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Historia de Calamar, un popular municipio de Bolívar que hace unos años fue una ciudad

Esa esquina privilegiada de Bolívar vive del recuerdo de su prosperidad, tras la ida del tren que comunicaba con Cartagena. Segunda entrega de la serie 'Pueblos en el olvido'.

Redacción El Tiempo
A un pedazo largo de riel incrustado a cinco metros de altura en una centenaria y corpulenta bonga, sembrada a escasos pasos del río Magdalena, se le considera símbolo del tren que existió en Calamar y que desde su ida sumergió en el más completo olvido a este municipio ubicado en una esquina de Bolívar, al frente de los departamentos del Atlántico y Magdalena.
Hasta ese lugar, en predios hoy del Puesto Militar Campesino de la Infanteria de Marina, llegan visitantes incrédulos para preguntar cómo es posible que ello ocurriera, mientras que para los nativos de avanzada edad ese pedazo de metal es parte del triste recuerdo de la prosperidad.
Uno de ellos, Francisco Castillo Martínez, historiador de Calamar, asegura que "un vendaval, en septiembre de 1937, levantó el riel, que ya estaba gastado para el tren y era utilizado como cerca, y lo clavó en el árbol. Yo era un niño de 4 años, pero lo recuerdo como si fuera ayer...".
Entonces, y desde antes, Calamar era puerto activo sobre el Magdalena, cuya economía giraba en el tren inaugurado el 20 de julio de 1894 y que transportaba, en 113 kilómetros a través de esa única vía terrestre con la capital del departamento -martes, jueves y sábado-, toda la carga (especialmente café y tabaco) y pasajeros que salían o llegaban del interior del país y del exterior.
Existían cinco muelles sobre el río, decenas de bodegas para almacenar la carga, múltiples cuadrillas cada una de 30 hombres para realizar esa carga y descarga en el tren y barcos, y cinco cómodos hoteles levantados en edificaciones con arquitectura arabescos.
Compañías multinacionales, como la Tropical Oil Company, tenían operaciones sobre su tierra. Se reparaban barcos y los aviones de Scadta acuatizaban dos veces por semana, llevando pasajeros y el correo. Había fábricas de ron, jabón, gaseosa y mantequilla.
El comercio era intenso, dominado en la 'Calle del río' por colonias de 'turcos', como llaman a sirios y libaneses -entre otros inmigrantes del Medio Oriente- en el Caribe colombiano. Además, familias italianas, alemanas, francesas y venezolanas eran propietarias de pujantes negocios, como el Club Social, las academias de baile, sala de billares y hasta los prostíbulos, uno de ellos casi exclusivamente abierto para estadounidenses. El dinero circulaba por montones.
"Había tanto dinero que todas las noches, aunque hubiera repeticiones, el cine se llenaba con 500 personas", dice Rafael Vergara González, sincelejano de 84 años y ahora residente en Cartagena, que llegó a Calamar en 1946 y administró hasta su cierre, en 1950, la sala 'Don Pepe', una de las tres que existieron aquí.
Sin tren, llega la ruina
Pero así como Calamar debe su fundación en 1848 a la apertura de la zanja de lo que más tarde sería el Canal del Dique, porque varias familias trabajadoras de esa obra se instalaron en la hoy llamada Calle Girardot, esa fuente de agua derivada del río Magdalena contribuyó poco más de un siglo después para acabar con la prosperidad de esa tierra.
La Nación compró por un millón y medio de pesos el tren a la empresa privada y entró a administrarlo en 1940. Los gremios de Cartagena levantaron la voz para solicitar carreteras y la navegabilidad del Dique, argumentando que esa parada en Calamar resultaba costosa, en especial para la carga. Según una publicación del investigador Adolfo Meisel Roca, la rentabilidad del ferrocarril decayó.
El gobierno suspendió operaciones en 1950. Rafael Vergara asegura que fue el 26 de diciembre y que decidió Cartagena, no Calamar. Francisco Castillo sostiene que los cartageneros calumniaron al tren, afirmando que los trabajadores dañaban la carga. Y recuerda con nostalgia aquella jornada:
"Ha sido el día más triste en la historia de Calamar. Esa mañana en el mismo tren se llevaron los rieles por donde iba pasando, lentamente, la máquina. La gente lloraba en la calle. Sabía que llegaba la ruina...".
Vive sólo de recuerdos
De aquello hace 60 años. Las calles hoy están casi todas sin pavimentar y por ellas pululan los mototaxistas. Las elegantes edificaciones de ayer permanecen de pie, pero, la mayor parte de ellas, están abandonadas. Calamar es un pueblo olvidado, que perdió sus fábricas y aún carece de alcantarillado.
La pequeña estación del tren, pintada en verde y con un extraño encanto, está desocupada. Bajo el número 26-78 de la carrera 2, el cine 'Don Pepe' conserva el nombre en la parte frontal; la pantalla aún permanece erguida, como la sala y la escalera azul de madera que conducía al cuarto de proyección del segundo piso. Hoy ese local es la residencia de su propietaria, Dilia Mier.
La 'Calle del Río' sigue viendo pasar al Magdalena lleno de taruya. Pero en vez del comercio intenso de los 'turcos' con Barranquilla, Cartagena y el mismo interior del país, lo que se mueve ahora es la venta al detal de zapatos, toallas y chancletas. Comercio informal para algunos habitantes de pueblos del departamento del Magdalena y otros del sur del Atlántico. Y, por supuesto, para sus 24.900 habitantes, cifra que reportó el Sisben de diciembre pasado.
En esa 'Calle del Río', después de 11 de la mañana, no se observa una venta de pescado, lo que a las claras indica que la pesca no es el fuerte de este pueblo instalado a orillas del más importante cuerpo de agua dulce del país, como tampoco lo es, según los propios habitantes, la ganadería ni cultivar la tierra.
La alcaldesa Sara Villalba atribuye el atraso en buen porcentaje a los pasados administradores locales y reconoce que la principal fuente de empleo es la alcaldía. La mandataria señala que la seguridad, de oscuro paso hace unos años por la presencia de guerrilla y paramilitares, es buena. Y dice que se necesita del impulso de todos para sacar adelante a Calamar.
Sentado en la puerta de su casa, Francisco Castillo sostiene que Calamar aún no se repone de la ida del tren y, por ende, de su descalabro económico. Y con palabras dicientes resumen el hoy de su terruño, que sirve de título a esta nota: "Calamar: el pueblo que fue una ciudad".
Embargos frenan las inversiones
El presupuesto de Calamar este año es de 7.200 millones de pesos, dinero que en buena parte ya tiene una destinación específica: Educación y salud. De esos recursos solo queda para atender las necesidades del pueblo cerca de 1.300 millones, que se esfuman en el pago de embargos.
"Casi todas son por demandas ejecutivas laborales que nada tiene que ver esta administración. Son incumplimientos de las dos últimas alcaldías, pero nosotros tenemos que responder", dice la alcaldesa Sara Villalba.
Según la mandataria, hay ceca de 90 embargos fallados entre 2009 y 2010. "Como 200 embargos están en cola". Además de convenios de pago con varias empresas que se les adeudaba dinero por prestación de servicios.
"Así que nada prácticamente queda para inversión. Sin embargo, motivamos a la comunidad a participar en la campaña para arreglar andenes y bordillos de las calles; adecuamos colegios y hogares para atención de niños; además, de tener en poco tiempo agua potable las 24 horas, y antes de irnos solucionar el problema de viviendas para 292 familias en el área rural y dejar a la zona rural con el servicio de gas en sus casas", remata Villalba.
ESTEWIL QUESADA FERNÁNDEZ
ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO
CALAMAR (BOLÍVAR)
Redacción El Tiempo
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