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UN HÉROE ANÓNIMO

La historia no puede ser más extraordinaria. El 15 de mayo del año en curso, este mismo diario informó a los lectores que en el municipio de Nueva Granada, en el corregimiento de La Gloria, departamento del Magdalena, un hombre suele recorrer las veredas y los caseríos vecinos con un burro cargado de libros. Los muchachos lo esperan con ansiedad, expectantes, y cuando lo ven aparecer con su animal cargado de novelas, cuentos y crónicas, gritan, celebran y salen a recibirlo con entusiasmo.

La historia no puede ser más extraordinaria. El 15 de mayo del año en curso, este mismo diario informó a los lectores que en el municipio de Nueva Granada, en el corregimiento de La Gloria, departamento del Magdalena, un hombre suele recorrer las veredas y los caseríos vecinos con un burro cargado de libros. Los muchachos lo esperan con ansiedad, expectantes, y cuando lo ven aparecer con su animal cargado de novelas, cuentos y crónicas, gritan, celebran y salen a recibirlo con entusiasmo.
El hombre se llama Luis Soriano Bohórquez y es un maestro de escuela. Ha decidido que la mejor forma de ayudar a los jóvenes de la zona es enseñarles que los libros son una de las infinitas manifestaciones de la alegría. Llega con su cargamento, saluda, se bebe un vaso de agua o de guarapo y se sienta a ofrecerles a sus oyentes un libro de Stevenson o de Umberto Eco. Les cuenta de qué trata la historia, les abre el apetito intelectual, conversa con su auditorio, comparte la dicha de la lectura. Ellos, a su vez, le regresan los libros de la semana pasada, le cuentan qué sintieron, cómo les pareció, qué personajes les gustaron, y se despiden hasta el siguiente fin de semana. Así, de caserío en caserío, llevando libros de un sitio para el otro, hablando de autores, fechas, amores, guerras y venganzas.
Lo más doloroso es que este héroe anónimo cerraba el reportaje explicando que cargaba su biblioteca por todas partes, pero que ya no tenía más libros que ofrecer, que no eran muchos y que necesitaba la ayuda de personas o entidades que quisieran donar unos cuantos ejemplares para seguir con su labor.
Increíble. Mientras que en el resto del país se reporta que los índices de lectura han llegado a niveles que bordean el analfabetismo potencial (gente que sabe leer y escribir en teoría, pero que nunca compran un libro y lo leen), en este sitio olvidado y sin apoyo de nadie, la lectura crece y crece gracias a la fe de un profesor costeño que es feliz metido entre las páginas de los libros.
Todos sabemos que el amor a la lectura depende de las personas que nos inicien en ella, bien sea en casa o en el colegio. Desafortunadamente, abundan los maestros que dictan sus cursos no por amor a su materia, por auténtica vocación, sino por el sueldo que llega en los últimos días de cada mes. La crisis de la educación en Colombia tiene que ver con la pasión, con las ganas, con la fe y con la felicidad que los maestros no ponen en sus clases. Si un profesor no se siente pleno y dichoso hablando de lo que le gusta de verdad, mucho menos sus alumnos. Y no puedo dejar de pensar que mientras los jóvenes bogotanos tienen cada vez más opciones para aficionarse a la lectura (librerías, bibliotecas, fundaciones que la promueven), estos muchachos no reciben ninguna ayuda y dependen de la fe en las palabras que su itinerante maestro les transmita.
Imagino a este hombre atravesando retenes de la guerrilla y de los paramilitares con su bestia cargada de libros, y no puedo dejar de sentir por él una admiración sin límites. Porque un país que bordea el analfabetismo potencial es un país que se prepara cada vez más para la guerra. El burro de Luis Soriano es una lucha titánica y solitaria en contra de la ignorancia y el embrutecimiento generales, es un mensaje de paz que lleva un maestro a unos discípulos humildes que muchas veces no tienen un mendrugo de pan para llevarse a la boca.
Finalmente, es bueno recordar que hay personas que han recibido del país oportunidades, becas en el extranjero, buenos trabajos y que a cambio no le dejan nada. La palabra patriotismo es una virtud en desuso. A estas personas su país no las conmueve. En cambio, hay otras que no han recibido mucho y que, sin embargo, lo están dando todo. Estas últimas son las imprescindibles en horas aciagas como la nuestra.
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