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Taxistas, ¿enemigo público? / Voy y vuelvo

La reacción salvaje de los conductores confirma es que algo grave pasa en nuestra sociedad.

Indignación. Ese fue el sentimiento que nos embargó a muchos esta semana luego de ver las imágenes de la golpiza que media docena de taxistas propinó a dos pasajeros por causas aún no claras. Cualquiera que haya sido el motivo, la reacción salvaje de los conductores lo único que confirma es que algo grave se ha enquistado en nuestra sociedad; que la intolerancia -como ya lo había expresado en este espacio-, nos está matando y que, a menos que las autoridades actúen a tiempo, mañana la 'jauría' podría provenir desde cualquier otro sector, como ya se ha visto.
Lo que preocupa es la recurrencia con que se vienen presentando estos casos de violencia física o verbal entre taxistas y pasajeros; entre taxistas y peatones o entre taxistas y otros conductores. Con el argumento de que la Policía no actua a tiempo y que los delincuentes también se han ensañado contra el gremio de los 'amarillos' (el año pasado asesinaron 14 conductores y cada 24 horas son atracados 11 de ellos), los taxistas han creado una especie de grupo élite que actúa como gavilla de matones que no entiende argumentos ni escucha razones. Basta un altercado menor con alguno de estos personajes y de inmediato tres o cuatro lo rodearán, amenazantes, para 'imponer' su propio orden. La situación de los taxistas en las calles bogotanas no es fácil. Habría que sentarse tras el volante de un taxi para entender sus demandas. Pero debe quedar claro que nadie les ha otorgado patente para actuar como lo hicieron esta semana. Por supuesto que pueden hacer las veces de cuerpo aliado de la Policía, qué mejor que ver multiplicados los ojos para garantizar la seguridad en nuestras calles y barrios; que contribuyan a la captura de delincuentes y los estreguen a las autoridades es el tipo de acción colectiva que se aplaude. Pero ni siquiera en estos casos se justifica que los taxistas terminen operando como un tropel de energúmenos que todo lo arreglan a punta de patadas, varillas y manoplas. Por esta vía, solo consiguen parecerse más a los delincuentes que dicen combatir que a los ciudadanos a quienes deben su oficio.
Tras lo sucedido, no basta el arrepentimiento ni la condena gremial. Mucho menos, la indignación oficial. La Administración debe revisar con lupa lo que viene ocurriendo con un sector que diariamente es cuestionado por diversas razones. ¿Qué pasa con las empresas?, ¿cuáles son las condiciones laborales de los taxistas?, ¿qué antecedentes tienen muchos de sus conductores? Hasta hoy ni siquiera se sabe cuántos taxis ilegales ruedan por la ciudad. Si en el caso de la golpiza a los dos pasajeros no hay justicia ni consecuencias ejemplarizantes, no nos extrañe que más episodios de 'parajusticia' se repitan.
ERNESTO CORTÉS FIERRO
Editor jefe EL TIEMPO
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