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El arte de los malabares; entre la necesidad y el arte

El 27 por ciento de los artistas urbanos se dedica a esta práctica. Ricos y pobres cuentan sus historias en medio de clavas, diábolos, pelotas y antorchas.

Redacción El Tiempo
El malabarismo es uno de los pocos trabajos informales en el que comparten escenario personas de todos los estratos. Mientras que unos lo hacen por el rebusque, otros sólo quieren mostrar sus habilidades. En los dos casos emergen cada día más adeptos.
Daniel Valderrama ha compartido experiencias con profesionales del arte circense en Alemania, República Checa e Irlanda. No se para en los semáforos a pedir monedas, pero se ha tomado espacios en Usaquén para reunirse con malabaristas de todas las latitudes.
"Este movimiento crece en Bogotá. Sin embargo, no dejamos de tener problemas con policías por ocupación de espacio público. Nuestro dilema es que no hay lugares para la practica de este arte y, por eso, la calle es nuestro escenario", cuenta Daniel, un universitario del Externado.
Unas calles más abajo, en el semáforo de la 106, tres hermanos originarios del Chocó, cuentan que tuvieron que huir de Medellín por ser catalogados como delincuentes por hacer malabares con machetes.
Ahora se rebuscan el sustento de sus familias, convirtiéndose en una fila de hombres que sobrepasan la altura del semáforo y que, a la vez, manipulan objetos que vuelan y regresan a sus manos con una precisión casi matemática.
Ellos prefieren trabajar los fines de semana porque la gente "está más relajada". Los días de mejor flujo de vehículos llevan a sus casas un promedio de 50 mil pesos con los que subsanan parte de sus necesidades.
Tanto Valderrama como los integrantes del grupo de chocoanos hablan del malabarismo con orgullo y les molesta que el término sea utilizado de forma peyorativa.
Un estudio reciente, realizado por el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, durante dos meses, con una muestra de 87 personas, que representan el 70 por ciento de la población total dedicada a esta actividad de forma regular en Bogotá, demuestra que es protagonizada por personas de todos los estratos.
El movimiento se identifica de formas diferentes; unos se denominan 'de semáforo' y son aquellos que asumen el malabarismo como una forma de sustento económico y no como una práctica artística. "Dentro de este grupo se encuentran los sectores económicamente más vulnerables", dijo Camilo Castiblanco, investigador.
Otros, autodenominados como 'malabaristas de la calle', son una población que concentra jóvenes de estratos 4, 5 y hasta 6 a quienes les interesa la actividad como una forma de expresión artística.
"Su principal queja es que, ante los pocos espacios formales de exhibición, encontraron en parques, semáforos y universidades el único lugar para su práctica. La mayoría lo hacen para pagarse sus universidades o escuelas artísticas", dijo Castiblanco.
Función especial
Ambos grupos prefieren los fines de semana: se duplica el recaudo y la gente aprecia más el espectáculo.
Los malabaristas de 'estratos altos' eligen trabajar sábados y domingos porque entre semana tienen otras ocupaciones como el trabajo o la universidad mientras que los de estratos bajos lo asumen como días 'laborales'.
El estudio concluye que estos artistas prefieren localizarse en semáforos ubicados en zonas por donde circulan personas con buen poder adquisitivo, y preferiblemente en los que la luz roja dure más de 45 segundos.
"También buscan que no haya competencia con otros trabajadores informales del semáforo que impidan su actividad", dijo Castiblanco.
Al final del día, los malabaristas de Bogotá desocupan las calles de Usaquén, Suba y Chapinero para, al día siguiente, buscar sus semáforos predilectos sobre corredores viales como la carrera Séptima, la calle 100, la calle 116 ó la avenida Boyacá.
"Vale la pena por el arte y por el trabajo", dijo Daniel.
Redacción El Tiempo
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