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El ‘Fujipinochetismo’ y el libro del año

El nazismo jamás se preocupó por definir y explicar el verdadero sentido y los objetivos reales busc

Hoy, ante el pronto entierro de un año más, ciertos brotes variopintos nos invitan a repasar la historia de América Latina, antes de que sea tarde. Para entender a Pinochet y Fujimori, por ejemplo, es preciso remontarse al estudio de su fuente prístina, el ‘nazifascismo’. Por cierto, dos autócratas con características muy propias, pero identificados ambos en el latrocinio, el genocidio y la supresión de la libertad.
Hay que recordar que el nazismo integró su ‘doctrina’ seleccionando, aparentemente al albur, una serie contradictoria de tesis generales predicadas de tiempo atrás en Austria por el socialismo-democrático, el partido pangermanista de George Von Schönerer y el Partido Social Cristiano de Karl Lueger. Cabe destacar, principalmente: el anticomunismo, el antiparlamentarismo y el antiliberalismo, es decir, las ideas contrarias a las ‘internacionales’, tan en boga en esa época.
El racismo y el espacio vital corrían, por su parte, con el compromiso de imprimirle autenticidad alemana a ese ‘revoltijo’ ideológico que conformaba la plataforma nazi, para emplear el acertado calificativo de Chevalier, porque el nazismo no fue más que un potpourri de slogans entresacados de las fuentes más antagónicas.
Este caos ideológico logró cierta unidad orgánica mediante las publicaciones en 1920 del Programa de los Veinticinco Puntos y de Mi Lucha, en 1921, convertidos como por ensalmo en los dos catecismos de la doctrina hitlerista. El primero, reproduciendo en forma de clisé las más radicales banderas fascistas de la derecha austriaca; y el segundo, haciendo las veces, como lo observa agudamente Churchill, de “nuevo Corán de guerra y de fe, un Corán ampuloso, verborréico, informe, pero preñado de posibilidades”.
 
Ciertamente la originalidad no estuvo jamás dentro del repertorio de preocupaciones de Hitler y sus compinches que respondía, sin embargo, a una inteligente estrategia que, analizada con cierta perspectiva histórica, no hace otra cosa que probar el ‘diabólico genio’ de Hitler.
Captando la perfidia nazi, Edouard Vermeil exclama, por eso, en una de sus obras: “¡Qué falso decir que ese programa no significaba nada!”. En efecto, la clase media se había convertido en el mejor instrumento para dejar sin piso a la ‘república popular’ de Weimar y, por consiguiente, era preciso agitarle una serie de ideas contradictorias que pudiera satisfacer sus aspiraciones también contradictorias. Otro tanto acontecía con las fuerzas capitalistas y con la jerarquía militar; y, por ello, Hitler no vaciló en ofrecer un potpourri ideológico que permitía a tirios y troyanos enrolarse en sus cuadros.
 
La honestidad en las ideas, lo mismo que la originalidad, tampoco ornaba como atributo al líder nazi.
El nazismo jamás se preocupó por definir y explicar el verdadero sentido y los objetivos reales buscados con cada uno de sus slogans. Con esta demostró, a la postre, que fuera de razones tácticas en el fondo había, también, una gran insolvencia doctrinaria resumida en un tal ‘nuevo orden’, mediante el cual se les ofrecía el Edén a los ‘Prometeos de la humanidad’, tal como Hitler designaba a sus compatriotas, para que desde allí rectoraran al mundo ‘por voluntad del Creador’.
Estas breves reflexiones ojalá sirvan para afianzarnos en la tesis según la cual las crisis y las falencias del sistema democrático sólo se sortean con más democracia y no por los caminos torcidos del autoritarismo o del neopopulismo.
Adenda: excelente como libro para repensar nuestra historia reciente, Casi toda la verdad, de María Isabel Rueda, verdadero best seller de Editorial Planeta.
 
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