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¿Qué hizo Alberto Lleras C. para que hoy, a 20 años de su muerte, se le recuerde con respeto?

Cuando asumió por primera vez la presidencia, el 7 de agosto de 1945, tenía 39 años, y era hasta ese momento, y lo sigue siendo hasta hoy, el Presidente más joven que ha tenido Colombia.

Por supuesto, ese es un mérito anecdótico en una vida que colmó con hechos de grande importancia buena parte de la historia contemporánea de Colombia.
Antes de su primer ascenso a la jefatura del Estado, Alberto Lleras había llevado un trajín periodístico y político de vértigo. A los 17 años entró a La República, último bastión de las cenizas del Partido Republicano, y tuvo que lidiar con su director, Alfonso Villegas Restrepo, uno de los periodistas más fogosos de su tiempo, y terrible polemista, de quien Lleras Camargo aprendió el arte difícil del duelo político y literario.
A los 20 años, el cuasi imberbe periodista viajó a Buenos Aires y sin el menor reparo fue aceptado en el exigente cuerpo de redactores de La Nación; en 1928, partió a Europa como corresponsal exclusivo de El Mundo, de Buenos Aires, y, al año siguiente, en París, el doctor Eduardo Santos lo nombró jefe de Redacción de EL TIEMPO, cargo que asumió a su regreso a Bogotá, a comienzos de 1930.
La habilidad periodística de Alberto Lleras se refleja en la transformación asombrosa que le marca al diario en menos de dos semanas. Elimina todos los vestigios de la prensa decimonónica que lo afectaban, moderniza la primera página, introduce el concepto del diseño en su presentación, las noticias se vuelven ágiles, se incorporan secciones atractivas y se consolida una nueva era en el periodismo nacional, iniciada por Arturo Manrique en Mundo Al Día, célebre vespertino que también contó con la colaboración de Lleras Camargo.
Si los dos amores intelectuales de Alberto Lleras Camargo son el periodismo y la literatura, la política es su vocación irresistible. Ya tiene el ejemplo de su hermano Felipe, electo senador tras una brillante participación en la campaña que culminó con la elección de Olaya Herrera, en febrero de 1930, principio del fin de la hegemonía Conservadora. Aunque el Presidente era liberal, los conservadores mantenían la mayoría en ambas cámaras y la habían tenido durante los últimos 45 años. La hegemonía no reside en quién ejerza el Poder Ejecutivo, su esencia está en el dominio del Congreso. A Alberto Lleras le correspondería ponerle la losa a la tumba de la hegemonía conservadora.
Se lanzó en 1931 a la Cámara por el Partido Liberal y salió elegido con una votación elevada. Su oratoria casi mágica, la excepcional claridad con que exponía sus ideas le ganaron la simpatía de los votantes, pero el liberalismo, aliado a un grupo conservador en la Concentración Nacional, apenas consiguió emparejar el número de escaños con los conservadores de la oposición al gobierno de Olaya Herrera.
En noviembre vino la elección de presidente de la Cámara. La Concentración Nacional propuso la candidatura de Alberto Lleras, enfrentada a la del conservador José María Mesa Machuca. Hubo un duelo oratorio colosal entre los dos aspirantes, y el resultado de la votación (faltando un voto) dio empate. El representante José Camacho Carreño, conservador, debía decidir la elección. Después de media hora de suspenso en que la bancada conservadora se esmeró en convencerlo de que no votar por su copartidario sería una grave traición a su partido y a sus ideas, el 'leopardo' Camacho Carreño desoyó las voces azules y votó por Lleras Camargo.
Su primera Presidencia
Cuarenta y seis años habían trascurrido desde la última presidencia liberal de la Cámara. La hegemonía conservadora estaba quebrada, y lo estaría por los siguientes 15 años.
Sin embargo, como en las vidas de los protagonistas de la Historia no faltan nunca las grandes ironías, a Alberto Lleras, que abrió la República Liberal en 1931, le tocó cerrarla en 1946. Bajo su administración, el liberalismo dividido perdió las elecciones presidenciales. Se le acusó de no haber hecho esfuerzo alguno para impedir la caída del partido. No estaba en sus manos evitarlo.
Como Presidente de la República, y en esto era inflexible, debía mantener la imparcialidad absoluta, tanto en la lucha intestina de su partido (del cual no ejercía la jefatura) como en la política general. Cumplió con mano acerada su obligación de respetar y hacer respetar los resultados electorales.
Es una de las lecciones permanentes que se desprenden de la vida y del ejemplo de Alberto Lleras: que la Democracia no es plato para servir en un festín de intereses, sino un instrumento, el más perfecto que existe (o el menos imperfecto, según Churchill), para forjar la felicidad de todos los ciudadanos, y que cualquier distorsión en los mecanismos democráticos sólo sirve para conducir el país a la desdicha colectiva.
Las audacias de Los Nuevos
El presidente Alfonso López Pumarejo había expresado la tesis de que, para modernizarse y progresar, Colombia necesitaba darles juego a "las audacias menores de cuarenta años". En consonancia con ello se rodeó en su administración (1934-1938) de esas audacias, que fueron conocidas como la generación de Los Nuevos. Alberto Lleras, a los 28 años, ocupó el Ministerio de Gobierno. Su gestión corroboró la apreciación del presidente López. La generación de los Nuevos fue el eje de la Revolución en Marcha y de la incorporación definitiva de Colombia al siglo XX.
Al terminar el período de López Pumarejo, el ex presidente, apoyado por un grupo liberal que encabezaba Jorge Soto del Corral, fundó el diario El Liberal, del que se nombró director a Lleras. El encargo no era sencillo. El Liberal, además de competir con EL TIEMPO, debería mantener frente al gobierno de Eduardo Santos una actitud crítica similar a la que EL TIEMPO había mantenido frente al gobierno de Alfonso López. Junto con Lleras Camargo, el grueso intelectual de la generación de Los Nuevos participó en El Liberal: Jorge Zalamea, Hernando Téllez, Aurelio Arturo, Gerardo Molina, Antonio García, José Umaña Bernal, entre otros. En los editoriales de El Liberal, Alberto Lleras dejó la impronta de un estilo impecable, agudo en la defensa, feroz en el ataque, y siempre cargado de ideas y de conceptos que invitan a la reflexión.
Sobrevinieron, a partir de 1946, tiempos luctuosos, de inaudita violencia que se disfrazó en una "guerra santa" contra el liberalismo, y que culminó en la dictadura militar del general Gustavo Rojas Pinilla. Lleras, terminada su misión como secretario general de la OEA en 1954, regresó a Colombia para ejercer la rectoría de la Universidad de Los Andes. Organizó la resistencia contra la dictadura, y en su famoso discurso del Hotel Tequendama, en homenaje a Eduardo Santos, le asestó el primer golpe contundente al gobierno del general Rojas. Con Laureano Gómez acordó, en Benidorm y Sitges, los pactos que condujeron al Frente Civil, y a la fundación de la Segunda República (Frente Nacional), cuyo primer presidente (1958-1962) fue Alberto Lleras.
Sus amigos y sus malquerientes solían a una apodarlo 'El Monarca'. Si se hizo acreedor a este título, hoy podemos decir, a 20 años de su muerte, que lo debió a la majestad con que supo investir el ejercicio de la democracia.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
Especial para EL TIEMPO
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