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Postre de notas / Compro arena

Redacción El Tiempo
Compro arena.
Arena blanca, arena carmelita, arena mojada, arena seca, arena ordinaria, arena fina, arena fría, arena caliente. El que tenga arena para vender, que escriba a mi buzón.
Compro arena, porque estoy convencido de que la arena se va a acabar, y el mundo puede prescindir de muchas cosas -de las espinacas, de la leche, de la televisión, de los zapatos de plástico con huequitos, de Julio Iglesias, de los hijitos de Julio Iglesias y hasta del ministro Andrés Uriel Gallego Henao¿ pero jamás de la arena. Sin arena no hay Moisés ni travesía del desierto, no hay un Jesucristo que se retira del mundanal ruido ni un Satanás que acude a tentarlo, no hay Lawrence de Arabia, no hay Rommel, no hay beduinos ni bereberes ni conquista mora de España. Sin arena no hay historia. Sin arena no hay suelos ni subsuelos, no hay montañas ni planicies, no hay playas ni lechos de ríos. Sin arena no hay naturaleza. Tampoco hay casas, edificios, puentes, carreteras, caminos, iglesias ni estadios. Sin arena no hay civilización. Sin arena no hay cuarzo ni silicio. Y sin cuarzo y silicio no hay microtecnologías, conductores, chips ni mundo contemporáneo.
A pesar de que sin arena no hay historia, no hay naturaleza, no hay civilización y no hay tecnologías del mundo contemporáneo, hasta ahora hemos tratado a la arena con profundo desdén. Así ocurre con todo lo que abunda. El problema no ha sido la falta de arena, sino el exceso de arena. Uno guardaba un par de medias recién lavadas durante seis años en una caja hermética, abría la caja, desplegaba el par de medias, y ¿qué caía? Arena. Compraba zapatos italianos finos, se daba un paseo por los salones alfombrados del Palacio de Versalles, y al mirar la suela ¿qué encontraba? Arena. Avistaba una playa desde lejos, sin bajarse del carro, y luego, durante meses, cada vez que se arreglaba el pelo ¿con qué tropezaba la peinilla? Con granitos de arena.
Pero los científicos han avisado que, con los abusos del hombre contra el medio ambiente, las cosas están cambiando. La búsqueda de oro peló de arena a muchos ríos y la contaminación convirtió a otros en apestosas plastas verdes donde pululan las cucarachas, que son capaces de sobrevivir sin arena. La fiebre de la construcción está devorando parte de las existencias de arena del mundo. Los bogotanos sensibles hemos visto cómo se derrumban los cerros orientales porque durante siglos les han escarbado la arena de sus entrañas para levantar rascacielos. Las playas, fuentes inagotables de arena, cada vez son más escasas: las urbanizaciones costeras, los balnearios, los hoteles y los desechos de petróleo están acabando con ellas.
Cada vez que algún geólogo daba la voz de alerta acerca de la merma de arena, le decían: "Mire el Sahara: allí hay arena para varios milenios". Pues bien: ya no. El cambio climático permite pronosticar que, en cuestión de medio siglo, el Sahara y todos los desiertos bajos estarán cubiertos por dos o tres metros de agua salada, producto del deshielo de los casquetes polares. Adiós Sahara, adiós desiertos, adiós arena de los desiertos...
Sé que acumulando arena dejaré una fortuna a mis nietos. Los fabricantes de relojes de cuarzo pagarán la arena por granos; los de chips buscarán arena hasta en el ombligo de los bañistas; los chinos tratarán de vender arena falsificada y se descubrirá que era arroz molido; los arenotraficantes reemplazarán a los narcos.
Llegará el momento en que resulte más costosa una raya de arena que una raya de cocaína, un reloj de arena que un Rolex, un castillo de arena que un castillo.
Por eso compro arena.
¿Sabe usted de alguien que la venda?
Por Daniel Samper Pizano
Redacción El Tiempo
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