Los efectos de las actuales fluctuaciones de los precios de commodities siguen revelando que estas economías, aunque crecen estrepitosamente durante los periodos de precios en alza, encuentran severas dificultades para dar el paso hacia el desarrollo genuino o real. El hecho de que el PIB de Colombia, Chile, Brasil, Argentina, entre tantos otros productores, haya crecido a tasas promedio de 4,3% anual durante la pasada década, no los ha transformado social, institucional, y económicamente en países comparables a Canadá, Australia, o Nueva Zelanda.
La tendencia en baja de precios de petróleo, ¿un nuevo reto o el mismo reto no resuelto?
Las estrategias de progreso y desarrollo industrial no parecieran acompañar la curva de precios de commodities, o los retos han sido erróneamente formulados. En efecto, dos oportunas preguntas podrían bien sintetizar qué preocupa: ¿Qué ha cambiado, y qué sigue igual? y, ¿Qué hemos aprendido?
En un reciente estudio del Centro de Innovación y Marketing de INALDE Business School, se detectó que la industria manufacturera de Colombia ha quedado relegada durante esta última década. Mientras más elevados los precios del petróleo, mayor fue el deterioro en su balanza comercial industrial. Los economistas denominan a este fenómeno la ‘enfermedad holandesa’: la alta dependencia de los commodities con efectos adversos en la macro y microeconomía. Sin embargo, Holanda se recuperó en poco menos que la crisis de las subprime de 2008. Es crucial establecer si los gobiernos y sectores privados han decidido convivir con la alta dependencia de commodities como pilar del desarrollo y bienestar o, bien, reconsiderar la forma de comprender e incentivar el progreso y desarrollo industrial.
DESAFÍO: SENSATEZ
Continuar con la alta dependencia de los commodities facilita, desafortunadamente, predecir cómo se resuelven los dilemas estructurales frente a la adversidad: manipulación de la política monetaria (devaluar) y fiscal (aumentar el gasto público), etc. Por otro lado, y con cierta lógica, el empresariado tiende a reducir contrataciones, presupuestos de inversión, compensaciones, entre otros. Se desarrolla una mixtura de prioridades tendientes a sostener el nivel de empleo, consumo, y la maximización de utilidades en un entorno dominado por una especie de ‘síndrome-invernadero’. Lejos de expandir las economías a través de la creación de un estado de progreso, la región se contrae a la espera cíclica de altos precios de commodities.
Reformular las estrategias de progreso y desarrollo, de acuerdo a como se entiendan, es siempre factible. Sin embargo, los indicadores industriales demuestran que existen serias dificultades que provocan sentimientos de frustración, hacia un estado de ‘lo poco probable’. Progresar es, primeramente, tener alguna certeza en el tiempo de que habiendo sorteado la adversidad no se retroceda para volver a empezar. Por lo tanto, una reforma requiere, además de buenas y muchas ideas, de tiempo y sensatez: ¿Cuánto tiempo está dispuesto el sector privado a invertir en una reforma?; 2) el sector privado requiere del sector público, pero ¿cómo entienden los gobiernos el progreso y desarrollo? ¿Estará dispuesto el sector privado a invertir años (futuro) en una cooperación mutua?
Ambos sectores persiguen el mismo objetivo: progreso y desarrollo. Sin embargo, parecieran no recorrer el mismo camino. Los gobiernos monopolizan la agenda del progreso atendiendo, en mayor medida, las urgencias sociales y las propias. Desafortunadamente, la experiencia indica que desde la consolidación de las democracias en la región, se fracasa de forma continua en superar cierto umbral del progreso y desarrollo social; se relega al mismo tiempo el del sector privado. Los sectores industriales son, generalmente, 1) deficitarios; 2) basados en maquilas (industria-ensamblaje); 3) de bajo componente tecnológico. La debilidad en cualquiera de estos indicadores no significa que la estrategia del país necesita ser reformulada. Pero sí da muestras de un sector industrial que no progresa.
CÓMO ENTENDER EL PROGRESO
Poseer y aprovechar los recursos naturales valiosos para el mundo es una fortuna, aunque pareciera que los gobiernos quedan hipnotizados por su fenomenal contribución. En contraposición, la industria de la región no pareciera presentar una oferta valiosa hacia el mundo que permita mitigar los reiterados desbalances macroeconómicos; inclusive, las distorsiones de precios en el mercado interno. La industria automotriz es, en esencia, una ‘industria-maquila’ que aporta al déficit de manufacturas, pero los precios internos de los automotores ensamblados no es inferior al precio pagado por consumidores en España, por ejemplo. ¿Cómo se puede explicar que un automóvil con la tecnología de Audi o BMW sea relativamente más barato que cualquiera de la misma línea en Argentina, Brasil, México o Colombia? En Alemania se paga más de 35 euros/hora a sus operarios, mientras que la industria en la región paga entre 6 y 11 dólares por una actividad menos sofisticada. Un operario de Audi participa de la producción de alta tecnología, mientras que nuestras industrias solo ensamblan partes.
En consecuencia, enfrentamos un dilema hacia el desarrollo: ¿Qué tipo de cualificación laboral estamos desarrollando? Por otro lado, la decisión de los gobiernos en expandir sus economías a través de estos sectores, parecieran ser una estrategia de populismo industrial que provoca un círculo vicioso del crecimiento y desarrollo industrial: deteriorar la macroeconomía para generar productos de cuestionable competitividad.
Luis Fernando Jaramillo
Director General de Inalde Business School
Rodrigo Costamagna
Investigador de Inalde Business School