El juez permanente de Instrucción Criminal, en presencia de agentes de la Policía, practica el levantamiento y verifica que el hombre, como es lo común, carece de documentos de identidad. Además está irreconocible. Sus manos están atadas con un cordón a la espalda. Y la mordaza no dejó que lanzara su último grito.
Nunca faltan aquí los curiosos, aunque a diario pasan cadáveres Río Cauca abajo. En Agosto bajaron muertos como arroz , dice un arenero veterano, y anota que por lo menos tres aparecen cada mes bajo el puente de Juanchito, en la periferia del nororiente de Cali. Deben venir de lejos. Cuando llegan aquí están hinchados y la cara no se les distingue. Además, ahora les ha dado por envolverles la cabeza en bolsas. Casi todos tienen heridas de bala .
El río se ha convertido en un botadero de muertos y ello desafortunadamente resulta ser hoy un factor común en nuestra realidad social , admite el Consejero para la Seguridad en el Valle del Cauca, Raúl Caicedo Lourido. Agrega que los ajustes de cuentas y el narcotráfico son los motivos que están suscitando estos homicidios. En porcentaje menor se trata de muertes cometidas por una suerte de limpieza social o por motivos ideológicos.
Sin embargo, las estadísticas oficiales no hacen énfasis en estas muertes. Una consulta de EL TIEMPO a registros de Instrucción Criminal y la Personería Municipal en Cali indica que 213 personas indocumentadas fueron halladas muertas violentamente en distintos sitios del área metropolitana durante 1989. En su mayoría murieron baleados.
Del total, unas ochenta flotaron en el Cauca. La mayoría fue torturada, muerta a tiros y arrojada al caudal. A otros les envolvieron la cabeza en una bolsa plástica, luego los ataron de pies y manos para tirarlos a una muerte segura en el agua.
El número de casos es variable. Por ejemplo, en Enero del año pasado aparecieron 14 personas asesinadas en distintos sitios de la ciudad, de los cuales dos flotaron en el Cauca; en Febrero y en Marzo fueron hallados muertos 19 desconocidos, cinco de ellos en el río.
El personero de Cali, Diego Rojas Girón, manifiesta que hay inquietud sobre el tema y su despacho recopila información básica para realizar un foro. El análisis sobre el particular no se ha hecho y por eso hay conjeturas que pueden ser contradictorias .
Los hallazgos se han reportado usualmente en los corregimientos de Navarro, Juanchito (Candelaria), El Hormiguero (Puerto Tejada), lo mismo que en las estaciones de bombeo del barrio Floralia y una empresa papelera en Yumbo. No son pocos los muertos que han arribado hasta esos sitios desde Puerto Tejada, Santander de Quilichao y otras localidades caucanas.
Siguiendo el cauce hacia el norte del Valle, las autoridades han encontrado cadáveres en zonas rurales de Tuluá, Riofrío, Zarzal, Obando y Cartago. Asimismo, en el arenal de la Virginia y la vereda Beltrán de Marsella, en Risaralda.
El cadáver es un testigo de su propia muerte y esta práctica de desaparecerlo en el río paraliza cualquier investigación. El jefe de patología del Instituto de Medicina Legal en Cali, Hernando Espitia, dice que el cuerpo en cierta forma es una prueba y sin este los análisis forenses que respaldan la averiguación judicial, no tienen vigencia .
Para identificar el cadáver el forense desprende el pulpejo de los dedos y lo acomoda en un guante para tratar de definir la huella dactilar. A más tiempo de muerte, mayor dificultad para definir las causas del fallecimiento y el nombre de la persona. Cementerio de los NN En Cali, un furgón del Fondo de Vigilancia y Seguridad transporta a los muertos no identificados, dentro de un rústico féretro de madera, sin pintar, hasta el Cementerio de Siloé, donde es sepultado en una de las fosas comunes del Jardín G . Este es el único camposanto que asume ese servicio social en la ciudad.
Las estadísticas señalan que hasta 1983 en ese jardín eran enterrados unos 350 muertos oficiales, incluidas personas fallecidas en centros de beneficencia e indigentes. Pero a partir de ese año el número de entierros se triplicó por las matanzas de presuntos delincuentes y personas que dormían en las calles. Esos atentados cometidos en serie han cesado, mientras aumentaron los hallazgos de cadáveres en sitios apartados y en el río.
Los muertos en el Cauca, generalmente, son lanzados en puntos muy distantes de donde han sido localizados. Un ejemplo patético ocurrió en abril de 1989, en Trujillo, centro del Valle del Cauca: en menos de tres semanas desaparecieron 21 trujillenses, incluido el párroco Tiberio Fernández Mafla. De ellos solo fue confirmado el asesinato del sacardote y de dos personas más, cuyos restos descuartizados flotaron en el río, cerca de Obando, a muchos kilómetros del lugar de origen de las víctimas. La suerte corrida por los restantes es hoy todavía incierta, pero desde entonces el presagio es trágico.
Caicedo Lourido comenta que a raíz del caso de Trujillo cuando las autoridades ofrecieron recompensas a quienes ayudaran a localizar cadáveres en el Cauca, pudo comprobar que en algunos lugares como El Remolino, entre Obando y Roldanillo, curiosos se reúnen a disfrutar del descanso dominical viendo pasar muertos .
El contraste lo hacen los familiares y allegados de muchos desaparecidos que en una amarga búsqueda recorren hospitales, comisarias y anfiteatros de distintos municipios. En medio de su incertidumbre también visitan las orillas del río y ofrecen recompensas a los moradores.
Silveiro, un arenero en el municipio de La Virginia, asegura que al arenal han llegado a ofrecer hasta 200 mil pesos. Aquí vino un tipo desde Tuluá y dijo que daba esa plata y hasta más al que rescatara a su hermano. Pues claro que más de uno se mantuvo pendiente del caso, pero seguro pasó de noche porque nadie se hizo a ese billete. A veces las ofertas son de quince, diez, cinco mil o menos y pa ser franco los que vivimos de la orilla del río no rescatamos sino los muertos avisados porque de resto uno se complica la vida.
Nosotros distinguimos a los muertos por la ropa, los zapatos o alguna seña como un tatuaje. Cuando pasan por La Virginia ya no sirve de nada una fotografía .
En este pueblo risaraldense, en límites con el Valle, el cementerio escasamente tiene una cuadra de extensión. Antes se procedía al rescate de los cadáveres, pero las autoridades municipales temen que se les colme de desconocidos el camposanto. Un pescador que prefiere pasar como anónimo confiesa haber visto pasar cadáveres sin que nadie hiciera nada por su rescate pues no estaban recomendados.
Claro que a uno le duele ver así a un cristiano, pero qué hacemos. Nos han dicho más de una vez que si los sacamos corre por nuestra cuenta el entierro, porque en el cementerio ya no hay cupo .