Tic tac, tic tac, tic tac. Veinte relojes cuelgan de las paredes de la relojería Calvo. A las 12:00 m. canta un pajarito y parejas de madera salen a bailar de uno de los aparatos.
La escena se repite cada hora sin que los hermanos Calvo se desesperen con esa música insistente. Están acostumbrados: sus bisabuelos maternos eran relojeros.
La tradición comenzó hacia finales de 1800, con la empresa de Elías Rodríguez. Luego los descendientes José Rafael, José Ricardo, José Ignacio, José Roberto, José Bernando y José Álvaro Calvo, entre otros, continuaron con el proyecto.
Hoy, los hijos de este último, Enrique, Fernando, Gustavo y Mauricio, emulan su oficio.
Ellos restauran antiguos relojes de cuerda, de pulso mecánico y de campana, en las calles 79 y 97 con carrera 15, así como en la avenida 19 con calles 122 y 147.
"Antes de aprender a coger el tenedor, aprendimos de relojes", cuenta Enrique, quien, como sus hermanos, creció viendo a su papá reparar relojes en su taller-oficina de la calle 64 con 17. También le debe a sus primos, Gabriel y Raúl Suárez Calvo, sus conocimientos.
Los tesoros
Los Calvo han estudiado, y 'curado, como doctores', relojes antiguos de la ciudad. Arreglaron los aparatos de la Presidencia durante el mandato de Belisario Betancur. También restauraron el farol externo, con reloj, en la Casa de la Moneda (foto), en el centro de la ciudad, y le dan cuerda a una colección privada en la Iglesia de Lourdes.Además, sus manos les devolvieron la vida a los relojes del Banco cafetero, el Parque Nacional, a otro ubicado en una torre del Hotel Plenitud, en la calle 127 con 16, y a un dispositivo proveniente de El Charquito (Cundinamarca), que hoy se exhibe en Emgesa, en la calle 82 con carrera 11. "Ese nos dio bastante trabajo porque estaba abandonado", dice Fernando.
Sin embargo, hubo uno, tal vez su preferido, que resucitaron en vano. "Es francés, tiene unos 200 años y los pájaros 'volaban' de una rama a otra para dar la hora. Hace un tiempo lo tenían exhibido en el Museo Nacional. Hoy sigue allí, pero ya no funciona y así pierde el encanto", afirma Enrique. Él y, años antes, su tío José Ignacio lo 'remendaron'.
El abandono de estos aparatos, y otros en la ciudad, obedece, según Mauricio, a que sus dueños ignoran la magia de su mecánica interna. "Hace falta conocerlos; una vez la persona sabe cómo funcionan, empieza a quererlos", añade.
Ya los Calvo no reciben tantos visitantes como hace dos décadas, cuando los aparatos eran mecánicos y no de cuarzo. Sin embargo, siguen restaurando el tic tac interno de instrumentos que pertenecieron a los antepasados de sus clientes y que son tesoros familiares.
"Casi siempre nos traen relojes de los abuelos; son joyas", concluyen con firmeza Enrique y Fernando.
Informes: 600 84 35 y 256 69 81.
REDACCIÓN EL TIEMPO ZONA