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EXISTE LA GUERRA

Nada describe mejor a una sociedad que la percepción del tiempo que ella misma tenga. El antropólogo Francisco Gutiérrez propuso el otro día estudiar a las Farc desde ese punto de vista. Es importante esa sugerencia. De pronto las claves de las Farc están allí. También aquellas que sirvan para estimar la duración de las negociaciones, la intensidad de sus vicisitudes, el tamaño de la paciencia que necesitaremos.

Gutiérrez precisa que las Farc son el único agente del conflicto que ha pensado en términos de lustros y aun de décadas y no de meses y semanas; que el suyo es un tiempo congelado que no les permite verse a sí mismas por fuera de la guerra; que van siempre despacio y cada vez van a ir más despacio; que el suyo es un tiempo de campamento, es decir un tiempo que tiende a ser rutinario, moroso, muchas veces ocioso; que una de las consecuencias de esa percepción del tiempo es la guerra del desgaste , un tipo de guerra intermitente, sin afanes y prolongada.
Todos estos elementos, un tanto dispersos, conducen a un tiempo circular, uno que de cualquier manera se las arregla para regresar al punto de partida. El presente no es otra cosa que la prefiguración del futuro. Y como el pasado sirvió una vez para prefigurar lo que ahora es un presente furtivo, los tres estadios de tiempo resultan ser idénticos. En otras palabras, el paso del tiempo deriva en una especie de movimiento inútil que bien podría ser eliminado. La historia misma carece de sentido como no sea aquel que le impone replicarse.
Ursula sabía que el tiempo da vueltas en redondo . Cuando el primero de los 17 Aurelianos que el Coronel ha dispersado por el mundo llega a casa, acepta con tranquilidad que es idéntico, lo único que falta es que haga rodar las sillas con solo mirarlas . No es descabellado pensar que Manuel Marulanda perciba que cada Víctor G. que la historia le pone en frente es capaz de rodar las sillas y que con solo una pizca de paciencia y desconfianza lo sorprenderá repitiéndose en los errores y urgencias de la década de los cincuenta.
Más que el campamento, la vida militar continuada, que en este caso carece del uso del buen o mal retiro, impone otros tiempos de decisiva influencia en el comportamiento de la guerrilla. Es, antes que cualquier otra cosa, un tiempo de aislamiento. Comienza destruyendo la memoria del recluta quien desde entonces ya no es más su propio pasado. Como no hay que ganarse la vida , el tiempo deja de ser, como en el resto de la sociedad exterior, un factor de producción. Como el campamento es un mundo total de vida, con unas reglas, puntos de vista y disciplinas uniformes, el tiempo es desprovisto de las ansiedades e incertidumbres que depara al resto de los mortales. El que la discusión no sea muy apreciada y se privilegie el pensamiento ordenado y concreto impide finalmente que el tiempo pueda ser pensado. Muy pronto se descubre también la inutilidad de medirlo.
Desde luego, todas estas características alrededor del tiempo no son monopolio de las Farc. A diferencia de otros agentes violentos del conflicto que desaparecieron, o son más insignificantes, o simplemente mucho más jóvenes, las Farc tienen la edad y el tamaño suficientes para ser analizadas en el tiempo. Pero lo mismo podría predicarse de los campamentos de Castaño o de las distantes bases militares del Estado. De pronto, la guerra no es más que una ilusión de tiempo: si no estuviera manchada de sangre tendríamos derecho a preferir que, como el tiempo mismo, no existe.
A las negociaciones, inscritas forzosamente en ese tiempo irreal, puede pasarles lo mismo que a la guerra: que duren un instante inacabable. Y que al revés de las sillas de Ursula, no pueden ser movilizadas ni empujándolas.
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