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El fútbol y la política

Este viernes uno de los grandes del último siglo, Nelson Mandela, presidirá jubiloso la ceremonia del Mundial del deporte con mayor convocatoria de la historia.

Después de la moñona electoral del pasado 30 de mayo, con todas sus sorpresas, expectativas y frustraciones, vale la pena una cura de reposo deportivo y confesar, orgullosamente, que nos encontramos entre los cientos de millones que estarán encadenados a un aparato de televisión: magnetizados por los despliegues de fortaleza y los movimientos plásticos que suele brindar, según Andrés Holguín, ese arte lúdico que es el fútbol.
Hablemos, entonces, de este deporte que como no lo enseñara Mario Benedetti "es tal vez el único nivel de la vida ciudadana en que el bramido del presidente del directorio político o del ministro no tiene a mal hermanarse con el alarido del paria social".
Porque el fútbol es un instrumento ideal para desfogar la agresividad propia de las sociedades en conflicto. Más todavía, cuando sus gentes atraviesan periodos explosivos de crisis y el agnosticismo pasa a influir en su conducta social. Sociólogos de merecida reputación sostienen, por ejemplo, que en su 'edad de oro' el fútbol colombiano (1949-1953) fue eficaz amortiguador de la feroz violencia política desatada, en esa época infame de nuestra historia.
Sin excepción, el fútbol aglutina la pasión y la atención de todos los pueblos civilizados y periféricos. Basta un dato estadístico: un sátrapa sanguinario, universalmente despreciado, el general Jorge Videla, al inaugurar el Mundial de Fútbol en Argentina en 1978, se convirtió en el más afortunado orador de todos los tiempos, pues se calcula que lo oyó una audiencia planetaria cercana a los 1.500 millones de seres.
Albert Camus afirmaba haber escrito los capítulos medulares de La peste y El extranjero, después de asistir a un clásico de fútbol: "nada más plástico en la vida, decía el Nobel de Literatura, que un estadio abarrotado de público coreando un gol". Salvador Allende, puntual espectador, se complacía en repetir, con estudiada exageración, que "no conocía nada más trágico que un autogol".
Borges, Ortega y Gasset, hasta el mismo Marañon -en nuestro medio Eduardo Zalamea Borda- escribieron páginas brillantes sobre el deporte de "la número cinco", tal como lo apodaran en sus célebres locuciones Carlos Arturo Rueda y Hernán Peláez.
Es un deporte pluralista, de puertas abiertas, ajeno a los distingos sociales, políticos y culturales. Nada más igualitario que un estadio a reventar, pues allí se entremezclan sin que se perciba el cuello blanco con la ruana proletaria, la gran burguesía con la clase media, los jóvenes con los viejos, la oposición con los dueños del sistema.
La máxima rectora mundial, la Fifa, fue creada en 1904 con la participación de Francia, Bélgica, Dinamarca, España, Suecia, Suiza e Italia. Más tarde promulgó una especie de catecismo hoy conocido con el nombre de 'Las diecisiete leyes del juego de fútbol', cuyas normas fundamentales, a la manera de mandamientos, aún siguen vigentes.
El fútbol como deporte olímpico hizo su aparición en Londres, en 1908, en donde se coronó campeón la Gran Bretaña. En 1932, unos organizadores miopes lo excluyeron junto con otros deportes, éstos sí de circunscripción muy limitada y elitista, como el polo y el rugby. Como era de esperarse, esta decisión absurda no melló, ni en lo más mínimo, su fuerte ascendiente sobre las masas.
Este viernes uno de los grandes del último siglo, Nelson Mandela, presidirá jubiloso la ceremonia del Mundial del deporte con mayor convocatoria de la historia. Adenda: el 'Acuerdo de Unidad Nacional' que se está cocinando contará con una 'llave maestra' conformada por Uribe y Santos.
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