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Para dónde va Colombia

En la medida en que se nubla el panorama global y se empieza a sentir un nuevo desaceleramiento global, el país tiene que ajustar sus expectativas y proyecciones sobre las locomotoras de crecimiento.

Colombia se había convertido en un diamante en bruto listo para ser tallado, por ser uno de los principales destinos de la inversión extranjera.
Era una especie de tigre asiático de la región. Los líderes nacionales se ufanaban de poder ser la siguiente generación de países modelo de crecimiento y desarrollo después de los llamados Bric.
Los índices económicos y de crecimiento del Producto Interno Bruto así lo demostraban. Artículos The New York Times y The Economist hablaban de manera positiva sobre Colombia e invitaban al mundo a conocerla.
Los aviones y los hoteles en las grandes ciudades no daban abasto.
Todo era fiesta, todo era felicidad. Los colombianos nos habíamos vuelto a sentir orgullosos de ser colombianos.
Pero un día despertamos y la fiesta se había acabado sin que nadie nos avisara. Ahora, la realidad de Colombia, y de América Latina en el contexto económico global no es tan alentadora como nos lo han querido vender.
Pero lo cierto es que tampoco es tan malo como algunos opositores lo quieren mostrar.
Nosotros nos creímos el cuento de hadas que la bonanza y las ‘vacas gordas’ nunca se iban ha acabar; que la crisis financiera global, la recesión y el debilitamiento de la Eurozona nunca nos iban a afectar; que nuestras economías habían evolucionado, y que no éramos dependientes de los precios de los commodities. Que realmente estábamos generando bienestar y desarrollo social para el común de la gente.
La verdad es otra. América Latina ha crecido un poco más que otras regiones, pero el desarrollo económico y social aún no se ve en el bolsillo de la gente.
El promedio del ingreso per cápita ha crecido en algunos países, pero porque los de arriba de la pirámide ganan más.
Esto no es un tema de lucha de clases sociales, sino de dinámica de la economía.
Si queremos que nuestros mercados crezcan, se diversifiquen, se vuelvan innovadores y generen más empleo, necesitamos que más gente gane más, punto.
De lo contrario, la riqueza seguirá concentrada en unos cuantos y produciendo para unos pocos.
En la medida en que se nubla el panorama global y se empieza a sentir un nuevo desaceleramiento global, la realidad es que Colombia tiene que ajustar sus expectativas y proyecciones sobre las locomotoras de crecimiento, y esto no es culpa de la actual administración.
Sin embargo, sí es responsabilidad de este Gobierno, que por lo menos una de esas locomotoras logre, por fin, partir de la estación.
El rubro de la infraestructura sigue estancado por diversos motivos políticos, de burocracia y de corrupción, pero eso no puede ser excusa para que nunca más volvamos a invertir un solo peso en ese esencial sector.
Es positivo que en el país haya disenso y oposición; que en el Congreso y la opinión pública haya discrepancia sobre cómo corregir un problema; que los medios de comunicación y los columnistas destapen escándalos de corrupción sustentados en pruebas, y cumpliendo con los principios éticos y de responsabilidad social del periodismo; que existan Twitter y otras formas de redes sociales que permitan un debate más amplio sobre lo fundamental, y que más personas del común participen y opinen sobre los temas cruciales para el país. Sin esto último, nos hubiéramos enterado muy tarde de los micos en la reforma judicial.
Pero así como todo eso es bueno, al mismo tiempo esos mecanismos se utilizan de forma deconstructiva.
Es negativo que se magnifiquen los problemas políticos, sociales y económicos de manera que se afecte la percepción de la confianza inversionista que tan difícil fue recuperar.
Es perverso que los activistas sociales u opositores se conviertan en una caja de resonancia de las conductas criminales de las Farc, o que por su condición social o filiación política puedan atacar a las instituciones sin consecuencia alguna.
Sin duda, tampoco es bueno que los expresidentes opinen.
Pero es peor que la administración actual se quede callada y no muestre la convicción y el liderazgo que necesita para acallar a los más acérrimos opositores.
La confianza inversionista y la percepción que goza el país en el exterior se debe gracias al liderazgo certero y a la convicción de nuestras clases dirigentes en los últimos años.
No hay que temer usar el poder y la autoridad que se les ha entregado.
Es importante entender que Colombia todavía no ha resuelto el conflicto armado y todas las formas de violencia y delincuencia organizada que tanto han afectado al país.
Por ello, hay que ser responsables cuando opinamos, criticamos, tweeteamos, damos entrevistas a periodistas o columnistas de opinión, hablamos en foros internacionales, rondas de negocios o cócteles. Todo comunica.
La competencia no deber ser entre nosotros mismos. Hay que concentrarse en nuestras fortalezas y ventajas competitivas para acabar, de una vez por todas, con el conflicto armado y la tolerancia con todas las formas de violencia y delincuencia organizada. Para esto, hay que fortalecer las instituciones (Judicial, Legislativo, Ejecutivo y organismos de control) para poder promulgar leyes sin micos y judicializar correctamente a los responsables de la corrupción y de delitos atroces sin necesidad de extradición ni tribunales internacionales.
Colombia tiene que aprender a generar desarrollo y crecimiento sostenido para el bienestar de todos. De esa manera, no dejaremos que la fiesta se acabe.
Andrés Otero
Director de Kroll para América Latina.
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