuesto gustos, tiempo, ideas preconcebidas o falsos conceptos... Hasta la compañía la soledad tienen que ver en el asunto. Para un soltero o un viudo, suele ser mucho más complicado y aburrido preparar un cena que cuando se está en pareja.
Los extremos
La razón por la cual se aconseja comer muy bien en las primeras horas de la mañana, y muy parcamente de noche, es muy sencilla.
Primero, el desayuno: el cuerpo ha estado en reposo durante siete o más horas y necesita recargar energías. Además, esas son las energías que va a necesitar para desempeñar sus actividades durante varias horas. Esto significa que, lo que se coma al desayuno, será quemado o convertido en energías a lo largo del día. De allí que sea aconsejable combinar todos los elementos de la nutrición durante el desayuno. Cereales (avena, distintas presentaciones comerciales), proteínas (leche, queso, huevos), carbohidratos (pan, galletas, mermelada, miel, chocolate), vitaminas (frutas, jugos). La fibra allí está incluida en casi todos los elementos pero, de manera especial, en los cereales, el pan (ojalá integral), y las frutas.
En cambio, cuando llega la hora de la cena, el organismo afronta una situación bien distinta. De noche, y precisamente por la inactividad a que se ve sometido el organismo en reposo, el metabolismo se hace mucho más lento. Las energías ya no son utilizadas, ya no se queman calorías, y todo tiende a quedar almacenado.
Es interesante tener en cuenta que, aún en reposo, y de todos modos, el organismo requiere de unas energías para sus necesidades básicas vitales (respiración, digestión, funcionamiento de corazón, riñones, etcétera). Es lo que se conoce como el metabolismo basal. Pero, como es obvio, esas necesidades básicas son, de lejos, muy inferiores a las que se requieren cuando hay actividad.
Aún así, es conveniente comer algo antes de dormir, y esto, por varias razones. La primera es que, de todos modos, el hambre puede causar desvelo o insomnio. La segunda, es que, en ayunos prolongados, los jugos gástricos se alborotan y llegan a causar irritación estomacal, gastritis y otros malestares. Y si se hacen cuentas del tiempo que transcurre entre el almuerzo y el desayuno del día siguiente, tampoco es muy saludable permanecer en ayunas tantas horas.
Una tercera razón, muy importante, tiene que ver con el consejo de los nutricionistas en el sentido de que es mejor distribuir el total de calorías que se reciben a través de los alimentos en varias comidas, en vez de consumirlos en una sola o dos. Algunos especialistas aseguran que es mejor repartirlos en cinco comidas (incluyendo las medias nueves y las onces). Brincarse una de las comidas principales (sobre todo el desayuno) no trae sino consecuencias negativas ya que altera el metabolismo.
Qué comer
Allí está la pregunta más complicada de responder. A este propósito, los consejos son los siguientes:
Trate de incluir en su cena los alimentos que no pudo comer durante el día. Esto se refiere, básicamente, a las verduras y frutas. Con frecuencia, los almuerzos de trabajo carecen de estos alimentos o, cuando los incluyen, se encuentran en muy pequeñas cantidades. La medida apropiada es: consumir todos los días entre 5 y 7 porciones de verduras, y 3 a 5 de frutas.
No a fritos, grasas y otros alimentos difíciles de digerir. Como se dice popularmente, su estómago puede ser capaz de moler piedras . Sin embargo, a la larga, recargarlo implica consecuencias. Una de ellas, sobrepeso.
Cuidado con la leche y sus derivados, sobre todo cuando le producen trastornos digestivos.
Muchas proteínas remplazan la carne roja. Es aconsejable preferir carnes blancas (pescado y pollo), de vez en cuando unos huevos, de pronto una ensalada combinada de granos y cereales.
Sopas. Son ideales porque incluyen muchas verduras, cereales, proteínas.
Son prácticas porque las puede preparar con antelación y mantenerlas congeladas.
Ensaladas. Ojo con el exceso de verduras crudas si sufre de una digestión lenta o de flatulencia. Una buena ensalada puede incluir pedazos de queso, atún, salchichas u otros productos que aporten proteínas.
Pasta. Un buen plato de espaguetis es ideal para proporcionar suficientes energías que utilizará a corto plazo. Atención, sin embargo, con las salsas que le agregue. Ideal: tomates, albahaca, cebolla, ajo y aceite de oliva para condimentarlos.
No a postres demasiado cargados, cremas, helados con altos contenidos en grasa. En cambio, sí a algún postre liviano: dulce de frutas, bocadillo, mermelada, unas pocas galletas.
Sí a la parquedad. Y no a las comilonas. En el equilibrio está la medida ideal: los extremos son igualmente perjudiciales.
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