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'Vida y muerte del 'Mono Jojoy'': libro sobre el temido guerrillero

Sus gustos, la sangre fría, los fusilamientos y su guerra, fueron recopilados por Jineth Bedoya.

"Normas básicas de vestimenta: la bota tiene que ser de caucho ecuatoriano; la camiseta blanca o negra de la que llega en la remesa; ropa militar verde, o sudadera negra y boina española para los comandantes". Sin embargo, a unos pocos les autorizó comprar ropa estadounidense, entre la que se encontraban las botas, los camuflados y las camisetas. En el comunicado también prohibió el uso de reloj de oro, anillos de oro, caballos, carros, y los computadores que se compraran tenían que ser autorizados por él.
Eso no impedía que 'Jojoy' se diera sus gustos por ser el jefe. Siempre usaba botas españolas; cuando llegaban fusiles nuevos, él cargaba uno o dos meses el de muestra y luego se lo daba a algún comandante porque a su lado siempre estaba un M-4 que le había regalado el 'Negro Acacio'. El mismo que tenía a su lado cuando murió.
Se autodenominaba 'farolo' (exhibicionista) porque le gustaba que lo vieran con las ametralladoras o las armas largas que se compraban, pero en sí siempre tenía la misma pistola y el mismo fusil. También exhibía los uniformes que le llegaban de diferentes partes del mundo y que rotaba mensualmente, pero como con las armas, siempre terminaba usando el mismo camuflado y, en los últimos meses, el uniforme del Ejército colombiano.
Entre sus colecciones había uniformes españoles, estadounidenses,una gabardina rusa, que nunca usó y un uniforme ruso flora, el que usaron las tropas soviéticas en el Octubre Rojo, prenda difícil de conseguir y que es sólo para coleccionistas, pero que llegó a las manos de 'Jojoy' traído directamente de la antigua Unión Soviética.
Así como tenía debilidades por los uniformes, le pasaba lo mismo con las gorras. En su colección las había de todas las marcas y estilos, especialmente las españolas, algunas rusas y sombreros; tenía uno especial que usaron las tropas estadounidenses en la guerra del Golfo, en 1990.
La que siempre llevaba y que lo hizo famoso era del Ejército español y la mandó a reponer en tres oportunidades, porque la selva iba desgastando el tejido. Pero lo que nadie pensaría, por el antecedente del reloj "chiviado" de 'Raúl Reyes', era su reloj Rolex original. Cuando los hombres de la Policía Judicial inspeccionaron el cadáver del jefe guerrillero, en el campamento de La Escalera, no podían dar crédito a la originalidad de la joya, pero era cierto. 'Jojoy' tenía muchísimos relojes. Baratos, caros, imitaciones, de pila o de cuerda, con pulsos de cuero o de plástico, y todos terminaba regalándoselos a algún comandante, a alguna guerrillera que conquistaba o a los de su guardia.
Pero los que eran un tesoro para él, además porque lo valían, eran sus dos Rolex que siempre llevaba y se turnaba por semanas. Uno fue un regalo del 'Negro Acacio', de dieciocho millones de pesos y que tenía puesto el día del bombardeo final. El otro, de sesenta millones y con pulso de oro, que 'Jhon Cuarenta' le mandó comprar como regalo de cumpleaños en el mismo sitio donde compró el suyo un reconocido senador colombiano.
'Jhon Cuarenta' se lo vio al senador en una revista. Lo lucía en una foto de la sección social, en medio de un coctel. El guerrillero se obsesionó a tal punto que les ordenó a sus hombres que montaran toda una red de inteligencia para saber dónde lo había comprado el político. A los pocos meses, la joya iba en una cajita, con el envoltorio del almacén y una tarjeta fi rmada por él, rumbo a las selvas del Yarí.
Otros, en cambio, le regalaban lociones de todas las marcas y olores. Él las usaba los primeros días y luego las regalaba o las guardaba. Tampoco se acostumbraba a ellas y siempre tenía a la mano una colonia barata o una Agua Brava. Algo más que no le faltaba, así no las usara, eran sus quince cobijas.
Las cargaba uno de sus hombres de seguridad y entre ellas había una térmica traída de Estados Unidos. Sus anteojos, indispensables porque tenía astigmatismo, eran siempre la misión de 'Romaña'. Él se los tenía que mandar a hacer en una óptica de Bogotá. El guerrillero también era el encargado de proveerlo del exclusivo coñac Rémy Martin, su licor favorito; y de los champús y jabones que venden en las tiendas de aromaterapia. A veces completaba hasta cien.
Pero nada comparable con su ropa interior. Era de suponerse que si usaba un Rolex, mínimo debía tener unos Calvin Klein. La verdad, nunca pudo dejar los canzoncillos de guerrillero; esos que llegaban en las dotaciones y que tenían que aguantar las largas caminatas y los climas selváticos. Y aunque no le faltaron los de marca, uno de sus hombres recuerda que una mañana dijo, muy jocoso, que no sabía cómo los burgueses podían gastarse tantos pesos y dólares en esas porquerías que "no apretaban bien las huevas".
Sus gustos, de alguna manera, no le permitían exigirle tanto a sus comandantes, aún más sabiendo que muchas de las cosas que tenía llegaban de sus manos, pero eso no le impidió que autorizara sanciones para los mandos medios que "resultaban con extravagancias". Los fusilamientos seguían a la orden del día.
"De ahí salió otro poco de ajusticiamientos, porque los comandantes se lavaban las manos en los que recién habían ingresado a las fi las y así no tomaran trago, o no tuvieran joyas o cosas lujosas, entregaban sus cabezas para salvarse", señala Marta.
Y de esa ola de asesinatos también llegó la paranoia del 'Mono' sobre los infi ltrados. Creía que todos los que llegaban eran agentes de la CIA o paramilitares. Creía que los vendedores ambulantes que pasaban por sus pueblos (los que el bloque Oriental dominaba), eran policías o gente del Ejército.
Recorriendo caseríos de Uribe, Mesetas, La Macarena y Vista Hermosa, en el Meta, se puede contar por decenas el número de hombres y mujeres comerciantes que fueron señalados de infiltrados y terminaron ajusticiados.
"El 'Mono' decía que los paisas eran paramilitares disfrazados, que engatusaban a las viejas ofreciéndoles la tanguita barata y maricadas, y los indígenas que se dejaban comprar por la Policía -dice Moisés-. Por eso, en La Julia mataron a un indiecito, de unos dieciséis años, que no pidió permiso para entrar. Llegó un viernes con sus bultos de cobijas y sábanas y el domingo lo fusilaron. Por eso el que no entrara a La Julia recomendado o con alguien de la guerrilla, inmediatamente era tachado de infiltrado, y no salía".
El suicidio en las FARC
Cada regaño en público era aplastante. Los más frecuentes eran porque los jefes de frentes o compañías no peleaban o porque las cuentas de las remesas y los suministros que se adquirían para el bloque no cuadraban. En los últimos años, la falta no pasaba del regaño y 'Jojoy' se había vuelto 'flexible', pero un tiempo atrás las cosas eran a otro precio y no hay una cifra de cuántos pudieron haber muerto en sus consejos de guerra. Y era que su cambio tenía una razón: desde el 2004, cuando las Fuerzas Militares lanzaron el plan Patriota y la Operación JM contra sus campamentos, cerca de setenta guerrilleros optaron por suicidarse. Los combates eran tan duros y la desventaja de armamento y condiciones tan desiguales frente al Ejército, que los subversivos decidían quitarse la vida. Eso fue generando un inconformismo generalizado en los campamentos. Entonces, por sugerencia de algunos integrantes del secretariado, como quedó registrado en algunos correos electrónicos, 'Jojoy' tuvo que cambiar la táctica frente a sus hombres, "pero la frase que decía en público lo dejaba a uno instantáneamente como traidor: 'Usted hace más daño que el enemigo, parece un agente: flojo, cobarde, incapaz'. Con esas palabras ya el resto del campamento lo miraba a uno como un infiltrado", agrega un desmovilizado.
No era la muerte del consejo de guerra. Era una muerte silenciosa y disfrazada. La de la marginación y la desconfianza, que por lo general terminaba en fusilamiento ordenado por los mandos medios.
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