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La cuadra, la doma, la monta. Y el toreo

A veces nos reíamos -y con este plural me refiero a los catorce mil espectadores que abarrotábamos la plaza-; y a veces llorábamos.
Era esa incontrolable risa de dicha que produce a veces el exceso de belleza, la imposibilidad de creer que tanta belleza en movimiento existe. Y era ese llanto también de dicha que nace de los mismos motivos. Todo eso, bajo la belleza espléndida de una tarde que parecía hecha de cristal, y frente al rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza toreando inspirado a dos toros negros de Ernesto Gutiérrez, montando los caballos mejor domados y más valientes y más bellos del mundo.
La cuadra: 'Curro', un gran castaño oscuro y reluciente; 'Silveti', que atacaba de frente al toro parado en los medios y le llegaba a los pitones; 'Ícaro', un bayo claro al que Hermoso ponía a bailar ante los ojos del toro, entre sus astas, para templarlo luego como una cuerda de guitarra; 'Pirata', un tordo casi blanco para el rejón de muerte. Y con el otro toro, el sexto, bravo, un isabelo color carne llamado 'Saramago', de galope orgulloso; 'Chenel' para las banderillas, con su increíble cite de costado, llevando templado al toro, y sus inverosímiles piruetas y giros entre las tablas y los pitones del toro; 'Patanegra', otro gran bailarín castaño; y de nuevo 'Pirata' para las asombrosas banderillas cortas clavadas a dos manos y con la brida suelta.
Hace unos años se creía que Pablo Hermoso había tenido la suerte de encontrar un caballo milagroso llamado 'Cagancho', que había nacido torero. No es eso. Lo que pasa es que su prodigioso talento de domador y de jinete convierte en toreros a todos sus caballos. Y cómo los monta, como si fuera el mismo viento, posado con la firme ligereza de un pájaro sobre la silla vaquera, llevándolos con toques sutilísimos de la mano y las rodillas, y clavando al estribo, en lo alto del morrillo del toro, para quedarse luego jugando entre las astas. Toreando entre las astas. La plaza unánime y rendida gritaba con una sola voz: "¡Torero! ¡Torero!".
Cuando se torea así a caballo, no se echa de menos el toreo a pie.
Y lo hubo también, del verdadero. En su segundo toro -el cuarto de la tarde, después de la maravillosa primera exhibición de Hermoso de Mendoza- Luis Bolívar cuajó la mejor faena que le he visto, aunque no supo rematarla con la espada para ganarse las orejas.
Toreó valiente, como siempre, pero ahora mucho más sereno: descolgado de hombros y sin esa tensa rigidez en el cuello que hacía pensar que le molestaba el cuello de la camisa.
Una oreja para Bolívar, y una vuelta al ruedo. Dos orejas, y dos orejas y rabo para Hermoso de Mendoza. Vuelta al ruedo en el arrastre para el sexto y bravo toro, el mejor de la seria corrida. Cayetano sólo pasaba por ahí. Y sólo dejó la mecida elegancia de unos capotazos de recibo.
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