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BARRIÓ AZNAR

La victoria del Partido Popular (PP) en las elecciones españolas es tan contundente que marca una nueva era política. Si José María Aznar administra con sabiduría el cuantioso patrimonio que le entregaron las urnas el domingo, podría permanecer varios períodos en el poder.

No hay que buscar el éxito del PP en las fallas de sus rivales, sino en los buenos tiempos que se respiran en España. Ya nadie se acuerda de que en 1996, cuando ganó por primera vez el PP, los socialistas, hundidos por escándalos de corrupción, habían empezado a recuperar la economía. Tras cuatro años de gobierno, el PP se consolida en un país cuya economía es una de las más rozagantes del mundo occidental: crecerá en el 2000 a un ritmo de 3,9 por ciento, superior al de los demás países europeos e, incluso, Estados Unidos. El incremento de la producción llegará al 6,2 por ciento; la inflación será del 2,4 por ciento, y el desempleo, ese calvario español, bajó del 18,1 al 15,4 por ciento en el último año.
En tales condiciones, es difícil que un gobierno democrático pierda un certamen electoral. El PP no solo lo ha ganado, sino que su triunfo supera las expectativas de sus jefes y los augurios de las encuestas. La centroderecha ha roto todos sus récords y, por primera vez en la historia de la democracia española reciente, son más los votantes de centroderecha que los de izquierda. Ahora, el Partido Popular tiene mayoría absoluta en el Congreso, lo cual le permite prescindir de alianzas onerosas con los nacionalistas catalanes. En el Senado, la barrida fue aún más espectacular: duplica a los socialistas (127 curules contra 61) y domina las dos terceras partes.
Los empresarios y el gran capital, que apoyaron a Aznar, reaccionaron ante el triunfo como mejor saben hacerlo: con un alza ufana y optimista en la bolsa de valores.
Grandes perdedores: el PSOE, Izquierda Unida (los votos de la izquierda radical casi desaparecen), Convergencia y Unión (nacionalistas catalanes) y el entorno de ETA, ya que esta última no logró, como se proponía, espantar a los ciudadanos para que no acudieran a las urnas.
En cuanto al PSOE, tendrá que provocar un profundo sismo en su interior. Su secretario general y candidato a la presidencia del gobierno, Joaquín Almunia, renunció valerosamente el domingo y anunció que promoverá una seria reflexión en el seno del partido. El socialismo, que hasta hace cuatro años había sido promotor del cambio en España, debe entender que el actual electorado está compuesto en su mayoría por ciudadanos que, en 1982, cuando subió por goleada, no tenían edad de votar. Si bien sus padres fueron de izquierda, sus hijos se encuentran cómodamente instalados en el statu quo, y así lo expresa con claridad su voto. El PSOE necesita caras jóvenes e ideas nuevas para captar su simpatía.
A pesar de lo florido del triunfo, el PP tiene que examinar cuestiones inquietantes. Por una parte, ha de evitar las tentaciones sectarias y prepotentes de una victoria arrasadora y gobernar con generosidad. Por otra, debe saber que su campaña electoral fue un dechado de pobreza, con promesas a granel y subastas populistas, y que esto favoreció el alza de la abstención. Tendrá, además, que enfrentar los escándalos de las privatizaciones, donde se han enriquecido de manera colosal varios amigos y compadres de Aznar, como el presidente de Telefónica. Por último, deberá aprovechar la ocasión para lo único que Aznar no ha conseguido con sus triunfos: para que se le reconozca en Europa una dimensión de líder, como la que sigue teniendo, pese a todo, Felipe González.
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