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LA SABANA, MECA O CEMENTERIO DEL TURISMO

Cualquiera que haya viajado un poco por el mundo, siente al llegar una mezcla de envidia y sorpresa desde la ventanilla del avión. Pocos lugares tienen el color, la luz, el retaceado de cultivos y potreros en verdes y ocres, el aire tan limpio, los pequeños valles hendidos en una meseta surcada por ríos tranquilos, entre el marco de colinas, cerros imponentes y manchas de bosque. Viejas poblaciones adormiladas en un frío arrunchador enlucen un paisaje por completo ajeno al trópico. Con la Sabana acaba uno por reconocer que ningún país es más hermoso y más contrastado que el nuestro.

Pero usted baja del cielo y empieza a dudar en el suelo. Entrando a la ciudad, los taxistas abandonan pronto las avenidas para evitarle trancones y le enfrentan a un entramado de vías oscuras, semidestruídas, fatídicas.
Los taxistas de Eldorado tienen tanta habilidad para eludir embotellamientos como sentido antiturístico: mueven los pasajeros por las calles más deprimentes. Y si usted tiene la mala pata de tener que visitar alguna industria o negocio en Engativá, Bosa, Funza o Soacha, le meten de cabeza en el cuarto mundo, ahí sí por la ruta que sea, porque casi todas las salidas de la ciudad son hoy un espanto.
Lo que le hemos puesto encima a la Sabana en el último tercio de siglo es generalmente un desacierto. Y uno no puede menos de preguntarse: cómo es que la gobernación y los Municipios han pagado millones en malos estudios que se copian unos de otros en los Planes de Ordenamiento Territorial, pretendiendo ver emporios turísticos justo allí donde la desidia general dejó desbaratar todo encanto urbano tradicional, donde se han permitido la tugurización y el cegamiento del paisaje rural a través de una hilera continua de construcciones anodinas, sin paramentación, sin verde, sin gracia, a lado y lado de las carreteras? Los espacios libres, en retroceso constante, se inundan de un mar de vallas. Ventas informales, asaderos, piqueteaderos de mala muerte, sin agua corriente ni baños, sin dónde estacionar, ocupan el borde de propiedad pública en las calzadas. En las poblaciones, muchas capillas, templos y casas de gobierno fueron enjaezados con el gusto más ramplón. Los parques y plazas centrales, con salvedades como Tabio o Zipaquirá, acabaron con lo poco que tenían de arquitectura y son un caos de ruido cantinero y mercado, en medio del desorden vehicular, la mugre y la mendicidad.
La Sabana sólo conserva pequeñas manchas de bosque secundario y apenas el 2 por ciento de la vegetación primitiva. Desapareció el 80 por ciento de los arroyos y quebradas que se conocían hace un siglo. El agua subterránea, sobreexplotada por los cultivos de flores, se profundiza día a día hasta bajar en diez años más de 80 metros en zonas como el valle de Tenjo, mientras los humedales están sitiados, los suelos se resecan, se cuartean y se hunden. Los químicos que emplean las plantaciones envenenan los acuíferos. Los riegos se debaten en emplear aguas pestilentes del río o seguir robando las subterráneas. Se destroza el paisaje y se acaba con suelos y vías explotando a cielo abierto canteras, gravilleras y materiales de río en los pequeños valles, como el de Subachoque, a la vista de las autoridades. En tres años, el rincón más hermoso de la Sabana será un hueco de cientos de hectáreas convertidas para siempre en cráteres estériles.
* * *
Y así seguimos hablando de sostenibilidad turística y ambiental, con los peores ejemplos frente a los ojos de siete millones de personas. Qué hacer, justo cuando hay un alcalde de Bogotá, un gobernador de Cundinamarca y un gerente de la CAR que parecen verdaderamente sensibles al problema? Cuando los concejales y autoridades de otros 18 Municipios hablan diaria y nochemente de defender la naturaleza y apoyar el turismo? Nos la vamos a dejar ganar -todos- de unos cientos de depredadores? Necesitamos un plan integral de turismo a escala regional.
Hay un movimiento migratorio que por primera vez invierte los términos de la relación campo-ciudad. La clase acomodada quiere volver a la vida rural, conectada a sus oficinas o empresas por medios telemáticos, mientras vive
entre el verde, oye mugir las vacas y cultiva jardines, respirando aire puro. Son un nuevo aliado de los municipios sabaneros para poner freno a tanta estupidez y tanta connivencia de los politiqueros de pueblo con empresarios sin escrúpulos que están por acabar con una de las reservas ambientales y paisajísticas más bellas del mundo.
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