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Si eso no es estrella...

Después de haber necesitado toda su buena estrella para vencer un hecho de imposible ocurrencia, como era su elección de Presidente, Juan Manuel Santos todavía la tiene como nueva.
No de otra manera se explica que la Corte Constitucional haya tumbado el acuerdo de cooperación militar con EE. UU. Es que si nos hubiéramos propuesto inventarnos algo para ayudarle a Santos a superar exitosamente esta primera etapa de su gobierno, no se nos habría ocurrido algo tan perfecto como acudir a un respetable fallo de la Corte Constitucional para quitarle de encima las calamidades y las desdichas que dicho tratado trajo consigo para el Gobierno anterior y que este necesariamente estaba condenado a heredar.
La mayoría de la Corte sostiene, con la oposición de solo tres salvamentos de voto, que el acuerdo militar con EE. UU. era en realidad un tratado y que, por lo tanto, debió pasar por su trámite ante el Congreso, por cuatro razones. Porque extendía la presencia gringa a más de las tres bases que autorizaba el acuerdo anterior; porque le impedía a Colombia inspeccionar o abordar naves estadounidenses en territorio colombiano; porque contemplaba prórrogas automáticas, y porque extendía la inmunidad del personal civil y militar con presencia en Colombia a sus familiares y dependientes y a contratistas y subcontratistas norteamericanos.
Pero, en la práctica, con su caída nada va a pasar. Porque los temas anteriores son absolutamente inherentes a todo acuerdo internacional de cooperación y defensa que se firme entre dos países, y para que se den, no necesitan el visto bueno de la Corte Constitucional. Es absurdo que un acuerdo semejante no implique desde acceso a las bases militares aéreas, terrestres y marinas en medio de operaciones conjuntas, tácticas, e intercambio de inteligencia, hasta una relativa inmunidad judicial del personal militar gringo desplegado en Colombia, de por sí antipática pero que ha operado a lo largo de los acuerdos militares que hemos firmado con EE. UU. desde 1962, y que otros 90 países también le reconocen.
Lo único exótico y que no cubre la costumbre internacional de los tratados de cooperación es que tal inmunidad se extienda a familiares y a contratistas. Pues nada que le convenga más a Santos que eso se haya caído, pues se quita de encima el sirirí de que los gringos gozan de impunidad en Colombia.
Total, hoy parecería que lo firmado por el gobierno Uribe es un tratado sin el cual, o con el cual, todo sigue igual con EE. UU. ¿Significa que todo eso fue un esfuerzo innecesario que casi nos mete en una guerra con Venezuela? No. El presidente Uribe llegó a temer que con la llegada del gobierno Obama, se marchitara el compromiso de los EE. UU. en la lucha conjunta con Colombia contra el terrorismo y el narcotráfico y quiso dejar firmado un seguro con Bush. O sea que, si bien militarmente el nuevo acuerdo no contiene unos cambios sin los cuales no podamos vivir, sí era un mensaje a los enemigos internos y externos de Colombia, de que los EE. UU. no nos iban a dejar solos. Ese mensaje sí quedo irreversiblemente enviado y entendido.
Santos es tan de buenas, pero tan de buenas, que a 48 horas de la histórica visita de nuestra Canciller a Caracas para negociar el restablecimiento de relaciones, la Corte tumbó el tratado cuando ya poco importa, en una decisión absolutamente independiente de los eventuales intereses del nuevo gobierno al respecto.
Pero, para todos los efectos, Chávez y Correa pueden albergar la ilusión de que esta la ganaron. Que Santos recapacitó y que como prueba de esta nueva era de relaciones, les entregó, con magnificencia y en bandeja de plata, el tratado de las bases con EE. UU. Si eso no es tener estrella...
¡SE ME OLVIDA! Y hablando de estrellas, surge otra en el firmamento gastronómico de Bogotá: el restaurante La Despensa, con su pulpo en salsa de alcaparras y su carpaccio de atún.
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